Cuando
Robert Lighthizer, el principal negociador comercial del gobierno
estadounidense, tuvo sus inicios la diplomacia comercial a principios de los
años ochenta, durante la presidencia de Ronald Reagan, a Estados Unidos le
gustaba resolver sus conflictos comerciales por la fuerza, al exigirle a sus
socios comerciales que frenaran sus exportaciones o indicar que se enfrentarían
a las consecuencias.
Japón, por ejemplo, aceptó asumir “restricciones voluntarias a las
exportaciones” para
reducir las ventas de autos Toyota, Honda y Nissan que causaban
descontento en Detroit. El 80 por ciento de las importaciones de acero
estadounidenses estaban cubiertas
por acuerdos de restricciones voluntarias que Washington tenía con
quince países.
Eran
voluntarias en el sentido de que los exportadores internacionales preferían
estos acuerdos a la amenaza de aranceles punitivos. En Washington eran
populares. Como lo hace notar Douglas Irwin, economista de la Universidad
Darmouth, en su oportuno libro nuevo Clashing Over Commerce: A History of U.S.
Trade Policy, la cantidad de las importaciones estadounidenses sujetas a algún tipo de
restricción comercial subió de ocho por ciento en 1975 a 21 por ciento
en 1984.
En
la actualidad, los conflictos comerciales se adjudican de otra manera:
desde 1995, Estados Unidos ha tenido que llevar sus quejas ante el sistema de
solución de diferencias de la Organización Mundial del Comercio (OMC), como
cualquier otro país. Ha perdido algunos casos, en especial los relacionados con
la singular manera que
tiene Washington de medir el dumping, una práctica de competencia
desleal. Sin embargo, Estados Unidos suele ganar cuando denuncia alguna práctica injusta en el extranjero.
Pero este sistema parece no gustarle a Trump.
Al tomar en cuenta la manera agresiva en que los
negociadores comerciales de Trump se dirigen a sus contrapartes mexicanas y
canadienses en el proceso de renegociación el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte, algunos diplomáticos y expertos en materia comercial empiezan a preguntarse si el
objetivo final de la Casa Blanca es reventar todo el marco legal que regula el
comercio mundial. Lo que Washington realmente pareciera desear es el
tipo de carta blanca que gozaba en la década de 1980 para forzar a un país tras
otro a reducir a cero el superávit comercial con Estados Unidos.
Según un diplomático comercial que está al tanto de las
discusiones, los negociadores estadounidenses han advertido a sus contrapartes
mexicanas y canadienses que, si Estados Unidos se sale del TLCAN, no deben esperar que las
relaciones comerciales simplemente se rijan por la reglas de la OMC, las
cuales incluyen un techo arancelario promedio de 3,5 por ciento para las exportaciones
mexicanas que van a Estados Unidos y de 7,1 por ciento para las exportaciones
estadounidenses hacia México. Argumentan que Estados Unidos no estará limitado por estas
restricciones.
Cuando solicité la opinión de Lighthizer, su oficina me
remitió a una declaración que hizo en junio/17 en la cual afirmó su “compromiso a trabajar
de cerca con los socios comerciales de Estados Unidos con el fin de aumentar la
capacidad de la OMC para promover el comercio libre y justo”. Sin
embargo, no ha tenido reparo en expresar su molestia respecto de la
organización. Mientras tanto, Estados Unidos ha estado socavando el aparato
judicial del organismo al frenar los nombramientos para el órgano de apelación
que regula las disputas comerciales, compuesto por siete integrantes. Al tribunal actualmente tiene
dos vacantes, número que ascenderá a tres en diciembre, cuando el jurista
europeo deje el cargo. Ese punto muerto ya provocó que Cecilia
Malmstrom, la diplomática comercial más importante de la Unión Europea, advirtiera
que la postura estadounidense resulte en “la destrucción de la OMC desde adentro”.
A pesar de que emascular a la organización comercial
podría parecer imprudente, pero
algunos expertos en comercio advierten que el gobierno de Trump podría tomar tal
medida en su intento quijotesco de eliminar los déficits comerciales
bilaterales que tiene con algunos países.
Y
esto pone al mundo entre la espada y la pared. El déficit actual en la
cuenta corriente estadounidense —una medida amplia de sus operaciones
comerciales— refleja la brecha entre los ahorros nacionales y las inversiones
nacionales de Estados Unidos. Invierte más de lo que ahorra. Lo hace con fondos
que atrae del exterior y los gasta en productos y servicios extranjeros. Mientras no cierre la brecha de
los ahorros, no habrá diplomacia, intimidación o persuasión suficiente para
cerrar la brecha en el comercio.
Si
Estados Unidos abandonara el TLCAN, su déficit con México podría elevarse de
manera considerable en vez de que disminuya, pues la incertidumbre haría
que se desplome el peso mexicano y abarataría así las exportaciones mexicanas.
Sin embargo, incluso si funcionara la maniobra de Trump respecto al TLCAN y se
equilibrara el intercambio bilateral con México, no cambiaría necesariamente el
balance general del comercio estadounidense.
Lo
más difícil de comprender para los diplomáticos y los expertos en políticas
comerciales es la manera en que el gobierno de Trump concibe el
desenlace de abatir un sistema legal cuando Estados Unidos invirtió tanto
tiempo y esfuerzo en su construcción.
