La
corrupción es una cultura que, desafortunadamente, ha penetrado hasta los
tuétanos la población y la democracia en muchos países del mundo.
La ‘calentura no se encuentra en las sabanas’. La
corrupción es una cultura que, desafortunadamente, ha penetrado hasta los
tuétanos la población y la democracia. El sistema es frágil para combatirla y se requerirán años
de educación y denuncia para superarla, así como la comprensión por
parte de los electores, porque no se vota para usufructuar las mieles del
clientelismo, sino en beneficio de la sociedad y de los objetivos colectivos.
La
verdad lo que desconcierta no es precisamente la corrupción y la existencia de
corruptos, más bien las nutridas redes de admiradores y colaboradores de esos
delincuentes, ya sea por nexos familiares, otorgamiento de contratos o
nombramientos para favorecer intereses políticos, o, simplemente, fortalecer
las simpatías hacia los más ‘astutos’.
Si no me creen asistan a una audiencia de un juez de
garantías, en la cual la Fiscalía notifica de una investigación o solicita
privar de la libertad a uno de estos individuos, ojalá en un pueblo o en una
ciudad pequeña. Se
encontrarán con una multitud que apoya a su corrupto, puesto que le deben
mucho, lanzan arengas, denuncian persecución política e identifican a los
acusadores: son traidores al pueblo, “sapos” indeseables, los insultan y
persiguen, cuando no los amenazan o los asesinan.
Si por casualidad el juez respectivo no dicta medida de
aseguramiento, lo cual no significa que no haya motivos para juzgarlo, los
áulicos estallan en júbilo, se prenden los voladores, fluyen ríos de cerveza y
se declara que es un triunfo contra la injusticia y la calumnia. Se embriagan las masas y
amedrentan a acusadores y al resto de la población que asiste temerosa al
espectáculo.
Después vienen las marrullas: contratación millonaria de abogados, eso sí, en la
mayoría de los casos, con acceso a los servidores de la justicia, el cambio de
testigos y, cuando se trata de un funcionario, electo democráticamente,
todos los manejos para nombrar a alguien de una terna del mismo partido que
pueda desaparecer, o cambiar la información, o influenciar las personas que
respaldan las acusaciones. En
la mayoría de los casos, hasta ahí llega todo e, incluso, los funcionarios
regresan a sus cargos, triunfales y pletóricos, con más poder y mayor cinismo.
Cuando, por casualidad, o por efecto de las denuncias,
los hechos muestran que la evidencia es el criterio de la certeza, viene el
carrusel de ‘delaciones’. Corruptos
acusando a sus iguales para obtener impunidad o rebaja de penas. No
hacen justicia los jueces, sino los delatores. La verdad se desvanece entre
tanta falsedad. Casa por
cárcel, y al final unos pocos años después, no se repara a la sociedad y los
culpables quedan libres para disfrutar de los beneficios de sus actos
delictivos.
La
cultura de la corrupción es multifacética, camaleónica. Pero siempre es el mismo ‘perro
con distinto lazo’. El problema es de la educación, de la escuela, de los
maestros, de la familia, del ejemplo diario. Para crear una nueva cultura es
necesario un real ‘pacto social’ por la verdad y la justicia. Los farsantes de oficio: ‘los
mismos con las mismas’, continúan ganando y los electores siguen, hasta ahora,
eligiendo a los que ‘digan ellos’.
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