La
proliferación de la desinformación llegó a dimensiones insospechadas en la era
digital. Hoy más que nunca hay la necesidad de desarrollar nuevas competencias
para moverse con criterio y estar a salvo de los engaños malintencionados en
internet.
Hace
cerca de dos años se hizo viral el término“noticias falsas” y ahora no deja de
aparecer en las noticias de verdad. De repente, estas mentiras
disfrazadas de actualidad se
volvieron la preocupación del mundo entero, la amenaza más notoria para
la democracia. Y, en buena medida, con razón: aunque no está claro cuánto
influyeron, sin duda hicieron parte en la consolidación de la opinión pública
en las elecciones del brexit en Reino Unido, de Donald Trump en Estados Unidos y del plebiscito sobre el
acuerdo de paz en Colombia.
El interés por el tema es tal que ya varios actores de la sociedad
han prendido las alarmas en busca de una estrategia para detenerlas.
Entre otras iniciativas, varios medios como la BBC, Vice o Animal Político han
liderado campañas dirigidas a promover la verificación de la información y
Facebook anunció en enero un nuevo algoritmo que prioriza las noticias de los
amigos y disminuye la exposición de los sitios de dudosa reputación. En Reino
Unido, el gobierno de Theresa May creó a comienzos de año una Unidad Anti ‘Fake
News’ (noticias falsas en inglés) con el único objetivo de combatirlas. Pero pocos se han preocupado por
solucionar el problema de raíz: desarrollar el criterio de quienes consumen y
reproducen estos mensajes.
Después
de todo, las noticias falsas son solo un síntoma de un fenómeno mucho más
grande en la que la democratización de los canales de información lleva
a menos filtros de veracidad. Hay muchas personas con acceso a información,
pero ignorantes de las fuentes de la que esta proviene, de sus intenciones y
veracidad. Y, ante eso, difícilmente haya un mejor ‘algoritmo’ que el criterio
propio: enseñar a la gente
a consumir, producir y reproducir la información responsablemente, igual que se
enseña a leer y a escribir. Es solo otro tipo de alfabetización.
Un
mundo (más) caótico
Juan Pablo Ortega, profesor del Departamento de Ciencias
Sociales en la Universidad Central, tiende a preguntarle a sus alumnos de
Enunciación y Análisis del Discurso qué personaje admiran. La interacción sobre
los intereses personales de sus estudiantes es algo que, dice, lo ayuda a
conectarse más con ellos. Pero, no se esperaba la respuesta de una alumna
cuando le contó el suyo:
-Popeye, profe.
-¿El... marino? –, replicó Juan Pablo.
-No, profe, el youtuber.
Popeye, el youtuber, cuyo nombre real es John Jairo
Velásquez, fue sicario del Cartel de Medellín y parte del círculo de confianza
de Pablo Escobar. Estuvo en la cárcel hasta 2014 cumpliendo una condena de 23
años y ahora se dedica a hacer videos en YouTube, donde promueve la tendencia
ultraconservadora y la apología de la vida de Escobar (además de su nueva marca
de ropa).
Pero a la estudiante le parecía “muy valiente, no sé,
como que se enfrenta a todo”. El profesor tuvo que parar la clase para relatarle a sus alumnos el
prontuario de Popeye, autor confeso de cerca de 250 asesinatos, y por
qué quizás no es el mejor modelo a seguir. Eventualmente, la estudiante admitió
que se encontraba en un error.
Como
ella, muchas personas se están informando a través de medios
descontextualizados o tendenciosos, fuentes muchas veces de la desinformación.
Hoy, todo el conocimiento necesario para informarse a
fondo sobre prácticamente cualquier tema (como las atrocidades del Cartel de
Medellín) está en la web. Pero, como dijo el periodista de CNN Fareed Zakaria
en la Cumbre Mundial para la Innovación en Educación (Wise, por sus siglas en
inglés) de 2017, “la
tecnología ha hecho muy difícil seleccionar los hechos verídicos de una masa
basta de información donde no hay ninguna jerarquía, ni diferencia, entre la
mentira y la verdad. De hecho, las falsedades tienen cierta ventaja
porque son más sensacionalistas, y eso es más popular que la aburrida
realidad”.
Por
si fuera poco, la gente lee menos críticamente. Gloria Marciales,
psicóloga y magíster en Educación de la Universidad Javeriana, explica que “estudios comparativos entre
nativos e inmigrantes digitales demuestran que los primeros tienen muchas más
habilidades técnicas para navegar por la red, pero menos competencias en la
construcción de sentido a partir de lo que encuentran. Ante una
desbordada oferta de información, generalmente no pasan del primer pantallazo
que les llega. No le invierten mucho tiempo”.
