En
Italia fueron sacos de dinero entregados en un hotel de Roma para los
candidatos favorecidos. En Nicaragua se trató de historias escandalosas
filtradas a diarios extranjeros para hacer cambiar el rumbo de una elección. En
Serbia, millones de panfletos, carteles y calcomanías fueron impresos para
intentar derrotar a un presidente que buscaba la reelección.
¿Estamos
hablando de las herramientas con las que el gobierno de Vladimir Putin ha
interferido en otros países? No, esos ejemplos son solo una pequeña
muestra de la historia de las intervenciones estadounidenses en elecciones
extranjeras.
El 13 de febrero, los directores estadounidenses de
inteligencia advirtieron al Comité de Inteligencia del Senado de Estados Unidos
que Rusia parece estar
preparándose para repetir las mismas artimañas que desató en 2016 ahora que se
aproximan las elecciones de mitad de periodo de 2018: ciberatacar,
filtrar, manipular las redes sociales y quizá otras. Días después, Robert
Mueller, el fiscal especial, anunció
imputaciones contra trece rusos y tres empresas, dirigidas por un empresario
con vínculos cercanos al Kremlin, lo que expuso en gran detalle un plan de tres
años para utilizar las redes sociales con el fin de atacar a Hillary Clinton,
apoyar a Donald Trump y sembrar discordia.
La
mayoría de los estadounidenses están comprensiblemente impactados por lo que
consideran un ataque sin precedentes contra nuestro sistema político.
Sin embargo, los veteranos de inteligencia y académicos que han estudiado las
operaciones encubiertas tienen una opinión distinta y bastante reveladora.
“Si
le preguntas a un oficial de inteligencia si los rusos rompen las reglas o
hacen algo extraño, la respuesta es no, para nada”, dijo Steven L. Hall,
que se retiró en 2015 después de pasar treinta años en la CIA, donde fue el
director de operaciones rusas. En la historia, dijo, Estados Unidos “por supuesto” ha llevado a cabo
ese tipo de operaciones para influenciar elecciones, “y espero que sigamos
haciéndolo”.
Loch K. Johnson es el decano entre los académicos
estadounidenses en materia de inteligencia y quien comenzó su carrera en la
década de los setenta al investigar a la CIA como miembro del personal del
Comité Church del Senado (formalmente conocido como el Comité Selecto del
Senado de Estados Unidos para el Estudio de las Operaciones Gubernamentales
Respecto a las Actividades de Inteligencia). Johnson dice que la operación rusa de 2016 simplemente
fue la versión cibernética de los procedimientos efectuados por Estados Unidos
a lo largo de décadas en ocasiones en que los funcionarios estadounidenses
estaban preocupados por una elección extranjera.
“Hemos
hecho ese tipo de cosas desde que se creó la CIA en 1947”, dijo Johnson, ahora
profesor en la Universidad de Georgia. “Hemos utilizado carteles,
panfletos, información enviada por correo, pancartas… de todo. Hemos plantado
información falsa en diarios extranjeros. Hemos utilizado lo que en el Reino Unido llaman ‘la
caballería del rey Jorge’: portafolios llenos de efectivo”.
El alejamiento de Estados Unidos de los ideales
democráticos a veces fue mucho más allá. La CIA ayudó a derrocar a líderes electos en Irán y en
Guatemala en la década de los cincuenta y respaldó golpes de Estado violentos
en varios otros países en los sesenta. Planeó asesinatos y apoyó
brutales gobiernos anticomunistas en América Latina, África y Asia.
Sin embargo, tanto Hall como Johnson argumentaron que, en
décadas recientes, las interferencias rusas y estadounidenses en elecciones no
han sido de una equivalencia moral. A decir de ellos, las intervenciones estadounidenses generalmente han
tenido como propósito promover la democracia o ayudar a que candidatos no
autoritarios desafíen a dictadores. Mientras que Rusia, dijeron, ha
intervenido más a menudo para perturbar la democracia o promover gobiernos
autoritarios.
Equipararlos, según Hall, “es como decir que los policías y los delincuentes son lo
mismo porque ambos tienen armas: el motivo importa”.
