¿Por qué es tan importante la intervención de los Estados
Unidos en la guerra civil del país árabe?
Un
país árabe y “conflicto armado” parecieran ser siempre sinónimos. Lo que
sucede es que las condiciones suelen pasarse por alto y la política
internacional es sencillamente un cantidad avasalladora de datos que toman
mucho tiempo en ser desenredados, sobretodo en una sociedad en la que los
titulares hacen la mayor parte del periodismo.
El
caso de Siria no es ajeno a esta generalización, y comprender lo que allí
sucede necesita mucho más tiempo y dedicación, sobretodo por la velocidad con
la que los hechos se han ido desarrollando.
La
posición geográfica de Siria es sumamente importante para la política de los
países árabes, pues forma parte de uno de los 15 territorios conocidos
como La cuna de la Humanidad. Siria es el punto de confluencia entre tres continentes: África, Asia y
Europa, transformándole en un foco comercial entre varios países.
Siria
posee una franja costera de 193 kilómetros que son el acceso inmediato al mar
mediterráneo, y
colinda con Irak, Israel, Jordania, Líbano y Turquía. Su territorio es rico en
yacimientos de petróleo, lo que transforma su territorio en un canal
importantísimo para la producción y distribución del oro negro.
El origen
Todo
comenzó en un conflicto interno consecuencia de un levantamiento social en
contra de la dictadura del “presidente” Bashar Al-Assad, quien heredó un
país sumamente controlado y sometido, que había sido gobernado por su padre en las décadas
anteriores.
El
conflicto civil, impulsado por las desigualdades sociales y la necesidad de un
cambio de gobierno – eco de la llamada Primavera árabe, que liberó a
países como Libia y Egipto de gobiernos dictatoriales – desató una fuerte represión por parte del gobierno
de Al-Assad que permitió
el surgimiento de grupos religiosos extremistas que se unieron al
movimiento radical islamista mejor conocido como ISIS.
Para julio del 2011, ya eran cientos de miles de personas que se manifestaban en
contra del régimen y sus medidas de represión y tortura contra los
“desertores”, según un reporte de la BBC.
Pero el ataque perpetrado por Assad en contra de su
población utilizando armas
químicas, hizo que
la comunidad internacional girara su atención sobre lo que parecía tan
sólo un conflicto más.
La
comunidad internacional, liderada por Estados Unidos, hizo una breve aparición
en escena, solicitando el desarme químico del gobierno sirio, pues
atentaba contra los acuerdos internacionales de Paz, y el mediador no fue otro
que Vladimir Putin. Pero
tras bastidores, Estados Unidos apoyó con armas y refuerzos a los rebeldes.
Un perfil religioso
Como
un efecto dominó, el conflicto civil detonó también los desencuentros
religiosos latentes durante toda la historia de la comunidad árabe,
adquiriendo pronto “características sectarias enfrentando a la mayoría sunita
del país, contra los chiitas alauitas, la rama musulmana a la que pertenece el
presidente”, según continúa el medio.
La
oposición no quiso retroceder. Por el contrario, mientras más violenta e
inhumana era la represión del gobierno, más personas se sumaban a la revuelta, mientras
más de la mitad del país huía a través de las fronteras, transformándose en una de las comunidades
refugiadas más grandes de los últimos tiempos.
La fusión de combatientes no tardó en forjarse, juntando
grupos moderados y radicales como el Ejército Libre Sirio (ELS), grupos
islamistas y yihadistas y el Frente al Nusra, afiliado a al Qaeda.
Para principios de 2018, todos los grupos se juntaron en
el segundo grupo rebelde más grande en contra del gobierno de Al-Assad,
denominado Tahrir al Sham. Pero tal coalición no ha evitado los desencuentros
entre los opositores radicales y moderados, quienes frecuentemente se han visto
combatiendo entre ellos.
Momento de intervenir
La
intervención internacional fue inmediata, como era de esperarse.
Tradicionalmente, los imperios económicos mundiales no dudan dos veces antes de echar mano a un
territorio en conflicto con yacimientos petrolíferos y ubicación geográfica
adecuados.
