En el actual escenario macroeconómico, la principal fuente de riqueza
de las empresas es su capital humano. Es decir, el talento, la creatividad, la
pasión, la motivación y la inteligencia de las personas que trabajan en ellas.
Más que nada porque es lo único que no puede copiarse, automatizarte ni
digitalizarse ni tampoco deslocalizarse a países emergentes con mano de obra
más barata.
Y dado que cada vez más funciones profesionales no
requieren de rutinas laborales, en las empresas más vanguardistas ya no son
necesarios los jefes autoritarios. Esencialmente porque a los colaboradores ya
no se les paga por obedecer órdenes ni están sujetos a horarios rígidos. Ahora lo importante es que
cumplan unos determinados objetivos. De ahí que dependan enteramente de su
capacidad para pensar por sí mismos.
Como
consecuencia directa, las compañías más progresistas están cambiando su
funcionamiento interno, empezando por confiar en las personas a las que
contratan. Simplemente procuran elegir a la gente adecuada. Es decir, profesionales con talento,
comprometidos con el propósito de la compañía. Ya no hay que motivarlos a base de premios o
castigos. Vienen motivados de casa. Y a menos que la función lo
requiera, no se les obliga
a estar presentes ocho horas al día en un mismo lugar físico. En el
momento que la empresa siente que ha de controlar a alguno de sus colaboradores
es que ha cometido un error al contratarle. Cuando la compañía aprende a fichar a gente con talento y
responsable ya no necesita jerarquía ni control.
Al tener muy clara cuál es su aportación de
valor, no importa dónde, cuándo y cómo el colaborador desempeñe su labor. Si lo prefieren, las personas
pueden trabajar desde casa. Se acabaron las largas, aburridas y
estresantes reuniones. La
tendencia apunta a que los encuentros físicos se realizarán cuando sea
estrictamente necesario. Así se reducirán notablemente las discusiones y
demás conflictos emocionales, tan presentes en las relaciones laborales de hoy en día.
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