No deja de ser interesante lo que sucedió con la nota
“Estudio: 70 por ciento de
los usuarios de Facebook solo leen el titular de las notas de ciencias
antes de comentarlas”, publicada por el Science Post en junio de 2016. Esta fue
compartida por 46.000 personas en menos de una semana, pero al darle clic solo
abría una caja de texto, “lorem ipsum”, sin ningún contenido, una prueba clara
de la lectura fácil y crédula que criticaba el engañoso titular.
Vulnerables
Ante
este escenario, no sorprende la vulnerabilidad generalizada de las personas
frente a la desinformación. Es difícil probar qué tanto, pero al menos el 75 por ciento
de los adultos ‘caen’ frente a un titular falso, según una investigación
realizada por Ipsos en Estados Unidos.
Incluso los nativos digitales son demasiado crédulos con
el contenido que encuentran en internet. Un estudio de la Universidad de Stanford puso a algunos
estudiantes de la reconocida institución a distinguir entre un tuit real de Fox
News y uno falso, y solo un cuarto de ellos reconoció el significado del
sello azul que certifica en Twitter a una cuenta oficial. A más del 30 por ciento le
pareció que la cuenta falsa era la original. Lo que es más grave: en una
prueba similar, ocho de
cada diez pensó que un publirreportaje, identificado con un pequeño
texto como “contenido patrocinado”, era una noticia real.
Y si a esas falencias de lecturabilidad se le suman titulares
escandalosos hechos para ser virales, como “Hillary Clinton maneja un negocio
de tráfico sexual infantil”, "El papa apoya la candidatura de Donald
Trump” o “Así intentaron robarse el plebiscito”, es la mezcla perfecta para un
boom de noticias falsas y virales.
Como diría Zakaria en Wise 2017, “en este nuevo mundo, la
tecnología está jugando un rol pernicioso. Nos lleva a la idea de que no hay hechos comprobables
sino realidades relativas, donde nadie, no importa lo que haga, puede ser
probado de cometer un error. Eso para mí es el declive de la civilización. Lo único que puede
pararlo es que rescatemos
la importancia de los hechos y de la educación”.
El
papel de la educación
Hay un concepto que no se usa mucho, pero que lleva un
buen tiempo rondado el escenario educativo: la alfabetización mediática. Es decir, la capacidad de leer
críticamente y expresarse responsablemente en los medios, tanto los
tradicionales como en las redes sociales.
En sí, el concepto no es nuevo. Desde los años noventa se
empezó a hablar de ella (junto con las otras alfabetizaciones del siglo XXI),
principalmente con el fin de instruir a los alumnos en las herramientas
manipuladoras de la publicidad que veían en televisión. Aunque su campo de
acción se amplió mucho con la llegada de las redes sociales. En 2011, la Unesco
publicó un currículo de alfabetización mediática, llamando la atención a nivel internacional sobre la
necesidad de desarrollar estas competencias desde la escuela.
Lastimosamente, este poco se había adoptado en los
colegios y universidades. Pero ahora, con la creciente popularidad de las
noticias falsas en Internet, está tomando un nuevo aliento.
En 2017, la Universidad de Washington introdujo una clase
llamada Calling Bullshit
in the Digital Age (algo así como: Identificando las mentiras en la era
digital). No sorprende que haya sido un éxito entre los alumnos. En solo
un minuto de la apertura de las inscripciones, ya había llegado a su cupo
máximo con 160 inscritos.
Los pocos afortunados que alcanzaron a entrar aprenden a
identificar las noticias falsas en las redes sociales mediante ejemplos, unos
que analizan en clase y otros que los propios alumnos encuentran por su cuenta.
El ánimo por participar y ‘pescar’ a los mentirosos fue tal que los profesores Carl
Bergstrom y Jevin West abrieron una cuenta de Twitter (@callin_bull) en la que
‘cuelgan’ todos los casos.
El
curso se volvió así una suerte de veeduría social para todo el mundo.
Otras universidades, como la de Michigan, Georgetown,
Stanford, Columbia y Oxford, han implementado programas similares. En el
College de Brooklyn de la Universidad de Nueva York han tomado una aproximación
más lúdica: estudiantes,
profesores y funcionarios se reúnen una vez al año en el auditorio para
participar en un juego formato concurso de televisión en el que votan cuáles
noticias son falsas y cuáles no.
“Lo
más interesante es que los estudiantes se vuelven conscientes del gran rol que
juegan los medios en sus vidas. Antes de enseñarles a analizar los
mensajes, la mayoría ni siquiera sentían cuánto los influían”, asegura Julie
Smith, profesora y autora de Master the Media: How Teaching Media Literacy Can
Save Our Plugged-In World.
