Está
diseñada para durar, pero tiene vulnerabilidades que pueden hacerla colapsar.
La
Internet es descrita a menudo, y con razón, como una red global de información.
Pero esto es posible porque, a la vez, hablamos de una red de redes, y pese a
lo que muchos creen o quisieran creer, muchas de esas redes están concentradas
más o menos en los mismos puntos.
Episodios como el reciente colapso del S3 de Amazon, uno
de los servicios de almacenamiento en nube más usados en el mundo, dejan en evidencia que todavía
es muy alto el grado de dependencia que las marcas que usamos en Internet
tienen en cuanto a la infraestructura de una compañía.
Mucho más si se tiene en cuenta que, según reportó la
propia compañía, el
incidente se debió a un error de digitación durante una labor más o menos
rutinaria de mantenimiento.
La centralización de los datos ha hecho que Internet –al
menos la parte que usan la mayoría de las personas– sea más vulnerable de lo
que se planeó cuando se
diseñó su arquitectura, la cual estaba pensada para funcionar, incluso, durante
una guerra nuclear. Pero ahora que la nube es la norma, y gigantes como Amazon o Google concentran
cientos y miles de marcas, una falla en los proveedores tiene el potencial de
arrastrar consigo a sus clientes.
Por eso, las marcas encargadas de mover el tráfico de la
red usan sistemas
redundantes en los que las fallas se consideran inevitables y se diseñan
mecanismos para que siempre haya dispuesto un plan B.
“Internet se ha construido de tal
suerte que existan las mejores soluciones de ingeniería que permitan mantener
el servicio incluso en situaciones muy difíciles. Los puntos críticos
tienen más de dos puntos conectados, con ‘caminos’ diversos para mover los
datos. Hoy en día hay sistemas robustos, generalmente duplicados y dispersos
para no depender de una sola ubicación”.
¿‘Romper’
la red?
Aunque el término se asocia, a menudo de manera jocosa,
con fotos virales de Justin Bieber o Kim Kardashian, muchos observadores advierten que hay un riesgo
real de que cibercriminales puedan ejecutar un ataque capaz que colapsar
Internet hasta por días completos.
No faltan precedentes: el 21 de octubre del 2016 hubo un
ataque masivo que afectó a la mitad de Internet. Fue atribuido a cibercriminales de Rusia y China,
y docenas de los sitios más populares del mundo, entre ellos Netflix, Twitter,
Spotify y PayPal, se vieron afectados.
Fueron
casi 12 horas de embestidas digitales, organizadas y sincronizadas, que
mostraron uno de los puntos débiles de Internet: gran parte de su estabilidad
depende de unos pocos.
Una de las armas usadas durante ese ataque fueron los
dispositivos del Internet de las cosas: cámaras, sensores, termostatos, entre
otros. Se usaron para
saturar los servidores y llevarlos al colapso.
En un informe respecto de ese incidente, Stephen Cobb,
analista de seguridad de la firma Eset, afirmó: “Hemos visto cuán vulnerable es la internet al uso
disruptivo a gran escala por parte de personas cuya identidad no es posible establecer
de inmediato”.
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