Este
es un repaso por antiguos contagios mundiales y cómo los países se organizaron
para combatirlos y utilizarlos a su favor
Desde
que el mundo es mundo ha habido enfermedad, pero las epidemias, como la que
ahora vivimos, o algo parecido, se dan en poblaciones que pasan cierto tiempo
en circunstancias anormales, por ejemplo, bajo la debilidad de una guerra,
cuando los campos dejan de trabajarse y cunde el hambre. Y ahora, ¿por
qué el aleteo del coronavirus en un pueblo de oriente ha ocasionado tal
letalidad alrededor del mundo? ¿Cuándo se inventaron las cuarentenas? ¿Usan los
Gobiernos las pandemias en su provecho? ¿Quiénes son los chivos expiatorios?
¿Está manipulado el miedo? Ana María Carrillo Farga es historiadora de la
Medicina, experta en pandemias y profesora del departamento de Salud Pública de
la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Una charla con ella es como
jugar a una suerte de Trivial historicocientífico.
Los
días en el desierto
Quienes
piensen que lo que ahora vivimos es excepcional deben saber que las cuarentenas
existen desde los Estados venecianos del siglo XIV. Entonces se
desconocía el periodo de incubación de las enfermedades (y muchas otras cosas
de índole científica y sanitaria), de modo que se estableció un aislamiento arbitrario de 40 días,
un número bíblico, en efecto, los que pasó Jesucristo en su travesía espiritual
por el desierto. La peste
era el demonio por entonces. Las cuarentenas no solo aislaban al enfermo
del sano, también impedían
el desembarco de las naves que llegaban a puerto, y aun así la población
se contagiaba misteriosamente… Solo a finales del XIX, con el desarrollo de la bacteriología (los
virus aún eran pequeños para ser detectados con la tecnología disponible) el
campo del conocimiento saltó de la Biblia a la ciencia.
La
infancia de la globalización: dos teorías
Marineros y exploradores extendieron los confines del
mundo y llevaron el comercio más allá de los estrechos horizontes que se
vislumbraban por entonces. Las
epidemias fueron en aquellos tiempos una herramienta de conquista, por
ejemplo, la viruela en el proceso de colonización de Mesoamérica. Y tuvieron un papel determinante
en la drástica caída de la población que se experimentó en los siglos
XVI y XVII. Pero cuando no fueron útiles se buscó la forma de combatirlas.
A
finales del siglo XVIII había dos posiciones al respecto, dos escuelas: unos
creían en la teoría del contagio entre personas y defendían el aislamiento
(secuestro le llamaban, con razón). Estos eran los conservadores, los que no
querían cambiar nada, solo controlar. Los españoles eran de estos, para
proteger el comercio de sus colonias. En el otro bando estaban los que defendían la teoría
miasmática, los ingleses entre ellos. Creían que de los cuerpos en
descomposición, de las basuras, de las aguas residuales emanaban efluvios que
enfermaban a la población al inhalarlos. Estos se inclinaban por el saneamiento
de las ciudades y por la mejora de las condiciones laborales y domésticas como
medidas más eficaces para la salud pública. Ambos tenían parte de razón;
los segundos, si no en la causa sí en las consecuencias de unas urbes
insalubres.
Pero algo seguía escapándose al entendimiento: si la tripulación de un barco
permanece aislada y no hay contacto entre personas ni circunstancias
ambientales, ¿por qué la población en tierra acababa contagiándose? Faltaba un tercer elemento: los
vectores, generalmente insectos, mosquitos, pulgas…
Una
estrategia internacional
La salud empezó a ser cosa de todos oficialmente en 1851,
en la primera reunión
internacional que se celebró en París, todavía con un cariz muy europeo.