Esta historia más amplia de intromisiones electorales no
ha estado presente en buena medida en la avalancha de informes acerca de la
intervención rusa y la investigación acerca de si la campaña de Trump estuvo
involucrada. Es un
recordatorio de que la campaña rusa en 2016 fue fundamentalmente de espionaje
tradicional, aunque utilizaran nuevas tecnologías. Además, arroja luz
sobre las corrientes más grandes de la historia que impulsaron las
intervenciones electorales estadounidenses durante la Guerra Fría y motivaron
las acciones actuales de Rusia.
“Hemos
utilizado carteles, panfletos, información enviada por correo, pancartas… de
todo”.
Dom H. Levin, académico de la Universidad Carnegie
Mellon, se ha sumido en los registros históricos de operaciones de influencia
tanto encubiertas como manifiestas. Encontró 81 por parte de Estados Unidos y 36 por parte de la Unión
Soviética o Rusia entre 1946 y 2000, aunque el conteo ruso sin duda está
incompleto.
“No
estoy justificando de ninguna manera lo que hicieron los rusos en 2016”,
dijo Levin. “Estuvo muy mal que Vladimir Putin interviniera de esa manera.
Dicho eso, los métodos que utilizaron en esta elección simplemente fueron la
versión digital de los métodos que han utilizado tanto Estados Unidos como
Rusia durante décadas: penetrar
en la sede de los partidos, reclutar secretarios, poner informantes dentro de
un partido y dar información, o desinformación, a los diarios”.
Sus hallazgos enfatizan cómo la intervención electoral
por parte de Estados Unidos —a veces encubierta y a veces bastante manifiesta—
ha sido rutinaria.
El precedente se estableció en Italia con la asistencia a
los candidatos no comunistas de finales de los cuarenta hasta los sesenta. “Teníamos sacos de dinero que
les entregábamos a políticos selectos para solventar sus gastos”, dijo
F. Mark Wyatt, un exfuncionario de la CIA, en una entrevista de 1996.
La propaganda encubierta también ha sido un elemento
fundamental. Richard M. Bissell Jr., que encabezó las operaciones de la agencia a finales de los cincuenta y
principios de los sesenta, escribió casi de pasada en su autobiografía
acerca de “ejercer control sobre un diario o una estación televisiva o asegurar el resultado deseado
de una elección”. Un informe desclasificado acerca del trabajo de la CIA
en la elección de 1964 en Chile presume sobre el “arduo trabajo” que la agencia realizó al proporcionar
“grandes sumas” a
su candidato predilecto y a la hora de presentarlo como un “estadista sabio,
sincero y noble” mientras pintaba a su rival de izquierda, Salvador Allende,
como “un conspirador
calculador”.
Los funcionarios de la CIA le dijeron a Loch Johnson a
finales de la década de los ochenta que al día había entre setenta y ochenta
“inserciones” de información en los medios noticiosos extranjeros; la mayoría era información
verídica pero en ocasiones era falsa. En la elección de Nicaragua en 1990,
la CIA plantó historias acerca de corrupción en el gobierno sandinista de
izquierda, dijo Levin. La
oposición ganó.
Con el tiempo, las operaciones estadounidenses de
influencia no han sido organizadas en secreto por la CIA, sino abiertamente a
través del Departamento de Estado y sus filiales. Para la elección de 2000 en
Serbia, Estados Unidos financió una iniciativa exitosa para vencer a Slobodan
Milosevic, el líder nacionalista, por medio de asesores políticos y millones de
calcomanías con el símbolo de un puño cerrado de la oposición y la frase “Lo vencimos” en serbio, que
fueron impresas en ochenta toneladas de papel adhesivo y fueron entregadas por
un proveedor de Washington.
Vince Houghton, quien sirvió en el ejército en los
Balcanes en ese entonces y trabajó de cerca con las agencias de inteligencia,
dijo que vio iniciativas estadounidenses por todas partes. “Dejamos muy claro que no
teníamos la intención de dejar que Milosevic se quedara en el poder”,
dijo Houghton, ahora historiador en el Museo Internacional de Espionaje.