La
excusa esta vez fue la de combatir al Estado Islámico que comenzaba a infundir
terror en países europeos. Por lo tanto, los primeros en sumarse al
conflicto fueron los Estados
Unidos, Reino Unido, Francia y Rusia, quien decidió ponerse del lado del gobierno de Al-Assad
y “proteger la soberanía” del país.
La
fuerza de Rusia ayudó al gobierno sirio a recuperar zonas perdidas en
manos de los rebeldes como Alepo, una de las ciudades más importantes histórica
y políticamente, y continúa
actualmente abasteciendo y asesorando al gobierno, cuyos intereses
corresponden a las negociaciones económicas y estratégicas que tiene Moscú
sobre Siria, la joya de los países árabes.
Asimismo,
Irán, de mayoría chiita (como Al-Assad), es el mayor aliado del gobierno sirio,
pues el territorio del país en conflicto es un canal de tránsito “para
armamentos que Teherán envía al movimiento chiita Hezbolá en Líbano, el cual
también ha enviado a miles de combatientes para apoyar a las fuerzas sirias”.
El
norte de Siria fue intervenido por el gobierno de los Estados Unidos a través
de grupos kurdos que intentan controlar la zona, pero la intervención de
la armada estadounidense siempre se mantuvo en una posición estratégica, no
agresiva.
Por
el contrario, Arabia Saudita no dudó en apoyar a los rebeldes, no sólo
por apoyar la contrapartida religiosa sino para “contrarrestar” la presencia de
Irán en el conflicto.
Estados Unidos descruza los brazos
Durante
los primeros días de su gobierno, Donald Trump aseguró que la situación en
Siria no era de interés para los americanos, y enfocó sus energías en
desmantelar las medidas tomadas por su predecesor, en coherencia con su campaña
electoral en la que aseguró que “Estados Unidos va primero”.
Pero nuevamente el gobierno de Bashar Al-Assad atacó con
armas químicas la zona de Khan Sheikhoun, dominada por fuerzas rebeldes, a las
6:30 AM del día 4 de abril, utilizando armas de gas sarín, matando a más de 70
personas y dejando centenares de heridos.
Las imágenes fueron devastadoras y se difundieron
inmediatamente por todo el mundo, llegando a manos de Donald Trump, quien
cambió radicalmente de posición, lanzando un ataque sorpresa sobre una base
aérea Ruso-Siria, el día jueves 06 de abril, rompiendo con su proclama
aislacionista y
transformándose en el “guardián del orden mundial”, como lo ha
calificado el medio español El País.
Un nuevo tablero de ajedrez
Las acciones dirigidas por Donald Trump se ubican en el
plano político-militar internacional como una contrapartida a las fuerzas Iraníes, Rusas y Chinas, que
respaldan el gobierno de Bashar Al-Assad, transformando el conflicto
interno sirio en un paulatino campo de batalla internacional que, para muchos,
sugiere el escenario de un tercer conflicto armado mundial.
El
gobierno sirio ha respondido con una declaración rechazando rotundamente la
intervención de los Estados Unidos, calificándole de apoyo a las fuerzas
rebeldes y extremistas islámicas, y asegurando que responderán con fuerza ante
cualquier otro ataque que pudiera continuar sobre el territorio.
Por su parte, la embajadora de Estados Unidos ante la
ONU, Nikki Haley, aseguró que “no existe solución política alguna para el conflicto en Siria y
que si el presidente Bashar Al-Assad continúa en el poder, las autoridades
estadounidenses estarán dispuestas a hacer algo más al respecto”.
Un conflicto sin fin
Después de un caótico primer año en el cargo, el
presidente Trump anunció, que "saldremos de Siria muy pronto. ¡Dejemos que otras personas se
encarguen de eso ahora!"
Como recuerda el Washington Post, "al día siguiente,
se supo que Trump había
suspendido más de $ 200 millones en fondos de estabilización para los esfuerzos
de recuperación en Siria".
Esperemos que no se repita algo similar en Suramerica
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