A Lighthizer le vendría bien recordar que, después de que
Canadá, Japón y la entonces llamada Comunidad Europea aceptaron acuerdos de
restricción voluntaria que limitaban las exportaciones de acero a Estados
Unidos a comienzos de la década de 1980, los fabricantes en países como Corea del Sur y Sudáfrica
entraron al relevo.
Como me comentó otro economista de Dartmouth, Robert
Staiger: A menos de que también se corrija el desequilibrio entre ahorros e
inversiones estadounidenses, reducir
el déficit comercial que existía con México simplemente abriría un déficit en
otro lado.
“Los
déficits bilaterales seguirán apareciendo por todos lados”, afirmó. “Trump va a tapar una fuga para
abrir otra”.
Además, si los legisladores republicanos en Estados
Unidos aprueban su plan de recortes fiscales, el déficit presupuestario se hará aún mayor, con
lo que empeoraría el desequilibrio entre ahorros e inversiones.
El problema que enfrenta el resto del mundo es que,
probablemente, cualquiera
de estas situaciones va a aumentar indistintamente la frustración hacia una
administración estadounidense que parece creer que las balanzas comerciales se
negocian como transacciones de bienes raíces. Todas encaminan a Estados
Unidos a un conflicto con el régimen legal que administra la OMC.
No
está claro si Trump tiene la autoridad legal para sacar a Estados Unidos de un
régimen comercial que regula la OMC o siquiera del TLCAN. Rufus Yerxa,
un exdiplomático comercial estadounidense de alto rango que participó en el
equipo que participó en las discusiones del TLCAN y de la Ronda Uruguay de
Negociaciones Comerciales Multilaterales, la cual llevó a la creación de la OMC
en 1995, argumenta que,
sin importar la legalidad, es poco factible que Trump pudiera sacar a Estados
Unidos de la organización comercial.
Yerxa
señaló que las pérdidas serían demasiado elevadas. Los países
discriminarían contra los productos y servicios estadounidenses. “Todo el mundo podría hacer lo
que quisiera con nosotros”, afirmó Yerxa. Estarían bajo amenaza las
extensas cadenas de suministro que las empresas estadounidenses han tendido por
todo el mundo desde que surgió la organización comercial.
Chad P. Bown, un economista del Instituto Peterson de
Economía Internacional, coincidió con lo anterior. “Dañaría las actividades comerciales mucho más que
en la década de los ochenta”, afirmó. “Mucho del comercio en ese
entonces involucraba productos finales. Actualmente una buena parte recae en los bienes
intermedios”.
Fue sencillo intimidar a Japón en la década de los ochenta:
su seguridad dependía de Estados Unidos. Es poco probable que Washington pudiera tener el mismo
éxito con China en estos días.
Aunque la OMC sufriría un golpe si se saliera Estados
Unidos, podría sobrevivir. En la actualidad, Estados Unidos representa apenas
cerca del 13 por ciento del comercio mundial, una cifra inferior al 25 por
ciento que ostentaba durante la década de los ochenta.
Lo
más difícil de comprender para los diplomáticos y los expertos en políticas
comerciales es la manera en que el gobierno de Trump concibe el desenlace de
abatir un sistema legal cuando Estados Unidos invirtió tanto tiempo y esfuerzo
en su construcción. Aun si se impone Trump, Estados Unidos se arriesga a perder.
Se viene a la mente la política del azúcar estadounidense.
A comienzos de la década de los ochenta, con la esperanza de poner un piso a
los precios de Estados Unidos, el gobierno estableció un sistema de cuotas para
limitar las importaciones de azúcar. Como lo expone Irwin, la medida demostró
ser más compleja de lo que habían esperado los expertos en Washington.
Las
cuotas de las importaciones estadounidenses se volvieron cada vez más pequeñas
en respuesta a los precios en picada a nivel mundial. En un momento el
azúcar de Estados Unidos era tan caro que las empresas empezaron a importar
productos azucarados como mezclas preparadas para pasteles, té helado y cacao a
granel para extraer y vender el azúcar dentro del país. Coca-Cola y Pepsi cambiaron de usar azúcar a
utilizar jarabe de maíz, con lo cual recortaron la demanda nacional y
obligaron al Departamento de
Agricultura estadounidense a reducir más las cuotas de importación. Y
los fabricantes de caramelos se fueron al extranjero, donde el azúcar era más
barata.
En el Caribe y Centroamérica, las cuotas del azúcar hicieron que muchos
agricultores dejaran de producir y comenzaran en vez a cultivar narcóticos
ilegales que se contrabandearon a Estados Unidos. Como si fuera poco, en
agosto de 1986, Estados Unidos vendió a China 136.000 toneladas de azúcar que
había acumulado para poder fortalecer el precio. Esa azúcar la compró a 18
centavos por libra (0.45 kilogramos, aproximadamente) y la vendió a 5 centavos.
En unos días, cayeron en picada los precios mundiales del azúcar.
Robert Lighthizer ha estado involucrado en la diplomacia
comercial internacional por
suficiente tiempo como para recordar este tipo de estrategias comerciales
unilaterales. Parece que no aprendió las lecciones que la historia nos ha
enseñado desde entonces
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