Un
investigador afirma que apoyarlas permitiría que más personas se sumen a la
movilidad sostenible.
Según el Ministerio de Transporte, una bicicleta de pedaleo
asistido tiene una potencia menor de 350 W, y su motor está encendido cuando
hay velocidades menores de 25 km/h.
Para Daniel Jaramillo, profesor de Ingeniería Electrónica
de la Universidad Javeriana e investigador en transporte urbano, es un error impulsar la
bicicleta normal y no la bicicleta eléctrica.
Lo dice no solo blindado con estudios y evidencias de
ciudades del mundo, sino con su propia experiencia. “Cuando vivía en París, iba subiendo en mi
bicicleta normal y me pasó una señora en una bicicleta eléctrica. Ella iba de
sombrero, con unas bolsas, muy bien vestida. Me quedé pensando eso y entendí que si no fuera por esa
bicicleta eléctrica, seguramente esa señora estaría en un carro.
Entonces
entendí que la bicicleta eléctrica es una forma de llegarle a muchas más personas
que, por lo general, nunca se van a montar en una bicicleta normal”,
contó Jaramillo en una transmisión del Foro Nacional de la Bicicleta.
A partir de esa experiencia, de probar él mismo las bicis
eléctricas y de leer literatura al respecto, Jaramillo concluyó que esa bicicleta, y no la
tradicional, era la verdadera clave para inclinar la balanza hacia la movilidad
sostenible y bajar a conductores de carros y motos para ponerlos a pedalear.
“Yo amo las bicicletas, no tengan dudas. Pero los viajes que pueden realmente
pasar a la bicicleta en esta crisis son pocos comparados con los viajes que
podrían hacerse en bicicletas eléctricas. Por eso me veo en la penosa obligación de pedirle a las
autoridades dejar de impulsar la bicicleta como el centro de la movilidad
durante y después de la pandemia. El enfoque debe ir principalmente a la
bici eléctrica”, escribió Jaramillo en su artículo ‘El error de impulsar la
bicicleta’, publicado en La Silla Vacía, y que sonó bastante entre urbanistas e
investigadores de movilidad.
Sus
argumentos son tres:
La
bicicleta eléctrica permite cubrir distancias mayores, es apta para más
usuarios (sin la limitante de edad o estado físico) y amplía la
posibilidad de viajes.
En
principio hay que saber que una bicicleta con pedaleo asistido, según la ley
colombiana (resolución 160 de 2017 del Ministerio de Transporte), es aquella
que pesa menos de 35 kilogramos, una potencia menor a 350 vatios, cuyo
motor solo está encendido cuando hay velocidades menores a 25 kilómetros por hora y que no tiene
acelerador (es decir, que solo funciona el motor mientras se pedalee).
Pero, en general, la tipología varía en el resto del
mundo: hay bicicletas de
pedaleo asistido, bicis rápidas y bicis pesadas o de carga, todas con
pesos y velocidades límite distintas y, a veces, superiores a los 25 kilómetros
por hora reglamentadas por el Ministerio.
Jaramillo sostiene que la bicicleta eléctrica, por su
apoyo en el pedaleo y menor sensación de desgaste físico, podría significar
cubrir más distancia.
Justamente,
esa posibilidad de hacer trayectos más largos, sin sudar o cansarse tanto,
podría hacer de la bicicleta una opción más atractiva. “Hay un estudio
en Europa, hecho con 10.000 participantes de ciudades de todo el continente, que encontró que los recorridos
hechos en una bicicleta normal eran de 4,8 kilómetros y en la bicicleta
eléctrica eran de 9”, explica Jaramillo.
Ese mismo estudio, que contó con la participación del EU
PASTA Project (Physical Activity Through Sustainable Transport Approaches), sostiene que los viajes con este
tipo de bici son más largos y que, a pesar de la ayuda, la actividad física no
se reduce radicalmente.
“Este
análisis respalda la idea de aceptar, o incluso promover, las e-bikes como una
forma saludable y sostenible de transporte. Los planeadores deben tener
en cuenta que los usuarios de e-bike recorren distancias más largas que los
ciclistas”, dice el estudio que sugiere, además, promover infraestructura y
medidas de seguridad para que los viajes se hagan en regla.
