VIRÚ,
Perú – El desierto ahora florece. Moras azules crecen en la arena hasta tener
el tamaño de pelotas de ping-pong. Los cultivos de espárragos se
extienden a lo largo de varias dunas y desaparecen en el horizonte.
Los
productos del desierto son enviados a lugares como Dinamarca o Delaware,
Estados Unidos. La
electricidad y el agua potable ahora alcanzan pueblos que antes no tenían
acceso. Muchos agricultores se han mudado a la zona desde las montañas, en busca de nuevas oportunidades
en esta tierra.
Puede que suene como un proyecto de desarrollo perfecto,
pero la razón por la cual fluye tanta agua por este desierto es que un glaciar en la cima de
las montañas está derritiéndose.
Y puede que la bonanza no dure mucho más.
“Si
desaparece el agua, tendremos que regresar a como era antes”, dice
Miguel Beltrán, un agricultor de 62 años a quien le preocupa qué sucederá
cuando vuelva a reducirse la cantidad de agua a la que tienen acceso.
“La tierra estaba
desierta y la gente, hambrienta”.
El
cambio climático ha sido una bendición aquí en Perú, pero pronto podría
volverse una maldición. En las últimas décadas, el deshielo glaciar en
los Andes ha generado una
fiebre de oro en la parte baja del río, al resultar en la irrigación y cultivo de más
de cuarenta mil hectáreas de tierra desde los años ochenta.
Pero es un beneficio temporal: el flujo de agua ya se ha reducido y los
expertos estiman que la capa de hielo habrá desaparecido para 2050.
A lo largo del siglo XX varios proyectos públicos de
desarrollo enormes, implementados desde Australia hasta países en África, han intentado dirigir agua hacia
tierras áridas. La parte sur de California, Estados Unidos, era matorral
hasta que llegó agua por medio de canales, con lo que se desató la especulación
sobre el valor inmobiliario en las llamadas “Guerras de agua” que son
retratadas en la película de 1974 Chinatown.
Sin embargo, el cambio climático amenaza estos proyectos al reducir la extensión de
los lagos, diezmar los acuíferos y disminuir los glaciares que alimentan los
cultivos. En Perú, el gobierno irrigó el desierto y lo convirtió en
tierra arable por medio de un proyecto de 825 millones de dólares que, para
dentro de unas décadas, estará en seria amenaza.
“Estamos
hablando de la desaparición de torres de agua que está congelada que han dado
sustento a poblaciones grandes”, dijo Jeffrey Bury, profesor de la
Universidad de California en Santa Cruz que ha dedicado años al estudio del
deshielo de glaciares y sus efectos en la agricultura peruana. “Esa es la gran
pregunta respecto al cambio climático en estos momentos”.
La
situación ha preocupado a Perú por mucho tiempo. La civilización moche
hizo grandes proyectos hidráulicos y construyó ciudades en el mismo desierto
peruano, pero terminó por
colapsar conforme se elevó la temperatura del Pacífico, lo que mató a
peces y provocó inundaciones severas, de acuerdo con arqueólogos.
Ahora
la amenaza es la disminución en los niveles de agua. Más de la mitad de
Perú yace sobre las cuencas del Amazonas, pero pocas personas están asentadas
ahí. La mayoría están en la costa árida, lejos de la lluvia que abunda en la cordillera de los
Andes. Esta región, que incluye Lima y en la que vive el 60 por ciento
de la población peruana, solo
alberga el dos por ciento del abasto de agua.
Los
glaciares son la fuente acuífera para la mayoría de la costa durante la
temporada seca de Perú, que se extiende de mayo a septiembre. Pero la
capa de hielo de la Cordillera Blanca, que por mucho tiempo ha sido la fuente
de abasto del proyecto de irrigación Chavimochic, se ha reducido en 40 por ciento desde 1970 y se achica a
un paso cada vez mayor. Según científicos, en la actualidad pierde unos
nueve metros por año.
Los agricultores a lo largo de la cuenca que va desde los
picos hasta las dunas desérticas dicen que ya empiezan a notar los efectos.
La disminución de las capas de hielo ha expuesto tramos
de metales pesados que estuvieron debajo de los glaciares durante milenios,
como plomo y cadmio, de acuerdo con los científicos. Esos metales ahora están chorreando hacia las
fuentes acuíferas, lo que ha enrojecido los ríos, ha envenenado a ganado y
cultivos, y ha vuelto imbebible el agua.
Cosecha de espárragos en Trujillo. Con suficiente agua y
fertilizante, los espárragos pueden crecer directamente en la arena.
Las
temperaturas en el área se han disparado, lo que también ha resultado en cambios
extraños a los ciclos de cultivo, según dicen los agricultores locales.
A lo largo de la última década ha sido posible cultivar el maíz –que desde la
era prehispánica solo crecía una vez en las montañas– en dos o hasta tres
ciclos.
Para personas como Francisco Castillo eso implicaría más
ganancias, si no fuera porque ahora cunden más las pestes por el aire cálido.
En el caso de Castillo, quien planta maíz y arroz cerca
de la desembocadura en Chimbote del río Santa, una lombriz fue la plaga que lo asedió a él y a sus
vecinos. A principios de los años dos mil comenzó a devorar sus
cultivos.
Y,
el año pasado, llegaron los roedores.
“Este no era un lugar donde había ratas”, se lamentó
Castillo.
Para Justiniano Daga, agricultor de 72 años, el punto de quiebre para sus
cultivos de algodón fue cuando las hormigas se comieron los capullos.
Este año decidió plantar caña y recorrer su producción a una mayor altura,
donde hace más frío.
“Pero ahí también llega la peste” conforme aumentan las
temperaturas, según dijo Daga.
La
primera fase del proyecto comenzó en 1985 con un canal de 80 kilómetros de
largo que irrigaba un valle y proveía electricidad por medio de una planta
hidroeléctrica. A principios de los noventa, Perú comenzó con la segunda
fase, para irrigar dos valles más y que creó una planta de tratamiento de agua
que le daba servicio al 70 por ciento de la población de la zona.
En
total más de cuarenta mil hectáreas de desierto se volvieron cultivables.
La
temperatura en el sitio de los glaciares aumentó entre 0,5 y 0,8 grados Celsius
entre los años setenta y principios de los 2000, lo que, según Portocarrero,
causó que se acelerara la tasa de retroceso de esos glaciares de la Cordillera
Blanca.
“Cada año hay
menos agua; cada día hay menos agua”, dijo Portocarrero.
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