En
medio de un escenario cada vez más incierto para las economías desarrolladas,
las respuestas de la política económica tradicional parecieran agotarse y el
camino transitado se parece cada vez más al decepcionante ejemplo de Japón.
En
medio de un escenario cada vez más incierto para las economías desarrolladas
que aún no logran salir del bache generado por la gran recesión de EE.UU. en
2008 – 2009 y que implicó una crisis financiera sin precedentes en la
economía global, las respuestas de la política económica tradicional parecieran
agotarse y el camino
transitado se parece cada vez más al decepcionante ejemplo de Japón.
El
milagro económico japonés implicó un crecimiento económico promedio anual
alrededor de 8% entre las postrimerías de la segunda guerra mundial y comienzos
de los setenta, con lo cual se ubicó como la segunda economía mundial.
Aunque entre 1971 y 1991 la economía japonesa mantuvo un ritmo de crecimiento
económico alentador (4.4% anual), en este periodo se gestaron problemas que la
condujeron a un círculo vicioso de problemas demográficos, de deflación y de
altísimo endeudamiento público.
Entre
1992 y 2015 el crecimiento anual promedio apenas superó 0.5% con periodos de
recesión recurrentes, mientras que la deflación se convirtió en un
fenómeno persistente desde 1995 hasta la fecha. Así mismo, la deuda pública ha
exhibido una tendencia creciente desde comienzos de los noventa (65% del PIB)
y, actualmente, se encuentra en un récord de 230% del PIB.
Visto
hoy, lo más interesante del caso japonés es que las medidas que han adoptado
sus autoridades económicas en el último cuarto de siglo son muy similares a las
implementadas por otras economías desarrolladas en años recientes: Desde
1996 el Banco Central de Japón mantiene la tasa de interés de intervención por debajo de 0.5% (hoy
en -0.1%), mientras que desde 2001 adoptó un programa de relajamiento
cuantitativo consistente en compras de deuda pública con el propósito de
inyectar liquidez e impulsar el crédito.
En
resumen, lo que
sucedió en Japón es que el exceso de ahorro (generado por su consistente
éxito comercial alrededor del mundo) en un ambiente de bajas tasas de interés condujo a la formación de
burbujas en mercados como el de finca raíz o el accionario puesto que
los excesos de liquidez eran muy superiores a la disponibilidad de alternativas
de inversión. De esta
forma, los precios de la finca raíz se triplicaron, mientras que el
valor del índice Nikkei se incrementó más de 250%, al tiempo que hubo una
explosión de inversión japonesa en el exterior, tanto directa como de portafolio.
El
problema ocurrió cuando la autoridad monetaria intentó desalentar la acelerada
valorización de activos incrementando rápidamente la tasa de interés,
pero la enfermedad de exceso de confianza ya se había expandido a muchos
sectores económicos que estaban ampliamente apalancados y con estructuras de
gobierno corporativo prácticamente inexistentes, con lo cual la capacidad de respuesta al entorno
económicas eran casi nulas. A esto hay que sumarle el envejecimiento
poblacional, una mayor longevidad y la menor proporción de población en edad de
trabajar, que están afectando cada vez más la productividad y presionando aún
más las finanzas públicas para atender los sistemas de seguridad social (salud
y pensión).
Los
síntomas de japonización de la economía global son cada vez más evidentes:
Excesos de liquidez insuficientes para retomar un saludable crecimiento
económico vía mayor oferta de crédito, mientras los riesgos de deflación siguen siendo
significativos. Por lo tanto, ante el agotamiento de la capacidad de la
política monetaria para soportar una mejora significativa y permanente de la
actividad económica en los países desarrollados, es muy probable que con los
cambios de gobierno aparezcan nuevas rondas de estímulos fiscales que significarán mayor
endeudamiento público.
Al mismo tiempo se mantendrán las bajas tasas de interés para soportar
ese mayor endeudamiento público, lo que a su vez será el insumo para la
generación de nuevas burbujas en activos financieros, ya no al interior de una
economía en particular como ocurrió en el caso de Japón, sino alrededor del
mundo. En todo caso, como estos procesos toman años, seguramente no será algo
evidentemente preocupante en el corto plazo para las autoridades y tampoco para
los mercados financieros.
De
todas maneras, en esta transición, muchas economías emergentes están
disfrutando del acceso a financiación a muy bajo costo sin hacer mayores
esfuerzos por mejorar su capacidad de crecimiento y desarrollo económico a
largo plazo. Estas hoy
representan o juegan el papel de varios de los sectores económicos de Japón que
simplemente se
beneficiaron de las externalidades positivas pero nunca se adecuaron para cuando las
condiciones económicas y financieras cambiaran. Amanecerá y veremos.
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