Las
monedas virtuales tienen al borde de un ataque de nervios a las autoridades y a
los inversionistas. ¿Qué son y hasta dónde puede llegar la moda?
El
mundo de la tecnología, los mercados financieros y el comercio tienen hoy un
nuevo foco de atención: las monedas virtuales y, en especial, una de las más
sonadas, el bitcoin. El
tema es realmente una preocupación planetaria; mientras unos lo ven como una
gran innovación y revolución económica, otros lo consideran una amenaza.
China, Japón, Rusia, Estados Unidos y toda Europa están
hablando del tema. A comienzos de 2017, el Banco Central chino anunció
investigaciones para quienes transan con bitcoin, advirtiendo que no se trata
de una moneda de curso legal. En Estados Unidos las autoridades del mercado de
valores tuvieron que resolver si aceptaban la inscripción de Exchange Trade
Funds (ETF) en moneda virtual para ser negociados en el mercado de ese país; la respuesta fue negativa,
aunque la decisión sigue generando debate legal.
Hace
tres meses las autoridades japonesas admitieron esa moneda virtual como método
de pago y Rusia sigue evaluando una regulación para este activo.
El bitcoin ha sido objeto de un creciente escrutinio en
algunos países, porque ha sido utilizado para blanquear ganancias adquiridas en
forma ilegal. En el primer trimestre de este año, el Grupo de Acción Financiera
Contra el Blanqueo de Capitales del G-8 advirtió que los bitcoins hacen parte de los métodos que
utilizan las organizaciones terroristas y otras al margen de la ley en sus
esquemas de financiación.
En el caso colombiano, las monedas virtuales también han
generado polémica y, en algunos casos, malas noticias. Según Jhonatan Higuera,
coordinador de la Unidad de Análisis del Mercado Financiero de la Facultad de
Ciencias Económicas de la Universidad Nacional, el primer acercamiento de las personas con los temas de
las monedas virtuales en el país ha sido, en una buena parte, por los
escándalos de esquemas piramidales o fraudulentos.
“Pero
el bitcoin no es en sí una pirámide o un fraude. Se trata de una
aplicación y una tecnología que facilita las transacciones entre personas,
gracias a un protocolo conocido como blockchain. El objetivo es hacer transacciones sin intermediarios”.
Así las cosas, es necesario aportar algo de claridad a uno de los debates con mayor
carga de profundidad para el futuro de los mercados financieros, la banca
central, el comercio en general y las inversiones. Para empezar, es
necesario distinguir entre dos cosas: una, el bitcoin como innovación para la
transferencia de valor y, otra, las formas fraudulentas de utilizarlo.
Vamos
con el primer aspecto: la innovación que generan las monedas virtuales.
En 2009, cuando Satoshi Nakamoto lanzó al mundo el bitcoin y el protocolo
informático que lo respalda, estaba
buscando respuestas a un asunto específico. La crisis financiera, que
originó un profundo resquebrajamiento
en la confianza del sistema financiero mundial, había generado preguntas
sobre cómo impedir que las economías siguieran siendo tan vulnerables por
cuenta de las malas prácticas de la banca.
Nakamoto tenía en mente una pregunta que quería resolver
por la vía de la informática y la computación: ¿cómo transferir valor entre dos agentes sin la necesidad
de un intermediario? La respuesta a esta pregunta implica una carga de
profundidad para el sistema financiero y el régimen de dinero fiduciario que
supone, por sobre todas las cosas, la necesidad de alguien que sirva de garante sobre los contenidos de
cualquier transacción: es decir, un Banco Central y un intermediario
financiero.
Según el propio Nakamoto, tal como lo escribió en el
documento donde explica el diseño de su modelo informático, el principal obstáculo que había
que resolver, desde el punto de vista técnico, era el double-spending:
se refería al error en un esquema de pago digital que llevaba a que un único
paquete de datos fuera duplicado, básicamente por alguna negligencia en la
programación o por la intervención de otro que de mala fe lo falsificara.
