Hacer
empresa en Colombia se está convirtiendo en una tarea titánica, de
complicaciones inimaginables, y las quejas vienen de todos los sectores de la
economía. “La sobrecarga de normas que tenemos con el Estado es agobiante”,
me decía un empresario. “No
hay forma de atender tantos requerimientos. Todos los días sale un nuevo
permiso, una nueva reforma, una nueva obligación; con razón hay tanta
informalidad en el país”, remató.
Otro empresario PYME se lamentaba: “Inicié una fábrica con seis
operarios, un contador y un mensajero. Al poco tiempo me tocó contratar
un nuevo contable para atender las exigencias tributarias. Luego vinieron
nuevas contrataciones para abordar las exigencias laborales, de seguridad
industrial y ambiental. Finalmente, como dos operarios se me engordaron de
tanto hartar, me ordenaron reubicarlos por supuestos dolores en sus espaldas.
¿Puedes creerlo? Quedé con tres mensajeros y me quebré.”
Si me tocara relacionar las entidades públicas que
debemos atender como empresarios, se me acabaría el escrito. Es interminable.
Es una burocracia desbordada donde cada uno inventa sus propios normas y
trámites para justificar su salario. El Gobierno habla de que debemos ser innovadores, pero vivimos entre
abogados resolviendo problemas legales. Nos dicen que debemos abrir
nuevos mercados, pero nos
la pasamos entre asesores para entender las nuevas regulaciones.
Un día son las NIIF; el otro la factura electrónica; luego es el sistema de seguridad y salud en el trabajo; luego el programa de estilo de
vida saludable; más otro para manejar los residuos sólidos; más la política de alcohol y drogas; más el plan de seguridad vial;
más la protección de datos;
más las jornada familiar
semestral; más las
consultas previas; más los aprendices del Sena; más estupefacientes; más la nómina en UGPP… en fin; y contrate expertos
para llenar papeles. Por favor, ¿y en qué momento producimos?
El otro día un pequeño empresario me contó que no pudo
trabajar, porque no había quién le cambiara un bombillo en su oficina. De sus
quince empleados, el único que tenía permiso para “trabajar en altura”, tenía una incapacidad de tres
meses por un dolor de codo de origen desconocido. “Imagínate, cada vez que
visita al doctor - como buen actor de Hollywood - le arma un show de espanto”,
remató.
Churchill
decía: “Muchos miran al empresario como al lobo que hay que abatir; otros lo
miran como la vaca que hay que ordeñar; pero pocos lo miran como el caballo que
tira del carro.”
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