Otro estudio publicado en el International Journal of
Behavioral Nutrition and Physical Activity, sí reconoce que la intensidad y tiempo de actividad
física sobre una bici eléctrica es menor que en una normal. Pero rescata
que es una opción para hacer la transición de carro a bici. “Dado que los hallazgos indican
al menos una intensidad moderada de actividad física cuando se usa la e-bike,
un aumento en el nivel de actividad física relacionada con el transporte vendrá
con el cambio del viaje en automóvil a bicicletas eléctricas. Así es
probable que más personas cumplan con las recomendaciones de actividad física”,
dice el artículo.
Hay
quienes piensan que usar una e-bike es hacer trampa, pero igual obliga a
pedalear y es un equilibrio entre hacer ejercicio pero no demasiado como para
que dé pereza y den ganas de usar el carro
Esto sustenta su segundo argumento: la bici eléctrica permite que
pedaleen poblaciones que, usualmente, no lo harían. “Pasa que quienes
más se interesan en una bicicleta eléctrica son las personas sedentarias.
Apoyar la bicicleta eléctrica termina siendo una política salud pública muy efectiva porque le apunta a
quienes más necesitan más actividad física. Hay quienes piensan que una
e-bike es hacer trampa, pero igual obliga a pedalear y es un equilibrio entre
hacer un poco de ejercicio pero no demasiado como para que dé pereza y den
ganas de usar el carro”, asegura.
En
este grupo de personas pueden entrar adultos, adultos mayores, mujeres en
labores de cuidado, entre otros. Para ellos vendrían beneficios en
salud; para el ambiente, beneficios en reducción de emisiones; y, para la
movilidad, menos ocupación vial por vehículos y, por ende, una reducción del
tráfico.
En tercer lugar, Jaramillo sostiene que apostar por bicicletas
eléctricas con “características utilitarias” permitiría ampliar la posibilidad
de viajes hechos en bicicleta: de carga, de transporte de pasajeros
(para labores de cuidado, por ejemplo), o de viajes cortos incluso. Porque, por
bien que suene el pedaleo eléctrico, la realidad es que en Bogotá este medio no
es tan popular.
“Es un vehículo de nicho: estratos altos, gente que le gusta la bici y tiene
recorridos en zonas seguras de la ciudad”, comenta Jaramillo y agrega
“Las que se venden en Bogotá son las más básicas, son las que menos reemplazan
motos y carros. Es una especie bici con un motor y una batería, pero sin más
características utilitarias: llevar carga, llevar niños… Eso ya se ve en el
mundo. Creo que para
ampliar su uso debería tener más autonomía, para pensar en poder reemplazar una
moto y tienen que adaptar su diseño bien sea para llevar carga o pasajeros,
esa es una necesidad altísima que explotaría un mercado muy grande”.
Entonces, aparecen las dificultades. Hay que decirlo: son
bicicletas costosas. Jaramillo habla de costos promedio de 3,3 millones de pesos, pero las puede haber
muchísimo más caras si se agregan las características que las hagan más
utilizables para comercio, cuidado y otras labores. “Otro tipo de
bicicletas utilitarias fuera de Colombia pueden costar 3.000 dólares, si
llegaran aquí serían imposibles de comprar. Tenemos que hacerlas acá y es
posible”, comenta.
Para él, el apoyo a este tipo de movilidad se puede reflejar en proyectos de
innovación y desarrollo de e-bikes nacionales apoyados por el Gobierno
Nacional. O, también, apoyando su compra con bonos, como los que se han
emitido en Europa.
“En
Alemania, en 2018, por los subsidios el número de bicis eléctricas superó el
número de carros eléctricos. Y hay otro ejemplo: en Munich subsidian la compra de una bici de carga
con 1.000 euros y el Gobierno Alemán pone otros 2.500”, detalla
Jaramillo.
Colombia y Bogotá podrían comenzar por hablar más de bicicletas eléctricas
y acercarlas a los ciudadanos. Sin olvidar, claro, el componente de seguridad,
para que su uso se
extienda a todos los barrios y ciudadanos.