En 1881 la cita fue en Washington. “Las primeras convenciones sanitarias
buscaban proteger a los países y regiones de la llegada de epidemias, pero tratando de interferir lo
menos posible en el libre comercio y el tránsito de personas”, dice Ana
María Carrillo. La agenda de aquellos encuentros tenía otros objetivos
secundarios, como impulsar
la creación de organismos de salud en los Gobiernos de cada país o
insistir en que en caso de pandemia lo conveniente era informar con transparencia a la comunidad
internacional, así como la pertinencia del saneamiento de puertos y
ciudades. Preocupaban especialmente
aquellos años el cólera y la peste, que hacían estragos desde mediados
del XIX y que fueron el detonante de estas cumbres sanitarias. Después sería la fiebre amarilla.
Las dos guerras mundiales
dejaron sus respectivos avances en este campo. Tras la primera, se creó
la Liga de las Naciones con su área sanitaria y en 1948 nació la Organización Mundial de la Salud.
México, Estados Unidos, Guatemala, Costa Rica y Uruguay ya habían fundado en
1902 la Organización Panamericana de la Salud (OPS) que, el tiempo andando,
sería filial de la OMS. Todos estos organismos buscan respuestas coordinadas en
tiempos de pandemia. En
1951 se redactó un primer reglamento sanitario internacional, reformado
en 1969, que incidía en la no interrupción del tránsito de personas de forma
radical. “Es parecido a lo que hace México hoy en día. Aquel documento decía que parar el comercio no
detiene las epidemias”, señala Carrillo.
El
peso del comercio
El equilibrio que han buscado, a la desesperada, muchos
países en esta crisis del coronavirus entre la protección de la salud y la estabilidad en la
economía tiene siglos de tradición. En aquellas reuniones
internacionales de sanitaristas e higienistas del XIX tenían mucho peso las
intervenciones políticas y empresariales, la diplomacia comercial. “Los comerciantes siempre
trataban de ocultar las epidemias y los Gobierno también preferían evitar
cierto pánico, así que las alarmas llegaban tarde para el control efectivo de
la enfermedad, que se extendía más y más. Hubo que convencer de que la
transparencia ayudaba al control y, por tanto, a la economía”. El comercio ya
estaba globalizado y América Latina y el Caribe se incorporaban a ese negocio
internacional cuando se atravesaba la segunda revolución industrial. México,
por su parte, comienza un
intercambio de mercancías muy desigual, pero fluido, con Estados Unidos.
Como en tiempos de la conquista, las epidemias también se convierten en este siglo en una herramienta,
en este caso de control comercial, para cerrar fronteras o estigmatizar a los
países. “Texas tenía en cuarentena permanente a México para obstaculizar
el comercio mientras los Estados Unidos miraban para otro lado argumentando que
cada uno de sus Estados era soberano”.
La
política clásica de la OMS ha condenado la estigmatización de los países en los
que se ubica el origen de una pandemia: el cólera asiático, el virus chino, la
influenza mexicana, la gripe española… Hay dos buenas razones para ello.
Lo primero es que los
virus no son de nadie, “es difícil determinar donde empieza una pandemia, quizá
donde acaba… En segundo lugar, señalar a un pueblo como el causante de la desgracia no
contribuye a su erradicación, porque “si alguien se siente señalado o
perseguido se esconderá ¿verdad? y eso impide un mejor control y freno en la
transmisión de la enfermedad”. Pero los derechos humanos no suelen estar en en primer lugar en la
agenda, y pocos se han resistido a utilizar las pandemias en beneficio
propio. México, por ejemplo, tiene una triste historia de discriminación con la
población china en su territorio, que no solo contribuyó al trazado de
ferrocarriles y obras públicas, sino que se integró plenamente y se convirtió
en una comunidad próspera. He ahí el pecado. “Siempre se les acusó de transmitir enfermedades. Incluso
se acabó relacionando su color de piel con la fiebre amarilla, cuando solo
tenía que ver con la ictericia que provocaba”. También se les atribuía
la peste que se sufrió en México en 1092/1903 cuando ellos se demostraron
indemnes. El gentilicio de la mortífera gripe española también es interesado. “Se trataba de evitar que
cundieran el pánico entre las tropas, así que era mucho mas sencillo
circunscribirla a España, ausente en la contienda”.
