El
mundo se está sumiendo en el “agro pesimismo”, o el miedo a que la humanidad no
pueda alimentarse a sí misma sin arruinar el ambiente mientras los desastres
naturales aumentan el temor a una hambruna en desarrollo. Para responder a la demanda en
2050, la producción de granos debería aumentar en la mitad y la producción de
carne debería duplicarse, pero el crecimiento en los campos de granos
está mermando, hay muy poca tierra cultivable extra y el agua está escaseando.
En 1967 el maltusiano Paul Ehrlich vaticinó que en los 70 y
80 cientos de millones de personas morirían de hambre y cinco años más tarde,
en “Los límites al Crecimiento”, el Club de Roma argumentó que en el mundo las materias primas estaban
escaseando y que las sociedades probablemente colapsarían en el siglo XXI.
Un año después Brasil, hasta entonces un importador de
comida neto, decidió
cambiar su forma de enfocar la agricultura, expandiendo la producción doméstica
a través de la investigación científica y no de los subsidios.
En vez de tratar de proteger a los campesinos de la
competencia internacional, se abrió al comercio y dejó que las granjas
ineficientes quebraran. En las cuatro décadas transcurridas se ha convertido en
el primer gigante de la agricultura tropical y el primero en retar el dominio de los “cinco grandes”
exportadores de comida (EUA, Canadá, Australia, Argentina y la Unión Europea).
Y lo logró, siguiendo un camino opuesto al de los
agropesimistas, para quienes la sustentabilidad es la mayor virtud y se alcanza
mejor alentando a los pequeños agricultores y las prácticas orgánicas. Se oponen al monocultivo y a los
fertilizantes químicos; prefieren la investigación agrícola, pero
desprecian las plantas genéticamente modificadas (GM) y piensan que la comida
debe ser vendida en mercados locales y no en los internacionales.
Las
granjas en Brasil son sustentables también, gracias a la abundancia de tierras
y de agua, pero son mucho más grandes, inclusive que las de EUA y los
campesinos compran insumos y venden cosechas a gran escala. Este progreso ha
estado apuntalado por la compañía estatal de investigaciones agrícolas, e
impulsado por las cosechas GM y representa una clara y respetable alternativa a
la creciente creencia en lo pequeño y lo orgánico, por tres razones: primero, es inmejorablemente
productiva, y se ha alcanzado sin los enormes subsidios estatales que impulsan
a los campesinos en Europa y EUA. En segundo lugar, es más replicable en los
países pobres de África y Asia, que comparten el clima tropical con Brasil, y
aunque su éxito ocurrió en una época en que el clima era relativamente estable,
mientras que ahora es
incierto, sus ingredientes básicos (la investigación agrícola, las
grandes granjas de utilización intensiva de capital, la apertura al comercio y
las nuevas técnicas agrícolas) pueden funcionar donde quiera.
Por último, Brasil muestra una forma diferente de lograr un balance entre la
agricultura y el ambiente. Ha sido acusado de promover la agricultura destruyendo los bosques
amazónicos, y es cierto que ha habido destrucción, pero la mayor parte
de la revolución de los últimos 40 años tuvo lugar a cientos de millas de allí,
mostrando que es posible lo dicho por Norman Borlaug (a menudo llamado el Padre
de la Revolución Verde), que
la mejor forma de salvar los ecosistemas en peligro es producir alimentos en
lugares donde no sea necesario tocar las maravillas naturales. Muestra
también que el cambio no va a ocurrir solo, el mundo debe aprender de Brasil,
que cuatro décadas atrás enfrentó una crisis agrícola y respondió con audacia
decisiva.
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