TRES DÍAS PARA RECUPERAR SEIS DÉCADAS DE SEPARACIÓN DE LAS FAMILIAS COREANAS

SEÚL, Corea del Sur – Durante dos horas del 20 de agosto, una mujer de 92 años tomó la mano de su hijo y lo miró a los ojos por primera vez en más de 65 años, cuando a familiares de Corea del Norte y Corea del Sur se les dio la inusual oportunidad de verse después de que la guerra dividió a su país y separó a las familias.

El hijo, Ri Sang-Chol, un norcoreano de 71 años, se veía más viejo que su madre, Lee Geum-seom, quien ha pasado más de seis décadas en Corea del Sur, desde que la lucha de la guerra de Corea terminó en 1953.

Separados en medio del caos de la guerra, no se habían visto —ni habían tenido ningún tipo de comunicación— sino hasta el lunes, cuando se permitió a Lee y otros 88 ancianos surcoreanos cruzar la fuertemente armada frontera entre los dos países para una reunión de tres días con sus familiares de Corea del Norte.

“Madre, este es padre”, dijo Ri cuando le mostró a Lee una fotografía de su fallecido esposo, quien también se quedó en Corea del Norte.

Lee no soltaba la mano de su hijo durante una reunión grupal de dos horas el lunes en el centro vacacional Diamond Mountain, al sureste de Corea del Norte, de acuerdo con un reportaje conjunto de un pequeño grupo de periodistas surcoreanos a quienes se permitió asistir al evento.

Los participantes de Corea del Sur fueron seleccionados por medio de una lotería.

Lee bombardeó a su hijo con preguntas. “¿Cuántos hijos tienes”, le preguntó. “¿Tienes algún hijo varón?”.

Al igual que otros miles de familias separadas por la guerra en la dividida península de Corea, la madre y el hijo estaban en distintos lados de la frontera cuando la lucha de la guerra de Corea terminó. Nunca pudieron intercambiar cartas, llamadas telefónicas ni correos electrónicos, y mucho menos verse. Cada año, más de tres mil surcoreanos ancianos mueren sin cumplir su sueño de ver a sus seres queridos, perdidos hace tiempo, en Corea del Norte.

En total, cerca de veinte mil personas han participado en veinte rondas de reuniones desde 1985, cuando se organizó el primero de tales encuentros. Los participantes seleccionados no pueden obtener una segunda oportunidad de ver a sus familiares y la última de estas rondas se había llevado a cabo en 2015.

Una lotería computarizada seleccionó a Lee como una de los surcoreanos a quienes se les permitió asistir a la reunión, que los gobernantes de Corea del Norte y Corea del Sur acordaron en una cumbre, que marcó un hito, celebrada en abril.

Las reuniones abren una inusual ventana hacia una de las repercusiones más sentimentales de la guerra de Corea.

Aunque los dos países están estancados en un punto muerto político respecto del programa de armas nucleares de Corea del Norte, estas reuniones se perciben como un paso importante hacia la reafirmación de la historia y la cultura compartidas por ambas naciones. Sin embargo, también son un serio recordatorio de lo mucho que se han distanciado la capitalista Corea del Sur y la totalitaria Corea del Norte desde el fin de la guerra.

Devastados por la escasez crónica de alimentos, los adolescentes norcoreanos son varios centímetros más bajos, en promedio, que sus pares surcoreanos. El lunes, Lee, igual que muchos de los surcoreanos presentes, pudo ver las marcas del sufrimiento económico en los rostros de sus familiares norcoreanos. Los visitantes del sur llevaron consigo bolsas llenas de medicamentos, suplementos nutricionales, relojes de pulsera y otros regalos para sus familiares.

“¿Cómo es que se han avejentado tanto?”, preguntó entre lágrimas Moon Hyun-sook, de 91 años, mientras tocaba los rostros de sus dos hermanas norcoreanas más jóvenes, una de 79 y la otra de 65 años.

Después de más de seis décadas separados, muchos familiares solo pudieron reconocerse después de dar el nombre de sus pueblos natales y sus padres. Muchos llevaban consigo viejas fotografías para ayudarse a rastrear sus recuerdos.

Ahn Jong Soon, una norcoreana de 70 años, le preguntó varias veces a su padre, de 100 años, Ahn Jong-ho, si la reconocía. Puesto que casi no escucha, Ahn no le respondía con palabras, pero las lágrimas corrían por su rostro.

“Querida mía, gracias por estar viva”, dijo Hwang Woo-seok, de 89 años, mientras abrazaba a Young Sook, de 71 años, su hija norcoreana. Hwang huyó hacia Corea del Sur durante la guerra para evitar que lo reclutara el ejército comunista y no había visto a ningún miembro de su familia desde entonces.

Desde 1988, más de 75.200 surcoreanos que solicitaron asistir a las reuniones han muerto sin volver a ver a sus padres, hermanos o hijos. Más de 56.000 surcoreanos —las edades de la mayoría oscilan entre los 80 y los 99 años— esperan salir seleccionados en la lotería para la siguiente ronda de reuniones, que apenas va a programarse.

Corea del Sur ha conminado repetidamente a Corea del Norte a celebrar más reuniones. Sin embargo, Pionyang se ha mostrado renuente a expandir el programa, por temor al impacto que las reuniones con los prósperos surcoreanos pueda tener en su empobrecida población.

“Están muriendo sin siquiera saber si sus seres queridos están vivos”, dijo el lunes el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, cuando solicitó más reuniones. “Esta es una situación que ambos gobiernos, el de Corea del Sur y el de Corea del Norte, deberían considerar extremadamente vergonzosa”.

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