Este
riesgo significa que un mismo grupo de datos puede ser utilizado en dos
transacciones distintas, dando al traste con la confianza en el sistema.
De ese tipo de errores, por ejemplo, no se salva ni el dinero físico, pues como se sabe, los billetes
se pueden falsificar, generando un riesgo de fraude en las operaciones.
Si
no se resolvía el double spending cualquier sistema de pagos virtual sería
inviable y siempre se necesitaría de un intermediario para garantizar la
calidad en las operaciones.
Nakamoto diseñó este sistema bajo los principios del blockchain, el cual hace
posible la transferencia de datos de manera segura y sin el riesgo de
duplicidad. El principio es básico: para impedir que haya duplicidad, es necesario que cada nuevo
movimiento incorpore el tracking general de operaciones; esto significa
que al sistema se incorpora la totalidad de la información de las anteriores
operaciones, más las que se derivan de nuevas transacciones. Además, el protocolo debe
valerse de una tecnología P2P; es decir, una manera de computar que no necesita ni de servidores
centrales ni de clientes, sino que se hace de manera directa entre los
usuarios.
De esta forma se había alcanzado la respuesta técnica: descentralizar la transferencia
de información, con altos niveles de seguridad.
¿Y del valor qué?
Pero eso no era suficiente, pues quedaba por resolver el principal
problema: el histórico y cultural; esto es, cómo un activo específico termina
siendo usado para transferir valor. Esa tal vez sea la mayor sorpresa de
todo este fenómeno del bitcoin.
El
bitcoin es el resultado de aumentar la capacidad de cómputo de la red de
blockchain. Cada vez que alguien logra incorporar un nuevo bloque a la
red, porque ha logrado dar con un algoritmo que lo permita, se hace acreedor a
un nuevo paquete de bitcoin, que es la forma de representar la utilidad del
sistema. El supuesto es que, entre
más complejo sea el blockchain, más difícil será hackearlo. Así, los
programadores que empezaron a hacer más complejo el algoritmo con el que opera
el sistema, aumentaban la
capacidad de cómputo de la red, incorporando nuevos bloques y, en consecuencia,
debían ser remunerados. El bitcoin era la forma de reconocerles su
esfuerzo.
Por esta razón, se hace una similitud entre la construcción de la cadena de
blockchain y la minería de oro, pues la cantidad disponible de producto
siempre dependerá de la
capacidad de alguien de encontrar nuevos yacimientos del material.
Pero hasta ahí seguía vigente la pregunta sobre la forma
en que los seres humanos definen que algo tiene valor de intercambio, que es el interrogante que muchos
economistas se habían hecho.
El asunto tiene un profundo valor histórico y económico, porque supone encontrar la
respuesta a preguntas como en qué momento el oro, que es un metal más
que provee la naturaleza, se convierte en medio de pago para todas las
transacciones de una economía y, en qué momento y por cuenta de qué procedimiento, los seres humanos
pasaron al dinero fiduciario.
La pregunta se la había hecho a finales de siglo XIX y
comienzos del XX, el economista austriaco Ludwig von Mises. Para mostrar el
camino de su análisis, Mises estableció que es claro que una persona usa el dinero porque está
convencida de que le resulta útil para adquirir algo; pero tal certeza,
que explica el valor de intercambio de la moneda, solo se puede verificar si realmente se ha logrado hacer
una transacción. Este raciocinio parece ser un círculo vicioso, porque
implica que el valor del dinero hoy depende de la capacidad de poder
adquisitivo que las personas ya hayan experimentado antes.
Mises enfrentó por esta vía un problema: si el dinero hoy depende de lo
que le haya permitido efectivamente comprar en el pasado a alguna persona,
por ejemplo ayer o hace 10 minutos, determinar el valor original del dinero
sería prácticamente imposible, pues la única manera de formular tal principio
es a través de una regresión ad infinitum, que daría para llegar hasta el
comienzo de los días.