Siempre ha habido chivos expiatorios, lo fueron los gais cuando el
VIH, las prostitutas en tiempos de la sífilis. El H1N1 que circuló por México
en 2009 fue fatal para el comercio de la carne del cerdo en este país,
que necesitó exhibiciones públicas de los políticos comiendo tacos para
conjurar el miedo.
Manipular
el miedo
Esta
pandemia que ahora atraviesa el mundo se traslada en avión, lo que habla de un
primer contagio entre gente pudiente y una segunda fase de contagio local que
afectará a los más pobres en mayor medida, antes o después, como todas. “No siempre las pandemias tienen
su origen en las clases superiores para pasar después a las más desfavorecidas.
Hubo un tiempo que llegaban en ferrocarril o en barco con el traslado de la
clase obrera, los migrantes. Por sus condiciones de vida y laborales, los pobres siempre acaban
sufriendo más contagios y salen peor parados en la curación. Y eso les
convierte en chivos expiatorios como los de capítulo anterior, porque acaba atribuyéndoseles el
origen y la propagación de la epidemia. Esto también responde a
intereses. Ana María Carrillo cita el ejemplo de México. “A finales del siglo XIX se dio
la peste gris, transmitida por un piojo, y aunque hubo infectados de todas las
clases, se manipuló el miedo contra los pobres, que seguramente resultaron más
afectados. Se logró
expulsarlos del centro de varias ciudades y se establecieron colonias de ricos,
como las hoy famosas y acomodadas de la Condesa o la Roma, en la Ciudad de
México, mientras que las clases bajas fueron desplazadas a la periferia.
Muy
eficaces son también las pandemias para dirigir o controlar el comercio.
La profesora Carrillo recela de esa “insistencia actual por criminalizar a los
chinos” que ha circulado no solo en las redes sociales con humor más negro y
más blanco, sino en boca de líderes políticos como Donald Trump, en cuyos
discursos no se apeaba del “virus
chino”. La insistencia con China, opina la profesora Carrillo, tendría
en este caso que ver “con
el auge del comercio en ese país, muy pujante en los últimos años. No me atrevo a señalar el origen
de la pandemia, pero veo presiones comerciales en la denominación que se le ha
dado. Históricamente se han usado las pandemias para frenar comercios
florecientes. Ya lo hizo Estados Unidos con la fiebre amarilla, por ejemplo”.
Enseñanzas
para el futuro
Se decía al principio que las epidemias surgen
cuando una sociedad está pasando por un mal trago, hambre, guerras, debilidad o
todo junto. ¿Qué es lo que pasa ahora para que la Covid-19 se esté cebando con
una población aparentemente sana y en perfecto desarrollo? La profesora
Carrillo se suma a quienes opinan que “el neoliberalismo político” ha tenido que ver mucho en
la transmisión y expansión del virus. “Por un lado, las sociedades están más
empobrecidas debido a las crisis económicas recientes y eso es un caldo de
cultivo para los contagios, como decíamos. En segundo lugar, los sistemas sanitarios públicos
han sufrido con estas políticas durante mucho tiempo, han sido privatizados, se
les han recortado recursos”. Eso es algo que no dejan de recordar en los
países europeos y que está sirviendo a la pelea política en las últimas
semanas. Es más, se tiene en cuenta que habrá los mismos contagios, de lo que
tratan todos los países es de que no ahoguen sus hospitales, tan faltos de
recursos. Carrillo Farga cita en tercer lugar la comorbilidad que se señala como un factor de riesgo
añadido en la letalidad del virus. Enfermedades todas ellas muy relacionadas con un mundo en
el que, sobre todo las clases pobres, han ido perdiendo la dieta tradicional
para integrarse en el mercado de las calorías vacías, de los refrescos
chispeantes para desayunar, comer y cenar. Obesidad, diabetes e hipertensión serán la puntilla para
muchos de estos enfermos que han sucumbido a necesidades generadas antes
de ofrecerles el producto. “Creo
que esta pandemia resultará en beneficio de los sistemas sanitarios públicos.
La enseñanza que dejará será que hay que reforzar a los Estados en los recursos
y servicios para la salud pública”.
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