En
1968, el astronauta William Anders miró hacia afuera desde su cápsula en la
misión Apolo 8 que orbitaba alrededor de la Luna y vio a la Tierra de color
azul que emergía sobre el grisáceo horizonte lunar. Fue la primera vez que
alguien vio un “amanecer lunar”.
En
ella, nuestro planeta se ve solo y frágil en contraste con lo negro del espacio.
Esto muestra la apremiante necesidad de salvar al planeta de nuestro pésimo
comportamiento. Pero ¿qué quiere decir eso de
“salvar” a la Tierra?
Si el vehículo espacial de Anders hubiera alcanzado la
cima lunar 55 millones de años antes, se habría encontrado con un sofocante planeta selvático
tan caliente que casi no tenía hielo ni nieve. Si la visita hubiera
ocurrido 700 millones de años atrás, habría visto una “bola de nieve”, pues la Tierra estaba cubierta
por capas de hielo de kilómetros de grosor. Y si hubiera aterrizado en nuestro
planeta hace 3000 millones de años, su primera experiencia, de haberse quitado
el casco, habría sido una muerte rápida por asfixia. Esa Tierra, que ya albergaba vida, tenía aire,
pero no oxígeno.
Todas
estas versiones de la Tierra tienen algo en común: estaban profundamente moldeadas
por la vida. Fue la vida que actuaba a través de los microbios lo que
ayudó a echar a andar algunas de las fases de “bola de nieve” de la Tierra. Fue
la vida en la forma de bacterias de un azul verdoso lo que le dio por primera
vez a la Tierra su atmósfera de oxígeno. Desde que el geoquímico Vladimir
Vernadsky acuñó el término “biósfera”,
los científicos han considerado a la vida como un actor en igualdad de
condiciones en el drama de la historia de la Tierra.
La biósfera es una potencia cósmica por derecho propio. Es una fuerza planetaria que
canaliza energías enormes que fluyen desde el Sol y las transforma en rondas
sinfín de innovación evolutiva impredecible. Esa fuerza le da a la
Tierra y a su biósfera una resiliencia a largo plazo que hoy en día debemos
imaginar por completo para comenzar a asimilar el cambio climático que estamos
provocando.
Hablamos
de “salvar” a la Tierra como si fuera un conejito que necesitara de nuestra
ayuda. Mostramos imágenes de osos polares demacrados sobre hielos
flotantes que se derriten para provocar un sentimiento de culpa e incitar a la
acción a favor del medioambiente. Sin embargo, esas imágenes y reportajes nos ciegan ante la realidad de
este momento destacado en la historia de la Tierra.
Nuestro
planeta no necesita que lo salvemos. La biósfera ha soportado cataclismos mucho
peores que el que representamos nosotros y tras millones de años prosperó de
nuevo. Incluso las cinco temibles extinciones masivas en la Tierra se
convirtieron en posibilidades para la creatividad de la biósfera y generaron
nuevas rondas de experimentos evolutivos. Después de todo, así fue como
nosotros, los mamíferos de
cerebros grandes, terminamos dominando la Tierra en lugar de nuestros
antecesores, los dinosaurios. Como alguna vez lo dijo la gran bióloga
Lynn Margulis: “Gea es una
dura resistente”. A
la larga, la biósfera se hará cargo de prácticamente cualquier cosa que le
arrojemos, incluyendo el cambio climático.
No obstante, lo que la historia de la Tierra sí deja en claro es que, si no tomamos
las medidas correctas pronto, la biósfera simplemente seguirá su curso sin
nosotros, y creará nuevas versiones de sí misma en el clima cambiante
que estamos generando ahora. Así que seamos sinceros: el problema no es salvar a la Tierra
ni a la vida en general, sino
salvar a nuestra apreciada civilización. Desde esa perspectiva, la naturaleza de nuestras
opciones cambia significativamente.
La última era del hielo terminó hace aproximadamente diez
mil años y el planeta entró en un largo periodo de estabilidad mayoritariamente
cálido y húmedo. Los científicos llaman a esta época geológica el Holoceno. La
historia completa de nuestra civilización ocurre dentro de esta etapa. Todas nuestras revoluciones en
la agricultura, la construcción de ciudades y la industria han sucedido durante
el Holoceno. Pero este periodo está terminando ahora y nosotros lo hemos
provocado. El impacto
humano, en particular el cambio climático, está alterando el funcionamiento del
planeta.
En respuesta, los científicos ven surgir una nueva época en la evolución de la
Tierra, que llaman el Antropoceno. Sin embargo, la creación de una
versión sustentable a largo plazo de la civilización en el Antropoceno plantea un nuevo y profundo
conjunto de preguntas que seguirán siendo un misterio para nosotros mientras
sigamos obsesionados con salvar a la Tierra.
Por ejemplo: ¿qué es la naturaleza? Desde la perspectiva
de la biósfera, una ciudad
no es fundamentalmente distinta de un bosque. Ambos son resultado de los
interminables experimentos evolutivos de la vida. Y los bosques, igual que los
pastizales, los insectos y los microbios productores de oxígeno, fueron alguna
vez una innovación evolutiva. En ese sentido nosotros, y nuestro proyecto civilizatorio, no somos una
plaga en el planeta. Solo somos lo que la biósfera está haciendo en este
momento. Así que la
pregunta se convierte en qué cambios debemos hacer para seguir siendo
“lo que está haciendo” dentro de varios milenios.
Una civilización de nuestra escala siempre tendrá efectos
en la biósfera. Imaginarse algo distinto es ignorar las leyes de los planetas
que hemos descubierto muy recientemente (las leyes de la física, la química y
la biología). También es
ignorar la propia historia de la biósfera, en la que las especies ubicuas y
“exitosas” siempre tienen un impacto. Nuestra misión no puede ser
eliminar el impacto, lo que sería imposible dado nuestro tiempo de vida, sino
tener el tipo correcto de impacto reducido.
Tenemos que establecer una relación cooperativa con la
biósfera —que ni siquiera hemos imaginado aún— en la que todos se beneficien. Esto implica entender lo que
hace a la biósfera —con nosotros todavía en ella— más fuerte, innovadora y
resiliente. No obstante, es poco probable que todas las especies de la
Tierra hagan ese viaje con nosotros. Puede ser que el fitoplancton microscópico le importe más a este tipo
de biósfera saludable que nuestros amados osos polares. Tendremos que
enfrentar decisiones difíciles con profundas consecuencias éticas. Pretender que podemos
extender el Holoceno a perpetuidad sin esas consecuencias nos puede conducir a
un desastre mayor que hacerles frente con conocimiento.
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