El
espacio de los inventos es apasionante y casi siempre nacen para solucionar
problemas y necesidades.
De pronto a alguien lo ilumina
la chispa creativa, más porque se consagra a investigar con paciencia y sabe observar,
que por azar.
Los casos abundan y uno bien interesante es el del húngaro Ladislao Biró
y el bolígrafo.
Biró era corrector de pruebas en una
imprenta y un día se
cansó de recargar su estilográfica y de mancharse las manos con tinta.
Entonces decidió reinventar el bolígrafo creado por Loud en 1888 y
mejorado por Evans, ambos americanos.
Esos aparatos rudimentarios
usaban tinta común, su letra era gruesa y solo servían para marcar cajas o fardos.
Biró había viajado a Buenos Aires, hizo muchos ensayos con un
hermano, recibió apoyo del inglés Henrry Martin y logró su cometido.
Poco después el
australiano Frank Seech creo
la tinta que se secaba al contacto con el aire.
Ojo: su bolígrafo es el fruto de
la dedicación y la pasión de muchos.
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