Estamos
rodeados de un liderazgo ineficaz. En muchas empresas se piensa que nos
enfrentamos a una crisis de liderazgo.
Creo
que parte del problema de liderazgo es sencillamente lingüística.
Esa “obligada obediencia” – ya sea forzada por ejecutar las evaluaciones de
desempeño, la presión por alcanzar metas, la amenaza del rendimiento, u otros
medios –, no califica como liderazgo y los ejecutivos en este aspecto
tienen una baja calificación. Su trabajo, después de todo, es la dirección.
Y, aunque los empleados pueden elegir libremente ser
parte o no de una empresa, hay
pocas opciones al elegir a quién seguir, pues jefe solo hay uno.
Las empresas se encuentran en la era de la eficiencia,
por ende, ahora prima el
buen liderazgo, la proyección y la toma de decisiones críticas sobre la
“productividad”, por eso los gerentes ahora son más vulnerables y
reemplazables, pues es mejor ser líder que gerente.
Todos los asuntos relacionados con el desarrollo del
liderazgo dentro de las organizaciones han venido creciendo con los años y su
popularidad es cada vez mayor, tanto así, que la alta dirección ahora se reconoce y autodenomina
“equipo de liderazgo”. Los gurús y grandes oradores del liderazgo son
ampliamente solicitados, pues la base fundamental en nuestros días es: "Enseñar cómo conducir
organizaciones y equipos para lograr los resultados de negocio”.
De esta industria creciente nacen subproductos como lo es la etiqueta de líder,
que ahora puede aplicar para todo el mundo, sin comprender realmente lo que
significa y la trascendencia que tiene. Por esta razón la espiral del término ha ido descendiendo
y desencantando, pues ahora cualquier persona puede ser llamada “líder”,
o se autodenominan así para parecer más interesantes, pero luego nos sorprendemos –conmocionados– cuando
no logran liderar.
Sin embargo, es sencillo comenzar a revertir esta triste
realidad a través de un lenguaje preciso: dejemos de llamar a la gente “líder” hasta que demuestren
que realmente merecen la denominación.
Para ayudar al lenguaje que usamos, haré una serie de
distinciones sobre el término:
El
liderazgo se basa en el comportamiento y es independiente del rol o rango.
Solo porque alguien tiene una oficina despampanante o un
título rimbombante a la entrada, significa automáticamente que tiene la
capacidad de liderar. Ciertos cargos pueden venir con la expectativa de que
quienquiera que los ostente implícitamente será capaz de dirigir, pero es un
error grande, pues he conocido y trabajado con CEOs que cayeron rápidamente por su incapacidad de liderar
y muchos líderes que fueron opacados en las profundidades del organigrama.
"Líder"
es una investidura ganada, no tomada.
El Dr. Leonard Marcus, co-director y fundador del “National
Preparedness Leadership Initiative” NPLI, defiende lo que él llama la
definición más corta del mundo sobre el liderazgo: “La gente te sigue”. No importa cómo una persona
se autonombre, ésta no está dirigiendo si nadie le sigue, el liderazgo es tanto
de a quién seguir y quienes te siguen.
El
liderazgo es más sobre el por qué que el qué.
Las personas que llevan a cumplir los números
trimestrales y objetivos de producción son quizás grandes gerentes y merecen
ser recompensados, pues es
un reto hacer las cosas y hacerlas bien. Pero no siempre viene
acompañado de empleados satisfechos, pues cuando no se profundiza en descubrir quiénes están detrás
de esos números, los buenos resultados serán temporales.
Cuando los empleados están implicados con el propósito y
la misión de la organización descubriremos quienes están liderando realmente.
Por ello, la dirección y
el liderazgo deben ser habilidades complementarias; los líderes fuertes saben, al
menos un poco, sobre cómo dirigir y los gerentes fuertes saben algo acerca de
cómo liderar.
Parece simple el juego de términos, pero traducirlos en el día a día
es más difícil de lo que parece, un líder tiene su atractivo para los demás y
tiene claro su referente aspiracional, eso le permite trabajar en contextos
privados, públicos y de sectores sin fines de lucro. Estas
características son las que lo vuelven “tan seductor”, pero una vez que el
líder logra seducir y convencer, tiene la “facultad” de romper el corazón de
sus seguidores si no se conduce adecuadamente.
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