Xi
debe centrarse en los principales problemas de su país; su dispersión refleja
de cierta manera la propia condición de China, con logros significativos,
grandes ambiciones, pero recursos limitados.
Cuando el presidente Xi Jinping llegó al poder en la RPC,
era visto como un líder
decisivo que podía dominar sus instituciones y guiarla a una posición de
grandeza.
Su enorme poder se solidificó con la eliminación de los
límites del mandato presidencial, mientras que las purgas anticorrupción iniciadas a instancia suya
reformaron la membresía de las más altas esferas del Partido Comunista.
Sin embargo, desde que asumió el cargo han surgido una serie de problemas significativos.
La primera tarea de Xi fue tratar de estabilizar la economía china post-2008,
teniendo en cuenta que su país depende en gran medida de las exportaciones. En el 2008, el
apetito de los clientes por los productos chinos se contrajo drásticamente y surgieron nuevos competidores.
Xi logró solidificar su poder sobre el partido, en parte porque era visto como
capaz de lidiar con este problema; habiendo propuesto dos estrategias.
La
primera era aumentar el consumo interno; lo que provocó una crisis financiera, puesto que los consumidores chinos no
pueden substituir la demanda estadounidense y europea. La segunda
estrategia era pasar de
productos de bajo precio a artículos de alta tecnología. Competir con Europa, los Estados
Unidos, Japón, Corea del Sur y otras economías de alta tecnología bien
establecidas ha resultado más difícil de lo que esperaba.
Una estrategia paralela fue la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt
and Road Initiative), que
ofrece dinero a una gran cantidad de países para diversos proyectos de
infraestructura; la que sólo logró incrementar las sospechas de diversos
vecinos sobre las
verdaderas intenciones de China. Esto obstaculizó aún más los intentos
de competir en proyectos de alta tecnología.
Xi
también fue escogido por su capacidad para administrar la relación de China con
su principal cliente y competidor, los Estados Unidos. Las
administraciones estadounidenses anteriores habían exigido que China abra su economía a los bienes
provenientes de Tío Sam y terminara con la manipulación de su moneda; pero los presidentes chinos
habían logrado desviar tales demandas. China no estaba en condiciones de
abrir su economía, porque
su mercado interno no es capaz de absorber la producción china de la
misma manera que el exterior. La necesidad de mantener las exportaciones a
niveles altos significaba
que China tenía que manipular su moneda.
Al inicio del mandato de Trump, Xi visitó al presidente de los Estados Unidos
y se marchó con la impresión de que las estrategias anteriores para administrar
a los Estados Unidos eran suficientes. Pero Trump impuso rápidamente aranceles, con el objetivo
de obligar a China a modificar su comportamiento. De hecho, los
aranceles han perjudicado mucho más a China que los aranceles recíprocos chinos
a los Estados Unidos; las
exportaciones a los Estados Unidos representan el 4% de su producto interno
bruto, mientras que las
exportaciones hacia la China sólo representan el 0,6% del PIB de los Estados
Unidos.
Parte de su fracaso también se debe a su estrategia de retratar al ejército chino como
una amenaza significativa para los Estados Unidos; creyendo que esto
obligaría a los Estados Unidos a retroceder o por lo menos negociar. El efecto fue inverso.
Como sucedió bajo la presidencia de Ronald Reagan, los Estados Unidos tienen tendencia a sobreestimar
a sus oponentes y por ende a aumentar drásticamente sus gastos de
defensa cuando siente que
un potencial rival es capaz de alcanzarlos.
En el espacio, en el mar y otros ámbitos geográficos, los militares estadounidenses
incrementaron su poderío militar, lo que llevó a China a entrar en una carrera armamentista
que su economía no es
capaz de soportar; luchando por lanzar dos portaaviones y promocionarlos
como un cambio en el equilibrio de poder.
