Quizás esta historia no pasa de ser una leyenda, pero
vale como metáfora para contar lo que sucede en Colombia. El pasado 17 de marzo, con amor
admirable, el presidente Iván Duque señaló que era preciso “proteger a los
abuelos” y ordenó que “hasta el 31 de mayo, todos los adultos mayores de 70
años deberán permanecer en sus hogares”. Desde entonces estamos
enjaulados por decreto. Se legisla a diario y con detalle sobre la pandemia: el
pico y cédula, las horas de ejercicio, las de compras, los días de salida de
las mujeres, los hombres y los transgéneros; los horarios para que los niños
jueguen, los adultos caminen, los bancos gestionen y, dos veces al día, los
perros caguen… (¡Qué
detallazo! En la próxima plaga me pido ser perro).
Mientras
tanto, los mayores seguimos en el desván al que nos mandó el presidente con
máximo afecto. Muchas gracias, hombre, pero debo decir como en el bolero: “¡Ay,
Iván, ya no nos quieras tanto!”. Soy sincero: no creo que sea culpa de él.
Duque solo refleja la actitud de una sociedad egoísta. Durante milenios, los
viejos fueron parte de la riqueza de un país. Job lo advertía en la Biblia: “En
los ancianos está el saber”.
Griegos, espartanos, egipcios, japoneses, chinos e
indígenas acudieron siempre a sus mayores en busca de experiencia,
conocimiento, sabiduría… Pero
el capitalismo impuso una nueva escala de valores: había que producir, consumir
y enriquecerse. Y como los viejos consumimos poco y producimos menos, nos
remiten al archivo y el olvido.
La prueba es que el país no sabe bien cómo denominarnos
ni cuántos somos. Pasamos, oficialmente, de ancianos a miembros de la Tercera
Edad, Adultos Mayores y abuelos. ¿En qué momento ocurre el trágico suceso que
nos degrada de mariposas a orugas, de ciudadanos a abuelitos? Según el
ministerio de Salud, a los 60 años; según el DANE, a los 65; la Presidencia nos
guarda a los 70. Así es difícil precisar números. El último censo señala que el 9.1 por ciento de los 48
millones de colombianos supera los 65 años. Es decir, algo más de 4 millones y
algo menos de 5. Pero el problema no es la aritmética sino el enfoque. Las
páginas del DANE representan a los niños con dos muñequitos radiantes; a los
adultos menores, con una pareja fuerte y esbelta; y a los mayores con dos
viejecitos jorobados que se apoyan en un bastón. Así nos ven. Y así nos tratan.
Pero esa imagen solo corresponde a una respetable minoría. Ya que el porcentaje
de adulticos aficionados al aguardiente y al cigarrillo supera al de ancianos
inválidos, el DANE, para conservar el equilibrio, podría dibujar una botella en
la mano del muñeco cuarentón y un chicote en la boca de su pareja. Por menos,
“la rebelión de las canas” obligó al gobierno francés a recular y en Argentina
protestan porque “a los viejos los tratan como estúpidos”. La káiser Angela
Merkel proclamó: “Aislar los ancianos para recuperar la normalidad es
éticamente inaceptable”.
¿No ha pensado nuestro gobierno que es posible tener más
de 70 años y ser sano, activo, productivo y de buen ver? ¿A qué científicos llamó Duque
al estallar la pandemia? A Manuel Elkin Patarroyo (73 años) y Rodolfo Llinás
(85). ¿Sabe él que son octogenarios Sofía Loren, Jane Fonda, Alain Delon y Sean
Connery? ¿Y también Pepe Mujica, el Papa, Elena Poniatowska, Clint Eastwood y
Doris Lessing? ¿Ha visto a Mario Vargas Llosa (84), que escribe más y es más
simpático desde que se emparejó con una sardina de 69 años?
Menos cariño y más sensatez, por favor. ¿Quiénes
aconsejaron esta condena al sedentarismo? ¿Un comité de gerontólogos, o los ya
acostumbrados amigotes y condiscípulos? ¿Qué juristas aprobaron conculcarnos
los derechos que ejercen los demás?
Según la ciencia, los mayores no contagiamos más que el
resto, pero somos más vulnerables. Es solo relativamente cierto. A numerosos fallecidos en ancianatos los
mataron la pobreza y el hacinamiento, no la edad. Nuestros protectores
más cerebrales nos enjaulan para que no acabemos ocupando una cama de la UVI
que merece un joven con mejor futuro.
Como no quiero vegetar ni competir por un respirador,
tengo una propuesta. Hace años suscribí un papel en el que exijo una muerte
digna y rechazo innecesarios paliativos. Estoy dispuesto a firmar que también
renuncio a un cupo en la UVI a cambio de que me reconozcan sin demora los
derechos de los demás ciudadanos. Tengo 74. Prefiero menos vida con más vida en
vez de más vida con menos vida. Llegado el momento, que me recuesten en cualquier cama y me dejen
recordar tranquilo lo que he vivido. Y de ahí en adelante, que me ayude la tía
Sarita…
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