El presidente estadounidense, Donald Trump, por fin ha
conseguido su muro: no el que sigue exigiendo en la frontera al sur del país,
sino una barrera mucho más compleja que tiene como objetivo bloquear a la
campeona de las telecomunicaciones nacionales de China, Huawei, para que no
pueda operar en Estados Unidos, y privarla de la tecnología estadounidense
mientras construye sus redes por todo el mundo.
Después de una oleada de
nuevos decretos gubernamentales, Huawei, el segundo fabricante más grande de teléfonos celulares en el
mundo tras superar
a Apple en 2018, pronto no tendrá ningún acceso a la tecnología hecha en
Estados Unidos. Para finales del verano, los nuevos teléfonos Huawei no contarán con las
aplicaciones de Google. Además, las empresas estadounidenses de chips
para computadora están
eliminando el suministro del que depende Huawei para crear las redes
inalámbricas de quinta generación o 5G.
Sin embargo, el enfrentamiento va mucho más
allá de un mero perjuicio en contra de un gigante de las telecomunicaciones de
China. Trump y sus asesores quieren obligar a otras naciones a que tomen una durísima decisión:
¿en qué lado del nuevo muro de Berlín quieren vivir?
Washington trata esta
situación en términos de la Guerra Fría pues el secretario de Estado
estadounidense, Mike Pompeo, arguye
que los líderes del mundo tendrán que elegir entre un internet que proyecte los
“valores de Occidente”, entre ellos el ciberespacio gratuito pero
caótico y propenso a abusos que tienen los estadounidenses, y uno “basado en los principios de un
régimen autoritario y comunista”.
Sin embargo, no es tan
sencillo. La abrupta
división que se creó en Berlín durante el verano de 1961 fue casi impermeable;
detuvo casi todo el
comercio y el contacto humano entre las partes orientales y occidentales de la
ciudad… y se convirtió en un símbolo de dos campos adversarios que
buscaban aislarse mutuamente. Pero, aunque Trump logre aislar a Huawei, miles
de millones de bits de información correrán por cableado submarino de fibra
óptica mucho del cual está instalando su filial Huawei Marine y por satélites
que conectan los dos ambientes de internet en competencia.
En comunicados públicos y
privados, funcionarios de
inteligencia, ejecutivos y expertos en telecomunicaciones han comenzado a
admitir que Estados Unidos operará en un mundo en el que tal vez Huawei y otras
empresas chinas de telecomunicaciones controlen entre el 40 y el 60 por ciento
de las redes en las que hacen negocios empresarios, diplomáticos, espías
y ciudadanos.
Hasta ahora, a pesar de que Estados Unidos
amenazó a sus aliados de que quedarían privados de la inteligencia
estadounidense si estuvieran del lado de Huawei y China, muchos están
desesperados por eludir el muro.
El secretario de Estado
Mike Pompeo sostiene que
los países tendrán que elegir entre el internet gratuito pero caótico y
propenso a abusos de Occidente y una versión autoritaria controlada por China.
Credit Chris J Ratcliffe/Getty Images
Entre los aliados más
cercanos a Estados Unidos, solo
Australia ha prohibido que Huawei construya sus nuevas redes; Japón prácticamente hizo lo
mismo. El Reino Unido y Alemania, dos de los miembros más poderosos de
la OTAN, están dando
evasivas. Sus políticos temen la pérdida de empleos que podría
ocasionar, así como las represalias chinas, y creen que hay elementos de la red que Huawei podría
construir sin poner en riesgo la seguridad nacional.
Conforme al plan, Nokia,
Ericsson u otras firmas de telecomunicaciones de Occidente podrían construir el
“núcleo” de la red, los sistemas de conmutación cargados de software que
gobernarán la comunicación entre las máquinas y los humanos. Huawei quedaría relegada a las
partes más periféricas de la red, como los sistemas de las torres celulares que
se comunican con los teléfonos y otros dispositivos.
Alemania ha resistido a las exigencias del gobierno de
Trump. Funcionarios alemanes, que
hablaron con la condición de mantener el anonimato, dijeron que se preguntan qué sucederá si se
ponen del lado de Estados Unidos, país que ayudó a reconstruir su nación
después de la Segunda Guerra Mundial y lo protege bajo el paraguas nuclear
estadounidense. ¿Acaso Pekín amenazará las empresas conjuntas que
producen casi un millón de automóviles BMW y Mercedes-Benz en China? Además, en privado, los funcionarios
aseguraron que, en Singapur, donde los barcos estadounidenses arriban para
cargar combustible y recibir mantenimiento de camino a las zonas disputadas del
mar del sur de China, de ninguna manera prohibirán a Huawei.
Esto podría explicar por
qué Pompeo, quien ha encabezado el ataque, ha hablado con un tono más
estridente los últimos días, pues
ha descrito las decisiones que tomaron los países que construirán sus redes
entre los próximos doce y dieciocho meses no solo como una cuestión de
seguridad nacional, sino de lucha ideológica.
“La empresa no solo mantiene lazos profundos con China,
sino con el Partido Comunista de China, y
esa conectividad, la existencia de esas relaciones, pone en riesgo la
información estadounidense que cruce por esas redes”, afirmó Pompeo la semana
pasada en una entrevista con CNBC.
“Necesitamos un espacio único donde se pueda intercambiar
información, pero debe ser un sistema que tenga integrados los valores de
Occidente, con el Estado de derecho, las protecciones a los derechos de
propiedad, la transparencia, la apertura.
No puede ser un sistema que esté basado en los principios de un régimen autoritario
y comunista”, le respondió a uno de los entrevistadores.
Sin embargo, los funcionarios de inteligencia
ofrecen una explicación un tanto distinta de sus inquietudes. Están
mucho más preocupados por la posibilidad de que, en tiempos de conflicto, las autoridades chinas den la
orden a Huawei y otras firmas chinas de telecomunicaciones de apagar las redes
que del robo que podrían hacer los chinos de los datos que se mueven por las
redes estadounidenses.
Una fábrica de Huawei en
Dongguan, China Credit Kevin Frayer/Getty Images
Huawei dice que todo esto es sembrar el
miedo. En una serie de entrevistas muy bien manejadas con reporteros
chinos y algunos medios informativos estadounidenses, el fundador de la
empresa, Ren Zhengfei, ha
insistido en que se opondría a cualquier tipo de esfuerzo del gobierno chino
por fisgonear en las comunicaciones estadounidenses o por cerrar las redes. Los
funcionarios estadounidenses le respondieron asegurando que, conforme a la ley
china, Ren no tendría más
opción que acatar.
No obstante, las
entrevistas de Ren apuntan a un peligro mayor a causa de las medidas que Trump
nunca ha reconocido: detener
el flujo de tecnología estadounidense a China, o tan solo amenazar con
hacerlo, sin duda acelerará la independencia tecnológica de China.
El país ya lleva cuatro años impulsando el movimiento
Hecho en China 2025, una política
gubernamental para que los fabricantes nacionales dominen campos críticos de la tecnología de punta como
la fabricación de semiconductores, la tecnología 5G, la inteligencia artificial
y los vehículos autónomos (China consume el 60 por ciento del suministro
mundial de semiconductores, pero solo fabrica el 13 por ciento, según un informe reciente del
Consejo de Relaciones Exteriores).
Hecho en China 2025 se
fundó, en parte, por el temor a que llegaría este día: Estados Unidos, al sentirse vulnerable, amenazaría
con limitar a su competencia china.
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