Así
que Mises estableció que debería haber una causa inicial por la que el hombre
decidió incorporar a la historia el concepto de dinero como mecanismo para
transferir valor; es decir, el dinero es una expresión cultural y social y no
un valor absoluto o a priori. Por eso era necesario establecer las
circunstancias específicas en las que se dio la aparición del valor de
intercambio en el mundo. Miró hacia el pasado para encontrar cuándo y de qué
forma los seres humanos habían empezado a atribuirle valor de intercambio a
algún objeto. La respuesta
la encontró en un momento específico de la historia humana: cuando el oro se
convirtió en el medio de pago, a través del sistema de patrón oro. En
algún momento, los hombres asumieron que al oro, que es un metal más de los que
provee la naturaleza, se le atribuyó valor de intercambio y empezó a facilitar
las operaciones comerciales, superando el estado del trueque.
¿Qué tiene que ver todo esto con el bitcoin? Que Nakamoto
entendió que el bitcoin debería
sufrir en algún momento tal transformación o sublimación, al pasar de ser un
simple laberinto informático y un juego para gomosos de la computación,
a ser un activo al que se le atribuyera valor de intercambio. Es decir, que
dejara de ser un juego virtual, para convertirse en un acto de la vida real, en un elemento más de la
cultura.
El momento clave de esta historia tuvo lugar en octubre
de 2009, apenas un año después de haber acuñado el primer bitcoin. Ese año, alguien compró bitcoins a cambio
de dólares, por medio del broker New Liberty Standard, a una tasa de
1.309,03 bitcoins por US$1.
El
año siguiente se dio la primera operación de compra de un producto en el mundo
real: se trató de una pizza. Laszlo Hanyecz, un programador de la
Florida, colocó un mensaje en la red “Bitcoin Talk” invitando a alguien a que le vendiera dos pizzas,
o hechas por el vendedor o adquiridas a una cadena. El objetivo era simplemente
experimentar si el intercambio era posible.
El
resultado fue una venta por 10.000 bitcoins para una pizza que al proveedor le
costó US$40 en Papa John’s. Esos 10.000 bitcoins hoy valen US$20 millones. Por esta vía, el
bitcoin pasó del mundo virtual al real. En ese momento costaba cada moneda
virtual US$0,003. Hoy están en circulación más de 16 millones de bitcoins, que
alcanzaron una cotización por unidad cercana a los US$2.900 y una
capitalización de más de US$40.000 millones (ver infografía).
“Claramente (el bitcoin) tiene
tal valor, porque fue directamente intercambiado por otros bienes, incluidos
dólares. Esto provee la liquidez inicial, que ayuda a convertirlo en
medio de pago”, explican Laura Davidson y Walter E. Block en su estudio
Bitcoin, el teorema de la regresión y la aparición de un nuevo medio de
intercambio.
Así,
producto de un programa digital, Nakamoto había logrado resolver el problema,
porque ahora el bitcoin, tal como ocurrió con el oro en algún momento, se
convirtió en un nuevo activo que sirve para intercambiar cosas, sin la
necesidad de un intermediario como un Banco Central, una entidad financiera
o un sistema de pago de bajo valor; este es un cambio histórico, un experimento
que muestra cómo las personas atribuyen valor de intercambio a un bien y lo
empiezan a utilizar para sus transacciones diarias.
¿Es una moneda?
Esta
revolución y experimento social exitoso ha puesto contra las cuerdas tanto a
autoridades como a expertos. La creación de un activo que ha adquirido
valor de intercambio representa un desafío, pues en primera instancia es
difícil de catalogar. Muchos
se preguntan si es una moneda, si es un vehículo de inversión o, simplemente,
un sistema de pagos.
El superintendente Financiero, Jorge Castaño, señaló que
el bitcoin no es una moneda ni un medio de pago. “Es un activo más, como cualquier otro activo intangible.
