Durante
casi una década, Yonis Bernal se sintió perfectamente seguro con su green card,
que le permitía vivir y trabajar de manera legal en Estados Unidos. Convertirse
en ciudadano no era una prioridad.
Después
de que Donald Trump aseguró la presidencia, cambió de forma de pensar.
“Todo este discurso enérgico sobre los inmigrantes me hizo pensar que podría ser
deportado”, dijo Bernal, de 49 años, un chofer de camiones que dejó El
Salvador en 1990 y tiene dos hijos adolescentes. “Uno nunca sabe”.
La semana pasada, Bernal fue uno de los 3542 inmigrantes
que levantaron la mano derecha para hacer el juramento en una ceremonia de
naturalización en el Centro de Convenciones de Los Ángeles y se unió así a una creciente
ola de nuevos ciudadanos en todo el país.
Conforme Trump hacía campaña con promesas como la del
muro fronterizo y medidas severas contra la inmigración, 2016 fue el año más activo en
una década para las solicitudes de naturalización. En 2017, la cantidad
de solicitudes va en camino de superar la del año pasado, mientras el retraso en las
solicitudes pendientes sigue acumulándose. Es la primera vez en veinte
años en que las solicitudes no han caído después de unas elecciones
presidenciales, de acuerdo con un análisis de la National Partnership for New
Americans, una coalición de 37 grupos defensores de los derechos de los
migrantes.
Con el flujo imparable en los medios de la retórica de
mano dura y de aplicación de la ley, así como un incremento de los deseos de convertirse en ciudadano y el
activismo, no hay señales de que la tendencia esté apaciguándose.
En un año en que el gobierno ha reforzado el cumplimiento
de la ley, en que ha respaldado el freno a la inmigración legal y ha rescindido
un programa que protege a los jóvenes sin papeles contra la deportación, ni la
green card no es
suficiente a los ojos de cientos de miles de inmigrantes que solicitan la
naturalización para protegerse contra la expulsión y obtener el derecho a
votar.
“El
atractivo de la ciudadanía estadounidense se hace más fuerte cuando tienes el
ambiente político y las políticas que prevalecen ahora”, dijo Rosalind
Gold, directora sénior de políticas en el Fondo Educativo de NALEO, un grupo
latino bipartidista nacional.
Cerca
de 8,8 millones de personas son elegibles para obtener la ciudadanía
estadounidenses, lo que significa que han sido residentes permanentes
legales o han tenido una green card durante al menos cinco años.
En los primeros tres trimestres del año fiscal 2017 —del
1 de octubre de 2016 al 30 de junio de 2017, el último periodo con datos
disponibles—, 783.330
personas llenaron una solicitud, en contraste con las 725.925 que lo hicieron
durante los mismos meses del año anterior. La cifra actual sigue un ritmo con el que superará a las
971.242 personas que presentaron una solicitud en el año fiscal 2016.
Con el aumento de las solicitudes, la cantidad de
trámites por procesar se ha disparado. Había 708.638 solicitudes pendientes a
finales de junio, un incremento constante de las 522.565 a finales del año
fiscal 2016 y de las 291.833 en 2010. El tiempo de espera promedio se ha duplicado a 8,6 meses
ahora de los cuatro meses hace unos cuantos años, con solicitantes en ciudades
como Dallas, Houston, Las Vegas y Miami que esperan un año o más.
El Servicio de Ciudadanía e Inmigración de Estados
Unidos, que procesa las solicitudes, señaló que estaba reclutando a funcionarios para que trabajen tiempo
extra y buscando llenar las vacantes, aunque mencionó que “no hay una
solución rápida” para los retrasos.
No
todos los residentes permanentes aspiran a ser ciudadanos. Los mexicanos
y centroamericanos tienen tasas de naturalización más bajas que los rusos y las personas
provenientes del sureste asiático, muchos de los cuales llegaron como
refugiados y no pueden regresar a su país. El costo de la solicitud (725
dólares), la prueba de civismo y la inquietud sobre perder ciertos privilegios
en el país de origen pueden desalentar la naturalización.
Sin embargo, el actual clima político está empujando a muchos a superar cualquier
obstáculo.
La residencia permanente puede ser revocada, y quienes
cuentan con una green card
pueden ser deportados si se les acusa de cargos como delitos agravados,
narcotráfico y “atentados contra la moral”, que pueden definirse muy
ampliamente. Cada vez que un residente permanente sale de Estados Unidos, el
reingreso queda a criterio del funcionario de inmigración.
La
ciudadanía protege a los migrantes contra la deportación si cometen un crimen y
les da acceso a beneficios federales y empleos reservados a los ciudadanos.
Antes de las elecciones presidenciales del año pasado,
varias organizaciones sin fines de lucro lanzaron campañas para alentar a la
ciudadanía y guiar a los migrantes a través de los trámites de solicitud, un
esfuerzo que no ha amainado. Muchas ciudades, incluyendo Miami, Portland,
Oregon y Salt Lake City, han
descubierto un gran impulso a favor de la naturalización este año, y los programas
de educación para adultos han añadido cursos preparatorios gratuitos para
solicitar la ciudadanía dirigidos a los aspirantes.
Las implicaciones electorales del aumento en las
solicitudes de ciudadanía no están claras. En estados como California —que se
inclina fuertemente hacia los demócratas— con decenas de miles de nuevos ciudadanos y flamantes
nuevos votantes, no cambiará la situación actual, mientras que en otros estados,
como Florida, muchos nuevos ciudadanos son cubanos y sudamericanos que tienden
a apoyar al partido republicano.
La
mayoría de los nuevos ciudadanos provenían de México, Filipinas y China, pero
los presentes habían llegado desde más de 120 países.
“Ahora es el momento correcto” de convertirse en
ciudadano, dijo Mona Wattar de Líbano, quien obtuvo su green card hace diez
años. Ton Gao, un migrante chino que vestía una playera tipo polo roja,
pantalones deportivos color azul y tenis blancos, dijo: “Lo hice por la
libertad”.
Varias filas atrás estaba sentado Bernal, el conductor de
camiones de El Salvador, con una bandera estadounidense dentro de su bolsillo.
Con la mano sobre el corazón, se unió a sus compañeros, los nuevos ciudadanos, para el Juramento de
Lealtad ante una enorme bandera que colgaba del techo.
Al final de la ceremonia, recogió su certificado de
naturalización y se dirigió hacia la salida para encontrarse con su esposa,
Eloisa, y sus hijos, Janie y Marcell, para un almuerzo de celebración.
Primero,
sin embargo, se detuvo ante una mesa de registro de votantes. “Ya hice todo”,
dijo Bernal. “Ahora voy a votar”