Los
Estados Unidos también incrementaron su presencia en el Mar del Sur de China
para demostrar la debilidad de la RPC, desarrollaron una cooperación más profunda con Australia y
Japón, e incluso con India y Vietnam, emprendieron intensas operaciones
de contrainteligencia contra ciudadanos chinos que operaban en los Estados
Unidos e impusieron obstáculos a ciertas empresas tecnológicas chinas.
Indudablemente, esto no era lo que Xi esperaba. Su objetivo era posicionar a
China como una potencia en Eurasia. Sin embargo, perdió parte del control que China había
disfrutado anteriormente y dejó a la economía china más débil de lo que
había sido anteriormente.
Para
rematar lo anterior, las protestas de Hong Kong estallaron, inicialmente para
reclamar la abolición de un proyecto de ley que habría permitido que los
residentes de Hong Kong fueran extraditados a la RPC. Es indubitable que
China es capaz de sofocar las protestas por la fuerza y que cuenta con los recursos de
inteligencia adecuados para
arrestar a los líderes. Xi decidió no hacerlo porque probablemente teme
el impacto que tendría un baño de sangre en sus relaciones económicas; en momentos en que enfrenta una
guerra comercial con los Estados Unidos.
Probablemente pensó que las manifestaciones se agotarían por sí solas.
Este fue otro error de cálculo, puesto que los disturbios han durado mucho más de lo esperado,
y la principal demanda de los manifestantes está ahora relacionada con la
autonomía de Hong Kong.
En ese sentido, comienzan a plantearse interrogantes
sobre la capacidad de Xi para dirigir los destinos de la RPC de manera
indefinida. Ciertamente, muchas
de las cosas que están saliendo mal no las podía controlar. Pero asumió
el liderazgo indiscutible para manejar los problemas del país. Ahora, las relaciones comerciales con
los Estados Unidos están en ruinas, las iniciativas militares han
generado importantes consecuencias adversas, programas como la Iniciativa de la
Franja y la Ruta tienen serios problemas y Hong Kong está en rebelión abierta.
En ese sentido, es difícil imaginar que la posición de Xi sea tan segura
como anteriormente. Por supuesto que sigue siendo enormemente poderoso; controla el Ejército Popular de
Liberación, los
servicios de inteligencia y el aparato de seguridad. Pero finalmente,
tal como pueden dar fe diversos líderes anteriores, la fuente del poder en
China es el Comité Central
del Partido Comunista.
No existe, por el momento, evidencia de una revuelta
abierta contra Xi; tampoco sería visible a menos que estuviesen relativamente
seguros de tener éxito. Pero
es inconcebible que, dentro del Comité Central, que lo convirtió en el líder
más poderoso desde Deng Xiaoping, no existan facciones que vean a un Xi
debilitado como una oportunidad de restablecer el equilibrio de poderes al
interior del partido. China
no es una democracia, pero tiene una estructura de poder que tiene la capacidad
de disolver su autoridad paulatinamente.
El 9 de julio, Xi resaltó la importancia del liderazgo del Partido; esta vez
enfocándose en la importancia de la construcción del partido y en las
instituciones estatales por igual. Las instituciones centrales “deberían responder activamente a
lo que defiende el Comité Central del Partido, implementar lo que decida y
detener lo que prohíbe”. Está claro que la determinación de Xi de
expandir su poder permanece intacta; sin embargo, también está claro que considera que todavía no ejerce un
control absoluto. De ahí la necesidad de repetidas reuniones que destaquen la importancia de la
obediencia al liderazgo central del Partido.
Es posible imaginar que existan miembros del Comité
Central que quieran llegar
a un acuerdo con los Estados Unidos lo más pronto posible y lo más
razonablemente favorable para la RPC, poner fin a las manifestaciones de Hong
Kong y dejar de seguir
predicando el poderío militar chino que sólo ha logrado crear recelos y
preocupación en diversos países asiáticos. En otras palabras, Xi debe centrarse en los
principales problemas de su país; su dispersión refleja de cierta manera
la propia condición de China, con logros significativos, grandes ambiciones, pero recursos limitados.
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