Este es un activo virtual, que puede acumular o desacumular valor”,
explicó. Esta idea es irrefutable, pues actualmente las monedas de curso legal
son las que determinan los propios Estados en representación de sus pueblos. En Colombia, la Constitución
establece que el Congreso debe determinar la moneda legal y el Banco de la
República debe emitirla y regularla. En Estados Unidos es el dólar y en la
Unión Europea, el euro, etc.
Así,
el bitcoin no puede ser comparado con una moneda legal de cualquier país,
pues hasta el momento, ninguna nación la ha adoptado como su moneda de curso
legal. El superintendente Castaño señala que, como cualquier activo, las monedas virtuales están
supeditadas al cumplimiento de todas las obligaciones legales: primero, deben
ser reportadas en los balances de las personas que lo adquieran y, segundo,
debe pagar impuestos tales como renta o patrimonio o cualquier otro que genere.
Por eso quienes compren o vendan bitcoins deben indagar sobre las obligaciones
tributarias y de reporte que genera este activo.
Desde esa perspectiva hay que mirar al bitcoin por el
momento: un activo que puede ser adquirido a través de un sistema. Para hacer una inversión en él
es necesario verificar quién ofrece el servicio y qué condiciones de garantía y
seguridad ofrece.
Beneficios innegables
Jorge Sicilia, economista jefe del Grupo BBVA, considera
que la tecnología blockchain (protocolo informático que sustenta el bitcoin) es muy positiva para el
consumidor porque permite una trazabilidad de operaciones a un costo reducido.
“Permite hacer muchas operaciones de forma más barata: desde comprar una
acción, enviar remesas o pagar cupones hasta realizar cambios de monedas.
Es una tecnología ‘rompedora’ y nosotros estamos muy interesados en ella, pues
nos parece que es una manera de mejorar los servicios que damos a nuestros
clientes”, sostiene.
Si
bien el experto le ve futuro a esa tecnología para facilitar las transacciones,
explica que no le ve futuro al bitcoin como moneda, porque se requeriría
que su oferta se pudiera aumentar si sube la demanda, y no es el caso, pues su
oferta es finita: la cantidad máxima que habrá de bitcoins es de 21 millones;
actualmente, hay 16 millones en circulación.
“Además,
todas las monedas deben ser de valor de intercambio y, aunque en teoría, si en
todas partes se permitiera el pago con bitcoin aumentaría la demanda por esta
criptomoneda y, al no haber suficiente, el ajuste se tendría que hacer en el
precio de los activos que se compran con bitcoins, lo que llevaría a una
deflación. Incluso si se supera esa barrera, bitcoin tiene otro problema y es
que es muy volátil, y como depósito de valor es peligroso, pues así como se
puede ganar el ciento por ciento, se puede perder todo”, reitera.
Delitos asociados al bitcoin
Las
autoridades mundiales han analizado el asunto del bitcoin para advertir sobre
los riesgos de delitos en torno de estas operaciones. Si bien el
protocolo en el que se fundamenta esta moneda virtual es una verdadera
innovación que abre enormes posibilidades, también es cierto que muchos pueden utilizarlo para
propósitos delictivos. Estos son algunos casos señalados en el informe
Serious and organised crime threat assessment (Socta), de la Oficina Europea de
Policía (Europol).
Traficantes
de armas utilizan internet para venderlas. Según el Socta 2017, en
diciembre de 2016 las autoridades eslovenas arrestaron a dos sospechosos
acusados de vender armas
como rifles automáticos, granadas de mano y de humo y municiones. Las armas fueron pagadas con
bitcoins.
El
secuestro de datos se ha vuelto una operación tradicional en el mundo del
cibercrimen. Las autoridades europeas alertan que los pagos para liberar
la información se deben hacer en bitcoins.
