El cuarto informe del IPCC sobre el cambio climático
alertaba en 2007 de que el
calentamiento global que estamos viviendo aumentaría la intensidad de las
tormentas y otros eventos extremos.
A pesar de las voces negacionistas que afirman que los
científicos se equivocan constantementecuando hablan del cambio climático, lo cierto es que las
predicciones están cumpliéndose a la perfección con los ciclones, muy a nuestro
pesar: cada vez son más fuertes, y esto no ha hecho más que comenzar.
No
más tormentas, pero sí más fuertes
La tormenta Alberto estrenaba el pasado agosto la temporada de ciclones, incluso antes de que comenzase oficialmente. En los últimos años, este tipo de tormentas y ciclones parecen haberse intensificado, aumentando los daños y las alertas.
Lleva
muchos años tratar de comprender algo tan complejo como es el panorama
climático. Sin embargo, los modelos parecen dejar claro que estamos
viviendo tormentas cada vez más violentas. Estas se producen como consecuencia de una mayor
evaporación de agua en el mar, que alimenta el flujo de viento, incrementando
su velocidad según se calienta más el ambiente.
Aunque
este fenómeno puede verse afectado por otros patrones, como las fuerzas de
cizalladura en el viento, los cambios de humedad en la atmósfera o los
aerosoles de origen humano, el modelo ha alcanzado un punto en el que se
sostiene: el calentamiento
de los mares provoca un aumento en la evaporación que alimenta la violencia de
las tormentas, grosso modo.
Esto también tiene otra consecuencia: aunque se esperaba la
posibilidad de que aumentaran el número de tormentas, lo cierto es que
probablemente estas sean menores en número, pero más largas en tiempo e
intensidad, según explican los modelos climáticos desarrollados con las
evidencias observadas.
Los
datos no mienten
Pero para poder afirmar con cierta seguridad una cosa hace falta algo más que las simulaciones proporcionadas por los modelos. Los datos recogidos desde hace décadas, especialmente desde 1979, muestran un aumento en la intensidad de las tormentas ciclónicas sin lugar a dudas.
El periodo desde 1979 hasta ahora es interesante, pues tres cuartas partes del calentamiento global que hemos registrado se ha producido durante estos 39 años. Los datos muestran que el incremento de intensidad se ha dado en el océano Atlántico Norte, donde las estadísticas prácticamente no dejan lugar a dudas.
Según Stefan Rahmstorf, experto en climatología y
profesor de Física de los Océanos en la Universidad de Potsdam, esta tendencia a intensificar la
tormenta ha sido mayor en este océano debido a una reducción en los aerosoles
de origen humano. Según los modelos, las partículas en suspensión
mitigan la violencia de los ciclones, lo que podría haber servido para ofuscar la evidencia de
este aumento de intensidad asociado al calentamiento durante las
primeras décadas.
Por último, aunque todavía existen pocos datos al respecto, hay algunas evidencias
de que ciertas tormentas podrían acortar los periodos entre tormentas,
es decir, que estas ocurrieran más a menudo. En conclusión, para nuestra desgracia, parece
que el cambio climático está cumpliendo con las expectativas a medio plazo que
teníamos de él: peores tormentas y eventos más extremos. Los datos no
engañan, están ahí para revisarlos. Y, a estas alturas, ya son demasiados como
para negarlos.
La tormenta Alberto estrenaba el pasado agosto la temporada de ciclones, incluso antes de que comenzase oficialmente. En los últimos años, este tipo de tormentas y ciclones parecen haberse intensificado, aumentando los daños y las alertas.
Pero para poder afirmar con cierta seguridad una cosa hace falta algo más que las simulaciones proporcionadas por los modelos. Los datos recogidos desde hace décadas, especialmente desde 1979, muestran un aumento en la intensidad de las tormentas ciclónicas sin lugar a dudas.
El periodo desde 1979 hasta ahora es interesante, pues tres cuartas partes del calentamiento global que hemos registrado se ha producido durante estos 39 años. Los datos muestran que el incremento de intensidad se ha dado en el océano Atlántico Norte, donde las estadísticas prácticamente no dejan lugar a dudas.
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