La
serie de arrestos que ordenó el príncipe heredero encerró a decenas de sus
figuras más influyentes, incluidos once de sus primos reales, en la que para el
domingo pareció ser la transformación más radical en la forma de gobierno del
reino durante más de ocho décadas.
Los arrestos, ordenados por el príncipe heredero Mohamed
bin Salmán sin acusaciones
formales ni procedimientos jurídicos, se presentaron como medidas enérgicas contra la
corrupción. Lo mismo arrestaron al inversionista más rico del reino, el
príncipe Alwaleed bin Talal, que a su rival al trono más poderoso: el príncipe
Mutaib bin Abdalá, un hijo favorito del difunto rey Abdalá.
Mutaib bin Abdalá había sido retirado de su puesto como
jefe de un importante servicio de seguridad horas antes de que los arrestos.
Se
prohibió a todos los miembros de la familia real salir del país, según dijeron
el domingo funcionarios estadounidenses que daban seguimiento a los acontecimientos.
Con estos nuevos arrestos, Mohamed bin Salmán, el hijo
favorito y asesor principal del rey Salmán, parece haberse hecho del control de los tres servicios de
seguridad sauditas: el ejército, los servicios de seguridad interna y la
guardia nacional. Durante décadas, estos poderes se habían distribuido
entre las ramas del clan de la casa de Saúd para conservar el equilibrio del
poder en Arabia Saudita, el mayor productor de petróleo del Medio Oriente y un
importante aliado de Estados Unidos.
Con
estas medidas, el príncipe heredero ha amedrentado a los empresarios y la
realeza en todo el reino al desmantelar al gigante indiscutible de las finanzas
sauditas. Durante las últimas semanas ha ordenado tantos arrestos de alto perfil de
intelectuales y clérigos que lo que queda de la clase dirigente de académicos y
religiosos podría estar lo suficientemente asustada para que acepte su
voluntad.
Los académicos apolíticos que solían hablar libremente en
cafés ahora miran nerviosos a sus espaldas, ya que Mohamed bin Salmán ha
alcanzado un grado de dominio que ningún gobernante había logrado en
generaciones.
“Es
el golpe de gracia al viejo sistema”, comentó Chas W. Freeman,
exembajador estadounidense. “Se acabó. Todo el poder ahora se concentra en las manos de Mohamed
bin Salmán”.
No quedó claro de inmediato por qué el príncipe heredero
actuó ahora: para eliminar
la oposición a futuro o quizá para aplastar alguna amenaza que se estaba
gestando ante sus ojos.
A los 32 años, tuvo poca experiencia en el gobierno antes
de su padre, el rey Salmán, de 81 años, que ascendió al trono en 2015; además, el príncipe ha
demostrado tener poca paciencia para el ritmo del cambio —que antes era
calmado— en el reino.
El príncipe Alwaleed bin Talal en Riad en 2014. Él es mejor
conocido por sus inversiones en compañías occidentales de marcas reconocidas.
Credit Foto del pool por Fayez Nureldine
El
príncipe Salmán ha conducido a Arabia Saudita a un prolongado conflicto en
Yemen y a una amarga enemistad con su vecino del golfo Pérsico, Catar.
Se ha enfrentado a una élite empresarial acostumbrada a subsidios estatales y
al derroche al dar a conocer planes radicales para rehacer la economía saudita,
disminuir su dependencia del petróleo y depender, en cambio, de la inversión
extranjera. Además, se ha
puesto en guardia contra los conservadores de la clase dirigente religiosa con
pasos simbólicos para relajar los estrictos códigos morales, incluyendo poner
fin a la antigua prohibición a las mujeres de conducir y que está pendiente de
eliminarse.
Sin embargo, la prisa de Mohamed bin Salmán podría
cobrarle un precio, pues la falta de transparencia o debido proceso en torno a
sus enérgicas medidas
anticorrupción con seguridad irritará a los mismos inversionistas privados a
los que espera atraer, incluyendo una oferta planeada de acciones de la
enorme empresa petrolera estatal, Aramco.
Los
empresarios y la familia real de Arabia Saudita, preocupados por los planes del
príncipe heredero, movían activos fuera del país sin hacer ruido,
incluso antes de los arrestos.
“Algunos
de ellos son empresarios con un estatus internacional y, si caen en esa red,
quiere decir que puede pasarle a cualquiera”, comentó James M. Dorsey,
quien estudia a Arabia Saudita en la Escuela de Estudios Internacionales S.
Rajaratnam en Singapur. “¿Cómo
eso va a inspirar confianza y atraer a la inversión extranjera?”.
Sin embargo, los medios de aquel país celebraron los
arrestos como una limpieza anhelada, que palia el resentimiento populista
provocado por el enriquecimiento
del que gozaron la familia real en expansión y sus aliados más cercanos.
El domingo, el presidente Donald Trump pareció dar su
respaldo tácito a los arrestos en una llamada telefónica con el rey Salmán. Un resumen de la llamada
elaborado por la Casa Blanca no contenía ninguna referencia a los arrestos y
decía que Trump había elogiado a Mohamed bin Salmán por otros asuntos.
Tres asesores de la Casa Blanca, incluyendo al yerno del
presidente, Jared Kushner, regresaron apenas hace unos días de la más reciente
de las tres visitas de alto nivel del gobierno de Trump a Arabia Saudita este
año.
Cerca
de 24 horas después de que se anunciaron los arrestos, ni las autoridades ni
los voceros sauditas habían identificado a las personas arrestadas ni los delitos
que se les imputaban.
El príncipe Mutaib bin Abdullah fue removido de su cargo
como director de uno de los principales servicios de seguridad a tan solo horas
antes de los arrestos.
La
televisora vía satélite de propiedad saudita, Al Arabiya, solo informó que un
“comité anticorrupción”, formado unas horas antes bajo la dirección de Mohamed
bin Salmán, había ordenado un gran número de arrestos, en los que se
incluía a once príncipes. Un decreto real facultó al comité para que pudiera
detener personas o congelar activos sin juicio, proceso ni información.
Poco después de la medianoche del domingo, comenzó a
circular una lista de los arrestados en las redes sociales y para la tarde del
domingo los funcionarios gubernamentales de alto nivel publicaron la lista. Las organizaciones de noticias
de la región informaban de su contenido sin que el gobierno saudita ni los
individuos contradijeran la información.
En el caso del detenido con mayor poder político, el
exjefe de seguridad Mutaib, pareció
que el gobierno saudita había comenzado una campaña en redes sociales que
buscaba convertirlo en el nuevo rostro de la corrupción.
Los
analistas comentaron que la lista pareció incluir a los individuos con una
reputación de autoenriquecimiento y aquellos que representan centros de poder
opositor dentro del reino. Otras listas incluían a la persona influyente
que alguna vez dirigió la corte real con el rey Abdalá y que es propietaria de
una de las empresas de medios privados más grandes en la región.
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