El
primer tráiler de hidrógeno de 44 toneladas ya circula en Europa. Es obra de
DAF y tiene 300 km de autonomía.
Toca
despedirse del A+++: así es el nuevo etiquetado de eficiencia energética de la
Unión Europea que entra en vigor este 2021
Curvature, el mapa que recopila las carreteras con más curvas del planeta
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Junto a las farmacéuticas y a las tabacaleras, las empresas petrolíferas se
convirtieron a mediados del siglo XX en el gran villano del capitalismo.
Gigantescas multinacionales capaces de condicionar las
políticas de gobiernos enteros. Aquella imagen, un tropo en sí mismo de la
ficción contemporánea, ha entrado en declive. La transición hacia un urbanismo de proximidad y hacia
políticas energéticas verdes les augura una decadencia similar a la de la
industria del tabaco.
Pero como aquella, allá donde hay una crisis hay una oportunidad.
Al viento. Lo contaba The Guardian hace unos días:
British Petroleum (BP), una de las principales petroleras del mundo, ha adquirido los derechos de
explotación de una porción sustancial del Mar de Irlanda para instalar granjas
eólicas marinas (offshore). El precio a pagar: unos €1.100 millones. La
beneficiaria será la corona británica, propietaria nominal de los terrenos, aunque en la
práctica engrosará los
presupuestos del Tesoro. Era la primera subasta de este tipo en una
década.
Y marca un antes y un después.
Magnitudes. Tiempo atrás, las palabras "BP" y
"derechos de explotación offshore" hubieran derivado inevitablemente
en exploraciones del subsuelo o en algún nuevo pozo petrolífero. Ese tiempo se acabó. Tanto la
petrolera británica como otras de similar tamaño han puesto sus ojos en la
industria eólica, rompiendo el mercado en el camino. BP ha pagado por
sus lotes marinos quince veces más que otras empresas energéticas con
anterioridad. Ventajas de
tener una fuente de ingresos casi infinita.
La cifra (900 millones de libras, al cambio) es mareante.
"Están locos",
explica aquí una fuente de la industria. "Todo el mundo opina lo mismo:
estos precios no tienen ningún sentido, y serán malos para la industria y la
factura de los consumidores en última instancia". De cumplir con
sus expectativas, BP instalaría
la suficiente potencia como para abastecer a siete millones de hogares.
Antes de 2030 la compañía aspira a controlar 30GW de producción eléctrica en el
norte de Europa.
A
las petroleras no les gustan las políticas medioambientales. Así que
están promoviendo las suyas
Otras vendrán. Digamos que las multinacionales del
petróleo le han visto las orejas al lobo. Quedan muchas décadas antes de que agotemos todas las
reservas, pero soplan vientos de cambio (perdón) en materia energética.
BP no está sola.
Equinor, Total y Shell están siguiendo su camino. Les une
un temor generalizado a futuras restricciones medioambientales en la Unión
Europea (recordemos: la Comisión quiere eliminar sus emisiones antes de 2050) y la necesidad de reconvertirse
antes de que sea tarde.
Coger
sitio. 2020 es un punto de no retorno. El desplome del precio del petróleo ha servido como
adelanto del futuro por venir. En última instancia, las petroleras no son más que
empresas energéticas, por lo que la transición es natural. Más aún
cuando su músculo financiero (un proyecto de €10.000 millones es su pan nuestro
de cada día) les permite
cooptar un mercado en crecimiento, donde sus competidores aún no han crecido lo
suficiente como para ser inexpugnables. Si quieren entrar, debe ser
ahora.
Se
trata de coger sitio. Un cántico reverbera ya dentro de la industria: "Oil is dead".
El
rey ha muerto. ¡Viva el rey! En la carrera por la energía (renovable)
del futuro Europa parece
haber apostado por el viento. Lo vimos hace poco a cuenta de Dinamarca,
interesada en crear una
isla artificial para explotar los vientos marítimos. En 2017 el viento
representaba apenas el 11% de la energía europea (PDF), un porcentaje que se ha
multiplicado desde entonces; a
razón de casi €50.000 millones de inversión anuales.
Sólo en 2020 el continente añadió 2,9GW de potencia
instalada offshore (356 aerogeneradores esparcidos en nueve granjas marinas
distintas), para un total de 25GW. Apenas una fracción de los nuevos proyectos aprobados para su
construcción inmediata (7GW, €26.000 millones de inversión). Magnitudes
a las que el petróleo no quiere perder de vista.
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