Los
Estados Unidos tienen diferentes cartas en simultáneo sobre la mesa. Apuestan a
una o a la otra según cómo evolucione el escenario, en función del resultado de
las que están en juego. No descartan ninguna, aun la que podría parecer
más lejana: la intervención militar. El mismo Donald Trump se encargó de
anunciarlo, de cargar el arma en vivo y en directo para el mundo. La pregunta
sería, ¿por qué en este momento del conflicto?
Las elecciones del 30 de julio fueron un golpe directo
hacia el proceso de acumulación insurreccional que sostenía la derecha. Se
trató de un reempate del chavismo, un retorno a la iniciativa, como un boxeador
que salió de las cuerdas con un cross y volvió a estabilizar la pelea. Con una
ventaja evidente a estas horas: la subjetividad. El que sentía que iba a ganar
quedó descolocado, desmoralizado. Pensaban -al menos su base social- que
estaban por tomar el poder, en un despliegue que no parecía tener límite, y en
menos de dos semanas perdieron calle, iniciativa, discurso, épica, y los
dirigentes de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) pasaron a ser acusados de
traidores y cobardes.
La
conclusión del resultado es que la derecha no tiene correlación de fuerzas -ni
parece en condición de construirla- dentro de Venezuela para sacar al gobierno
por la fuerza. Peor
aún: lo que anunciaban como una victoria segura en cualquier escenario
electoral tampoco lo es. Resulta difícil saber quiénes ganarán las
elecciones a gobernadores que tendrán lugar en octubre. Los cantos de triunfo que ya anunciaba la derecha
no son tales. La derrota tiene efecto dominó.
Con ese escenario, comenzaron a moverse las otras cartas,
previstas con anterioridad. Por
un lado, y siempre como trasversal y permanente, la económica: los ataques se
agudizaron sobre la moneda y los precios. Por otro lado, de manera
pública, los anuncios de participación electoral: casi toda la oposición
terminó por inscribir sus candidaturas. Y por fin, tanto una carta de violencia subterránea, como la
internacional, ligada a la anterior, la económica y la diplomática. Una palabra resume la
estrategia: integralidad.
La carta subterránea
Está en construcción, todavía -al parecer- en estado de
germinación, un brazo armado
de la derecha. Se lo ha visto actuar desde el inicio de la escalada en
el mes de abril. Por un lado, las acciones paramilitares en varios lugares del país, con ataques a
cuarteles militares, comisarías, cuerpos de seguridad del Estado, controles de
territorios, comercio y transporte. Por otro, y conectados, el
desarrollo de grupos de choque que, en el transcurso de los meses, por ejemplo
en Caracas, tuvieron una transformación de la estética, los métodos, la
organización y la capacidad. Entre los primeros encapuchados de principios de
abril y los “escuderos” de junio/julio tuvo lugar una evolución. ¿Dónde están esos grupos ahora
que las calles están tranquilas?
A su vez se han multiplicado los videos en las redes de
grupos armados que, con capuchas, armas largas y estética paramilitar, han
anunciado estar preparados para confrontar militarmente. Sus objetivos son,
repiten, tanto el gobierno como las organizaciones del chavismo.
Junto con eso han intentado crear héroes: el primero,
Oscar Pérez, quien lanzó las granadas sobre el Tribunal Supremo de Justicia, y
luego apareció entrevistado en pantallas. El segundo, Juan Caguaripano, quien
se atribuyó la dirección del asalto al cuartel de Fuerte Paramacay donde fueron
robadas más de cien armas y resultó detenido el viernes por la noche.
El
objetivo parecería ser la creación de mitos, figuras que puedan transformarse
en aglutinadoras, referentes de una estrategia de la derecha que no tiene
dirigencia visible. Por debajo de la mesa sí tienen dirigentes: sectores
norteamericanos, los mismos que desplegaron la escalada insurreccional, que
ordenan las cartas. Y, de
manera subordinada, la derecha venezolana, como Voluntad Popular.
Esa fuerza parece en proceso de desarrollo. Ha realizado
ensayos, entrenamientos. Intenta emerger, estructurarse y consolidarse, ahora
que la pérdida de calle de la derecha es inocultable.
La
carta internacional
Es
la que más fuerza ha tomado luego del 30 de julio. Los Estados Unidos han
desplegado un abanico de medidas contra Venezuela, desde sanciones económicas,
bloqueos financieros, intentos de cercos y aislamientos diplomáticos, hasta el
reciente anuncio de la posibilidad de la intervención militar. La
iniciativa en manos del frente internacional evidencia la dependencia e
incapacidad de la oposición a nivel nacional. Allí, como en la estrategia
general, manejan todas las cartas en simultáneo. Miden, preparan, evalúan las
posibilidades para los discursos: las condiciones en el continente no son las mismas que en Medio
Oriente, en términos militares, diplomáticos, políticos. Tampoco lo son
en la geopolítica global.
