La
mayoría de los colombianos prefieren sacar su plata de los cajeros automáticos
para luego hacer consignaciones bancarias, transferencias y pagos de toda
clase.
Mientras
que un sueco realiza al menos un pago electrónico cada día, es decir, una
transacción sin dinero físico de por medio, en Colombia una persona hace este
mismo ejercicio, pero solo una vez por mes.
La
verdad, aunque dolorosa, es que en esta materia solo estamos por encima de
India, en un grupo de 14 países que incluye a Canadá, Rusia, Sudáfrica, Turquía
y cinco vecinos latinoamericanos más, entre otros.
A los colombianos nos cuesta trabajo desprendernos del
efectivo, y más aún dar el
paso definitivo hacia la banca digital, no obstante los beneficios de
esta en materia de seguridad, ahorro de tiempo, costos y eficiencia.
Y no es por falta de canales o dificultades en el acceso
al sistema bancario. Es más, en
Colombia, ocho de cada 10 personas tienen al menos un producto
financiero, no en vano hay 26 millones de tarjetas débito, 15 millones más de
crédito, que se pueden usar como medio de pago; 365.000 datáfonos, cerca de
100.000 corresponsables bancarios y cientos de aplicaciones para hacer
transacciones electrónicas gratis.
Pese a esto, la inmensa mayoría de los colombianos prefieren sacar su plata de los
cajeros automáticos para luego hacer consignaciones bancarias, transferencias y
pagos de toda clase.
Es más, el cajero automático es considerado la principal
fuente de abastecimiento de dinero para las personas, por encima de su salario.
En promedio, tres veces
por mes acuden a estos y retiran cerca de 600.000 pesos cada vez.
No son simples afirmaciones. El 97 por ciento de las compras cotidianas de los
colombianos se efectúan en “dinero contante y sonante”, revela un
reciente análisis del Banco de la República, y las razones de este
comportamiento pasan por la poca aceptación que hay en el comercio de los
medios de pago debido a
los costos e impuestos asociados a estos, así como por la falta de confianza de
los usuarios frente a los recursos tecnológicos y a que “encuentran en
el efectivo un instrumento ampliamente aceptado, fácil y rápido de usar, además
de conveniente para controlar los gastos”.
Sin
ir muy lejos, los almacenes por departamento, supermercados y tiendas de ropa y
calzado son los comercios donde los colombianos usan menos efectivo. Sin
embargo, el nivel de pago con este medio supera con creces el de las tarjetas
(débito y crédito), pues alcanza el 73,3, el 89,7 y el 88,5 por ciento,
respectivamente, lo cual es muy revelador.
En esas decisiones de pago intervienen múltiples
factores. En su análisis ‘¿Cómo pagan los colombianos y por qué?’, los
investigadores del Banco de la República advierten que para los usuarios es fundamental el balance
costo-beneficio a la hora de utilizar los canales electrónicos, sin
dejar de lado el acceso a los productos y servicios financieros, un aspecto que
juega un papel fundamental en la toma de decisión al momento de efectuar un pago.
María Cristina González Saravia, docente de la facultad
de Sicología de la Universidad de La Sabana, sostiene que más que un apego en sí al
dinero, lo que se debe ver es que una persona actúa o gestiona por prioridades,
es decir, por aquello que es más importante y necesario para ella bajo un
contexto económico determinado, y es esa la dimensión en la cual se debe
analizar lo que está pasando con el modo como los colombianos utilizamos el
dinero en efectivo.
“Cuando se trata del contexto colombiano pesa la
percepción de riesgo de pérdida de recursos, el costo de vida y hasta la
situación laboral del individuo. Las personas optan por el mecanismo que tenga el menor costo posible,
y el efectivo lleva la delantera frente a otros medios de pago en ese sentido”,
dice la experta.
Acceso
a productos
Eso es en parte lo que explica por qué solo el 3 por ciento de los
gastos de los colombianos van con cargo al llamado dinero plástico o tarjetas.
Sin duda, el asunto de los costos asociados pesa, incluso
en la decisión de acceder
a un producto o servicio que les haga más fácil y seguros sus pagos.
Para el grupo de investigadores del Emisor, el acceso a
los productos financieros está relacionado con factores socioeconómicos como el ingreso, la educación
y la formalidad del trabajo del lado de los consumidores urbanos.
Pero agregan que sus percepciones sobre los altos costos
y limitada conveniencia de estos, la desconfianza en el sistema financiero, así
como factores distorsionales como
el 4 por 1.000 están asociados con que aún cerca de una tercera parte de los
consumidores urbanos no tengan cuentas de depósito y accedan al efectivo
como pago directo de su salario.
“Entre aquellos que tienen acceso a estos servicios, pocos los usan debido a que
encuentran en el efectivo un instrumento bastante aceptado, fácil y rápido de
usar, y conveniente para controlar sus gastos”, señalan los expertos.
La investigación señala que a medida que el medio de pago
es más sofisticado, su acceso y uso por las personas es más restringido y
difícil; caso particular, el de las billeteras y monederos electrónicos.
González Saravia, redondeando la explicación, insiste en que para entender
bien estos comportamientos es necesario también el entorno del consumidor, su
perfil y ver que hay momentos temporales que pasan y cambian cuando hay mayor
estabilidad de la situación.
“El
apego (al dinero) puede ser por cuestión de hábitos y tradición porque ello
proporciona seguridad y la libertad de poder elegir”, dice la experta.
Pautas
para una mayor aceptación de las tarjetas
Pero, en esta ecuación, el papel del comercio también es
clave porque al final son estos los que deben complementar la oferta del
sistema financiero, y ahí se presenta un desbalance, en la medida en que la aceptación de otros medios
de pago distintos al efectivo se mantiene limitada.
Lo que hallaron los analistas del Banco de la República
es que, si bien los comerciantes, sobre todo los pequeños, ven las bondades de
aceptar medios de pago electrónicos, tienen reservas frente a ciertos aspectos que les pegarían a sus
ingresos. Por eso, muchos
prefieren mantenerse al margen de esas alternativas.
Señalan que el limitado tamaño del negocio, los bajos valores de cada transacción, el escaso margen de ganancia
y holgura financiera, la
baja educación de los comerciantes, la deficiente disponibilidad de información, la complejidad en el acceso a
productos transaccionales, así como la percepción de elevados costos de acceso y
expectativas de mayores
cargas tributarias forman
parte de las razones que mantienen a esos negocios pequeños muy frecuentados
por la gente al margen de estos servicios.
Pero ¿cómo voltear la balanza para que en los comercios
haya mayor aceptación de esos medios de pago y, por esa vía, hacer que los
consumidores los utilicen?
“Nuestros hallazgos sugieren que estas fuerzas están presentes y disponibles
para entrar a operar si la industria bancaria y de tarjetas de pago adoptan una
visión de adopción, uso y aceptación acelerada, generando incentivos adecuados
a consumidores y comerciantes en términos de seguridad, conveniencia y costos
moderados”, advierten los investigadores del Emisor.
Además, consideran necesario implementar estrategias encaminadas a que los
comercios consideren las ventajas (de los medios de pago electrónicos)
en términos de competitividad, eficiencia y posible aumento en sus ventas.
Lo anterior, señalan, vendrá acompañado de la posibilidad de tener buena
información y asesoría sobre los productos financieros transaccionales de las entidades,
además de que se contemple la posibilidad de acceder a otros productos y
servicios que pueden generar importantes retornos en términos de afiliación y
profundización en el uso de instrumentos de pago, más allá de las tarjetas
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