Al principio yo tampoco lo creí. ¿Qué tienen de malo las
buenas ideas?
Los
innovadores exitosos que observé pasaban menos tiempo identificando y
desarrollando buenas ideas y más tiempo probando sus hipótesis. De
hecho, estos equipos y grupos hicieron de las hipótesis comprobables de negocio
el centro de sus esfuerzos de innovación.
Como lo defino en “The Innovator’s Hypothesis” (La
Hipótesis del Innovador), una
hipótesis de negocio es una creencia comprobable acerca de la futura creación
de valor. No es una búsqueda de la verdad o la comprensión fundamental; una hipótesis de negocio sugiere
una posible o plausible relación de causa y efecto entre una acción propuesta y
un resultado económicamente deseable. Si no existe una medida explícita
y comprensible para algo nuevo, no es una hipótesis comprobable de negocio. Además, si no está
escrita, acordada y compartible, no es una hipótesis de negocios. Muchas buenas ideas fallan en
todos los puntos arriba mencionados.
Una
hipótesis comprobable puede ser una muy buena idea, pero incluso una muy buena idea
es raramente una hipótesis comprobable. La diferencia no es sutil.
Hace casi una década, conforme gradualmente iba
comprendiendo este concepto contra intuitivo, comencé a probar informalmente
esta hipótesis.
Le pedí a pequeños grupos de innovación en una gran firma
de tecnologías de la información que presentaran, ya sea sus mejores buenas
ideas o simples experimentos para probar hipótesis de negocios, que pensaran
que sus jefes encontrarían importantes. Los resultados me sorprendieron. Muchas de las buenas ideas eran
muy, muy buenas.
Definitivamente valía la pena desarrollarlas. Sin embargo
los experimentos y sus hipótesis comprobables ya estaban listos para funcionar.
Provocaron una forma de discusión orientada a la acción, completamente distinta
a la de las buenas ideas. De
hecho un par de los experimentos (según recuerdo) encarnaron algunos aspectos
de las buenas ideas.
¿La diferencia? ¡Podíamos hacer algo con ellas, más allá de hablar!
Las hipótesis comprobables parecían una puerta más rápida -y francamente mejor-
hacia la acción innovadora y la innovación activa. Las hipótesis comprobables alientan y facilitan la
experimentación activa y el aprendizaje en formas en que las buenas ideas
simplemente no pueden hacerlo. Lograr que las organizaciones piensen y
actúen a partir de las hipótesis comprobables, en lugar de las buenas ideas, es
la forma de que tengan conversaciones y colaboraciones más sanas acerca de la
innovación.
No
hubo un momento de epifanía. Sin embargo hubo un lento reconocimiento de
que, definir una hipótesis comprobable, requiere más rigor que surgir con
buenas ideas para mejorar productos servicios o experiencias de consumo. Aún más, una hipótesis
comprobable ya viene con la responsabilidad integrada: la hipótesis
necesita probarse. Pasará o fallará el examen. Idealmente usted aprenderá en
cualquiera de los casos. Por el contrario ¿Cuál es la responsabilidad de una buena idea? ¿El hecho
de que muchas personas piensan que es una buena idea? Eso es un concurso de
popularidad.
La dura realidad es que las buenas ideas deben ponerse a
prueba. ¿Por qué no
insistir en que las personas sigan el rigor y la disciplina de construir una
hipótesis comprobable? Así es como las buenas ideas se convierten en valor real.
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