Así el vice presidente de los Estados Unidos, Mike Pence,
en la rueda de prensa del domingo, luego de reunirse con el presidente de
Colombia, Juan Manuel Santos, afirmó que las sanciones contra Venezuela serán económicas y
diplomáticas. Descartó
públicamente la posible intervención miliar que había sido anunciada por Trump.
Podría explicarse por el rechazo manifestado por Santos -aliado clave en el
conflicto contra Venezuela- hacia una salida militar, por evaluar que no existe consenso en América
Latina para plantear una evidencia frontal imperialista desaparecida desde hace
años. Y porque para intervenir militarmente no es necesario anunciar que
se lo hará -ya lo hacen,
de hecho, a través del diseño de acciones y financiamiento, directo o
indirecto, de los grupos armados-.
Para prever la hipótesis de la intervención militar
resulta necesario quitarse la imagen de un desembarco de soldados mascando
chicle, con el escudo norteamericano en la frente. No regalarán la evidencia de
la acción: así ha sido planteada esta guerra en cada uno de sus frentes. Parece más certero buscar en
formas subterráneas, acciones desencadenantes como excusas, ataques desde otras
fronteras con Venezuela, con otras identidades. Ahí entra por ejemplo la
conexión con el intento de desarrollo de un brazo armado que podría tomar
nombre, dirigencia pública, y desplegarse con poder de fuego en algunas zonas.
La táctica iría en función del desarrollo de esa estructura, su capacidad o no
de avanzar y construir poder. Por ahora es incipiente.
Todas
las cartas están sobre la mesa. El curso de los acontecimientos indicará
cuáles tomarán más peso y cuáles serán descartadas. La decisión y el rol de los Estados Unidos es
clara, ponen tiempos, tácticas, despliegan una fuerza que la derecha no tiene a
nivel nacional.
Las elecciones de octubre serán clave: un buen resultado del chavismo
le quitaría peso al sector de la derecha venezolana que apuesta por una
resolución electoral. Reforzaría la tesis de que solo se puede sacar al
chavismo del gobierno por la fuerza, a través de un brazo armado, articulado
con una intervención mayor proveniente de otra frontera, como la de Colombia o
Brasil.
Lo
que está en juego es inmenso. La apuesta norteamericana parece proporcional a
eso.
CÓMO SERÍA UN ATAQUE MILITAR CONTRA VENEZUELA?
Después
del fracaso del imperialismo, de la derecha venezolana y de las oligarquías
latinoamericanas y europeas en el derrocamiento del gobierno chavista y en
impedir que se realizaran las elecciones a la Asamblea Nacional Constituyente
en Venezuela, porque vislumbran que una nueva Constitución implicaría la
profundización del proceso revolucionario iniciado en 1999 y podría influir en
una nueva oleada revolucionaria en América Latina, esas mismas fuerzas
imperiales y oligárquicas barajan ahora la posibilidad de una operación
militar, como el propio Donald Trump tuvo la desfachatez de anunciar.
En
un mensaje anterior remití algunos artículos que denuncian la preparación de
ejercicios militares conjuntos de las tropas de EE.UU, y de varios países
latinoamericanos (entre ellos el Perú) en una zona de la Amazonía, así como la
construcción de bases yankees; extrañamente, organizaciones que se dicen “de
izquierda” no se han pronunciado al respecto.
Ahora transcribo el artículo de Marco Teruggi publicado
el 15 de agosto en la web TeleSUR: “¿Cómo sería una intervención norteamericana
en Venezuela?”; luego, el artículo “Los vientos de guerra vienen del norte y son aupados por las
oligarquías criollas”, de Jorge Forero, publicado el 16 de agosto en la
revista América Latina en Movimiento, y un análisis y pronunciamiento del
Partido Pueblo Unido, del Perú, publicado el 13 de agosto en su blog, que,
entre otros puntos, deslinda con políticos y parlamentarios que se dicen de
izquierda y que se han sumado a la intervención en Venezuela.
El 15 de agosto, el Servicio Bolivariano de Inteligencia
Nacional (SEBIN) detectó y neutralizó un plan de asalto a la propia sede del
Gobierno de Venezuela (el Palacio de Miraflores), que incluía la entrada y secuestro del Presidente Nicolás
Maduro; las fuerzas
de seguridad capturaron a 18 personas y emitieron orden de captura
internacional para otras 9. El plan formaba parte de una llamada
“Operación David”, para la cual ya se habían trazado en ciertos puntos de
Caracas unos dibujos de diamantes y estrellas de David; todo indica que la CIA
y el servicio secreto de Israel (el Mossad) están implicados en dicha
operación, de la que ya se habían ejecutado dos fases: el ataque aéreo con
granadas a las sedes del Tribunal Supremo de Justicia y del Ministerio del
Interior desde un helicóptero secuestrado, el martes 27 de junio, y el asalto
terrestre por elementos paramilitares al Fuerte Paramacay, el domingo 6 de
agosto.
El
lunes 14 de agosto una multitudinaria movilización de venezolanos chavistas
marcharon en Caracas hasta el Palacio de Miraflores a expresar su repudio a las
amenazas militares proferidas contra su país por Donald Trump y otros
funcionarios del régimen estadounidense.
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