Las autoridades europeas también han advertido que el
bitcoin se podría convertir en un vehículo para lavar activos derivados de actividades ilícitas como
el narcotráfico y el terrorismo.
En
Colombia, los bitcoins han sido utilizados para atraer incautos y utilizarlos
en la conformación de pirámides y otras formas de estafa.
La tecnología
Pero si bien esta innovación ha sido vista con buenos
ojos por algunos, otros creen que también implica muchas amenazas. Por ejemplo,
en Colombia las monedas
virtuales ya han sido utilizadas para timar a los incautos.
Alejandro Beltrán Torrado es el CEO de SurBTC Colombia,
una compañía que ofrece asesoría en tecnología de criptomonedas. Para él,
prueba de que el bitcoin
es una oportunidad de innovación para la transferencia de valor está en el
hecho de que Japón decidió aceptarlo como medio de pago y le estableció reglas
específicas. Esto fue así a pesar de que en 2014 se dio el mayor robo de
bitcoins a la firma japonesa MT Gox, por fisuras en sus sistemas de seguridad.
“Aún así, las autoridades japonesas decidieron avalar el bitcoin”, comentó Beltrán.
“Estamos en una coyuntura
legal bastante complicada y, si cae una pirámide, satanizan el vehículo y no a
quien lo manipula”, señaló al ratificar que esta innovación es muy
válida y lo que es necesario es perseguir a quienes la utilizan como herramienta de fraude.
En
el caso de Colombia ya hay al menos 14 establecimientos de comercio
–particularmente hostales y desarrolladores de paquetes turísticos de tamaños
pequeños– que reciben estos instrumentos, aunque no hay entidades
vigiladas de gran tamaño que lo hagan; algunas aseguradoras y otras entidades
han preguntado al Gobierno por la posibilidad de desarrollar este mecanismo.
Esa posibilidad ya ha sido desechada por el momento.
¿Inversión?
En
Colombia las alertas se encendieron a raíz de algunos casos que se han
convertido en ciberestafas. Uno, el más mediático, fue el de una empresa
llamada Me-Coin que, como han relatado algunos medios, defraudó a más de 5.000
inversionistas, no solo de Colombia sino también de otros países de la región,
que habrían perdido cerca de US$200 millones que consignaron a esta empresa
para que comprara bitcoins, con
la promesa de generar intereses hasta de 50% mensual a los inversionistas
que se la jugaron en momentos en que el precio del activo crecía.
Como sucede en todos estos esquemas, inicialmente la
compañía hizo los pagos de las rentabilidades generando confianza en sus inversionistas, pero con el
paso de los días estos dejaron de recibir notificaciones. La última que
llegó por parte de la empresa es que sus sistemas habían sido hackeados y los bitcoins desaparecieron,
al igual que los socios de la empresa.
Aunque este caso está siendo investigado por la Dijín y
la Fiscalía, lo cierto es que ante las autoridades y entidades de vigilancia
–como las Superintendencias de Sociedades y Financiera– no se han reportado
quejas ni denuncias.
Pero
aún si las entidades oficiales intervinieran, ya quedó claro que la
responsabilidad inicial es de los propios inversores, quienes tienen que
hacer la debida diligencia para tomar una decisión.
El país enfrentó en el pasado reciente enormes desafíos
por cuenta de malas decisiones de inversión entre muchas personas que se
afectaron por llevar sus ahorros a esquemas piramidales. Muchos de esos inversionistas
terminaron demandado a la Nación convencidos de que es el Estado el que debe
garantizar toda decisión que se adopte con el dinero.
Sin embargo, este tipo de iniciativas jurídicas están saliendo perdedoras ante los
estrados judiciales. En la última semana de junio se conoció el fallo
del Juzgado Segundo Administrativo de Popayán que eximió a la Nación de
responsabilidad frente al caso de las pirámides, al negar más de 73.000
pretensiones que le hubieran representado al país $20 billones. Esta sentencia
deja en evidencia que es
necesario un cambio en la cultura y mentalidad de los inversionistas que toman
los caminos del dinero fácil.
