El
presidente firma una directiva que redefine los objetivos del programa espacial
norteamericano con el fin de recuperar el liderazgo mundial en este ámbito.
“Exactamente hace 45 años, casi
en este mismo minuto, Jack se convirtió en uno de los últimos americanos en
llegar a la Luna. Hoy nos comprometemos a que no sea el último”. Con
estas palabras –que hacían referencia al astronauta Harrison Hagan, “Jack”,
Schmitt–, el presidente de Estados Unidos resucitaba formalmente el proyecto de
enviar de nuevo naves tripuladas a nuestro satélite, lo cual no ocurría desde
la misión Apolo 17, en 1972.
La Space Policy Directive-1 (“Directiva 1 de Política
Espacial”), firmada por Trump el pasado lunes 11 de diciembre, establece los objetivos de su
administración no solo en la Luna, sino en la exploración del Sistema Solar,
que incluiría Marte “y quizá, algún día, a muchos mundos más allá”, como
dijo el mandatario en el acto oficial. A él acudieron exastronautas como Buzz
Aldrin, Eugene Cernan y el propio Schmitt, o Peggy Whitson, aún en activo.
Recientemente, la NASA también anunció que las misiones con humanos que viajen en un
futuro a Marte harían escala en el satélite terrestre, donde se se
contruiría un conjunto de instalaciones llamadas Deep Space Gateway (Puerta al
Espacio Profundo).
“La
directiva que estoy firmando redefinirá el programa espacial americano en lo
que se refiere a la exploración y los descubrimientos”, subrayó Trump.
Su objetivo declarado es recuperar el liderazgo estadounidense en el espacio,
con la consiguiente creación de puestos de trabajo y el refuerzo de la
seguridad nacional.
En principio, el plan presidencial devuelve la prioridad
a la Luna frente a Marte, al contrario de lo que hiciera Barack Obama durante
su mandato. De hecho, el
presidente demócrata canceló en 2010 los proyectos de regresar con astronautas
a nuestro satélite entre 2015 y 2020. Anteriormente, los dos Bush, padre
e hijo, habían mostrado su interés en mandar naves allí, pero los retrasos y la
falta de financiación frustraron la operación.
Pero ¿cuándo veremos otra vez a un astronauta plantando
la bandera de las barras y estrellas en la superficie lunar? Pues la Space
Policy Directive 1 no da detalles al respecto. Las limitaciones económicas vuelven a sobrevolar los
buenos propósitos de los políticos norteamericanos: la NASA se gasta
actualmente 4.000 millones de dólares cada año en los programas de exploración
espacial humana, con poco margen para aumentar el presupuesto. Y según
los cálculos de la agencia, llevar
a cabo el viaje de ida y vuelta costaría más de 100.000 millones de dólares.
La única solución será
recortar de otros programas.
También es importante tener en cuenta que Rusia, Japón, la Agencia Espacial
Europa, China y varias compañías privadas tienen también sus propios planes
para mandar gente a la Luna. Esto supone un acicate para no quedarse
rezagado de la carrera y, a la vez, firmar acuerdos de colaboración con las
empresas u otras agencias estatales.
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