Esfuerzos
similares se llevaron a cabo en elecciones en tiempos de guerra en Irak y
Afganistán, no siempre con éxito. Después de que Hamid Karzai fue
reelecto como presidente de Afganistán en 2009, se quejó con Robert Gates, entonces
el secretario de Defensa, acerca del intento flagrante de Estados Unidos para
vencerlo, que Gates calificó en sus memorias como “nuestro golpe de Estado torpe y fallido”.
¿Qué significa la democracia? ¿Puede incluir el
debilitamiento en secreto de un gobierno autoritario o el que se ayude a los
competidores que adoptan valores democráticos?
En
al menos una ocasión Estados Unidos metió audazmente su mano en una elección
rusa. Los temores estadounidenses de que Boris Yeltsin sería vencido en
su intento de reelegirse como presidente en 1996 contra un comunista
tradicional provocaron un esfuerzo manifiesto y encubierto para ayudarlo, a
instancias del presidente Bill Clinton. Incluyó la ayuda de Estados Unidos para que Rusia
obtuviera un préstamo de 10.000 millones de dólares del Fondo Monetario
Internacional cuatro meses antes de la elección, así como un equipo de
consultores políticos estadounidenses (aunque algunos rusos desestimaron
el que estos se atribuyeran el mérito por la victoria de Yeltsin).
La clara intervención hizo que algunos estadounidenses se
incomodaran. Thomas Carothers, un académico del Instituto Carnegie por la Paz
Internacional, recuerda haber discutido con un funcionario del Departamento de
Estado. “Yeltsin es la
democracia en Rusia”, le dijo ese funcionario. Carothers respondió: “Eso
no es lo que significa la democracia”.
En
décadas recientes, la presencia estadounidense más visible en la política
extranjera ha sido mediante grupos financiados por los contribuyentes de ese
país, como la Fundación Nacional para la Democracia , el Instituto Nacional
Democrático y el Instituto Internacional Republicano, que no apoyan candidatos,
sino que enseñan tácticas básicas para hacer campaña, construyen instituciones
democráticas y capacitan a monitores electorales.
La mayoría de los estadounidenses consideran que esos
esfuerzos son benigno o, incluso, benéficos. Sin embargo, Putin cree que son
hostiles. En 2006, la Fundación Nacional para la Democracia dio un subsidio de
23.000 dólares a una organización que empleaba a Aleksei Navalny, quien años
más tarde se convirtió en el principal enemigo político de Putin, un hecho que
el gobierno ha utilizado para atacar tanto a Navalny como a la fundación. En 2016, esta otorgó 108
subsidios por un total de 6,8 millones de dólares a organizaciones en Rusia con
propósitos como “fomentar a activistas” e “impulsar la participación cívica”.
La fundación ya no nombra
a sus beneficiarios rusos, pues, bajo las leyes rusas que castigan el
financiamiento extranjero, pueden enfrentar acoso o arrestos.
Es fácil entender por qué Putin considera que el efectivo
estadounidense es una amenaza a su gobierno, que no tolera una oposición
verdadera. No obstante, a
los veteranos estadounidenses de la promoción de la democracia les parecen
abominables las insinuaciones de Putin acerca de que su trabajo es igual
a las supuestas acciones del gobierno ruso en Estados Unidos actualmente.
“No solo son peras y manzanas”, dijo Kenneth Wollack,
presidente del Instituto Democrático Nacional. “Es comparar a alguien que proporciona medicina para
salvar vidas con alguien que da veneno mortal”.
Lo que la CIA pudo haber hecho en años recientes para
influenciar elecciones extranjeras aún es secreto y quizá no vaya a conocerse
sino hasta décadas después. Podría
ser modesto en comparación con la manipulación de la Guerra Fría por parte de
la agencia, pero algunos veteranos no están tan seguros.
“Supongo
que están aplicando muchas de las viejas tácticas porque, ya sabes, eso jamás
cambia”, dijo William J. Daugherty, quien trabajó para la CIA de 1979 a
1996 y en algún momento se encargó de revisar operaciones encubiertas. “La
tecnología podría cambiar, pero los objetivos son los mismos”.
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