“La
Constitución establece libertades económicas para los ciudadanos. Lo que
queda claro luego del fallo es que el dueño de los recursos, en el ejercicio de
la libre inversión, es quien define cómo y dónde quiere invertir y qué riesgos
asume. El Estado no es una garantía de estas transacciones económicas y es
responsabilidad de los individuos”, explica Castaño, de la Superfinanciera.
Las razones de preocupación entre las autoridades van en
dos sentidos: una, que el
país parece no aprender de experiencias recientes, como el caso de las
pirámides de DMG o DRFE, o los esquemas creados en el negocio de
libranzas, donde los inversionistas buscaron ganar plata fácil y rápida; y dos,
el alto riesgo que estas operaciones y los recursos terminen vinculados con
lavado de activos y otras actividades ilícitas como el terrorismo o el
narcotráfico.
La Superintendencia Financiera expidió el pasado 22 de
junio la circular 52 en la que
advierte sobre los riesgos potenciales asociados a las operaciones realizadas
con monedas electrónicas, criptomonedas o monedas virtuales.
También afirma que el pseudoanonimato, la dificultad para identificar a
los beneficiarios finales, la poca trazabilidad y la falta de respaldo por
parte de los bancos centrales “llevaron a que el Grupo de Acción Financiera
Internacional y la Oficina Europea de Policía señalaran que las operaciones
realizadas con monedas electrónicas, criptomonedas o monedas virtuales pueden
llegar a ser un instrumento para facilitar el manejo de recursos provenientes
de actividades ilícitas relacionadas, entre otros, con los delitos fuente del
lavado de activos, la financiación del terrorismo y la proliferación de armas de
destrucción masiva”, señala el superintendente Financiero.
Por su parte, la Superintendencia de Sociedades también
ha advertido sobre los riesgos a los que se exponen los inversionistas al
invertir en monedas que no han sido aceptadas como legales en el país y ha
lanzado un aviso de precaución sobre los denominados “clubes de inversión”: grupos promovidos por
personas naturales que se
hacen pasar como expertas en monedas virtuales con el único fin de
convencer a incautos inversionistas para que entreguen su dinero sin ningún
tipo de soporte.
“Estos supuestos
asesores prometen a los
inversionistas administrar sus apuestas en las plataformas de inversión y
generar rendimientos mayores a los que obtendrían si apostaran directamente su
dinero”, advierte Francisco Reyes Villamizar, superintendente de
Sociedades. La entidad, además, señala que en Colombia no hay compañías
multinivel autorizadas a transar este tipo de activos y que existen personas y
empresas que, bajo seudónimos, organizan foros y encuentros privados en
distintas plataformas tecnológicas para evitar ser rastreados.
En abril del año pasado, la Supersociedades había lanzado
alertas sobre el uso de métodos no tradicionales para realizar transacciones
monetarias vía internet. En ese momento advirtió sobre el Onecoin, que se
publicitaba en internet, pero que no estaba ni vigilado ni regulado.
Sin
lugar a dudas, las monedas virtuales van a seguir dando de qué hablar a los
ciudadanos y las autoridades. Primero, porque, como ya se dijo, se convirtió en una forma de
hacer transacciones sin intermediarios y, segundo, porque siguen siendo
muchas las dudas en torno a esta innovación.
El
bitcoin en particular y las monedas virtuales en general son realmente una
innovación y una revolución porque lograron, primero, superar el error técnico
de las duplicidades en la transferencia de información y, dos,
convertirse en activos para llevar valor sin intermediarios, ese es un hecho
histórico que no se puede negar. La segunda conclusión es que los
inversionistas deben asesorarse con verdaderos expertos en el tema y cumplir con la debida
diligencia antes de tomar una decisión; si no lo hacen, es mucho lo que está en
juego.
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