Por eso, dice Smith, es una buena técnica empezar por el
conocimiento previo que ya llevan
los alumnos de los medios para contrastarlo con la teoría. En la misma
dirección, Alfabetización mediática en la era de la información, de Robert
Kubey, señala tres etapas
del desarrollo de esta competencia: legitimar las experiencias y el
conocimiento de los alumnos de los medios, formalizar este saber con teorías y
conceptos de los medios y, finalmente, asistir a los estudiantes para que
evalúen y critiquen tanto el comportamiento de los medios como el de ellos
mismos.
En Colombia es raro encontrar experiencias educativas
enfocadas en estos componentes. Muchos colegios los incluyen de alguna manera
dentro de la formación en Ciudadanía Digital o en Literatura (como están
parcialmente en los DBA). Iniciativas periodísticas, por otra parte, se han enfocado en enseñar a
identificar las noticias falsas, como es el caso de No Coma Cuento, una campaña
impulsada por un grupo de jóvenes para promover el consumo crítico de
información, que ha llevado talleres a la Universidad de Cartagena, la
Icesi de Cali, la Sergio Arboleda, la Uniminuto, la Javeriana y la Jorge Tadeo
Lozano.
Por su lado, la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano
(FNPI) cuenta con el proyecto Convivencias en Red, que ofrece herramientas para entender la desinformación
existente on line, aprender a contar historias y construir espacios de respeto
y de construcción colectiva en las redes. “Empezamos el año pasado, pero
ya tenemos conversaciones con algunas Secretarías de Educación para llevarlo a
los colegios. Eso es algo que tenemos en mente”, asegura Ricardo Corredor,
director del FNPI. Estos recursos digitales se pueden encontrar en la página
web del Centro Gabo.
Empezar
por los mayores
Silvia Rosenthal, autora del libro Making Thinking
Visible, Meaningful, Shareable, and Amplified, siempre le pregunta a los demás
profesores si saben cómo leer un tuit, que tiene un hashtag, que los dirige a
una conversación de TED, que tiene un ‘meme’ sacado de un blog en su sección de
comentarios. “¿No? ¿Ustedes
no saben cómo leer y contribuir en ese flujo? Entonces son unos analfabetas
digitales, o están en camino de serlo”, dice.
Y es
que es muy difícil enseñar a los alumnos a leer y escribir en los nuevos
códigos de los medios si el maestro no sabe cómo. Conforme ha venido señalando
Semana Educación, que sean nativos digitales no significa que sean expertos en
el uso de la red. “Los
chicos tienen la facilidad de usar la tecnología para moverse socialmente.
No le temen a oprimir un botón y ver qué pasa. Pero no saben cómo usarla para
aprender”, señala Rosenthal.
Por eso, el primer reto es que los maestros aprendan, también, el
lenguaje de las redes sociales. Que el 45 por ciento de los centennials diga
que YouTube es su medio preferido para el aprendizaje y el 47 por ciento de
ellos pase más de tres horas diarias en esta plataforma –como encontró un
estudio reciente de Pearson–, es un llamado a que los educadores investiguen cuáles son las herramientas
retóricas que lo hacen tan atrayente para los niños (y las sepan incluir
en su clase), y que los padres conozcan qué youtubers (y por qué) ve su hijo.
Es un proceso. Hasta ahora, los ejemplos de instituciones
educativas en todo el mundo que abordan a fondo este tipo de alfabetización se
cuentan casi con las manos. En
especial en los colegios, donde el hecho de que sea un componente transversal
contribuye a que se difumine o se fusione en otros programas de ciudadanía
digital. Pero cada vez cobran más fuerza.
“Yo
estoy optimista”, dice Smith, “pienso que el fenómeno de las noticias
falsas ha avanzado la discusión sobre la alfabetización mediática en todo el
mundo. La desinformación
ha rondando siempre, pero ahora viaja a la velocidad de la luz y
aparenta ser legítima. La responsabilidad queda sobre nosotros. ¡El mejor
filtro ante las noticias falsas lo tenemos nosotros mismos entre oreja y
oreja!”.
Recomendaciones
1.
Busque la fuente
Revise
que las citas y referencias en una noticias sean reales. Muchas fábricas
de noticias falsas usan un URL casi idéntico al de medios conocidos. Por otro
lado, páginas como Wikipedia pueden tener contenido valioso siempre y cuando
coteje que tenga fuentes suficientes y fiables.
2.
Lea más allá
No
hay que quedarse solo con el titular. Antes de compartir u opinar sobre
una nota, léala completa.
3.
Verifique la fecha
Mucha información, especialmente fotos y videos, vuelve a
surgir descontextualizada tiempo después en las redes sociales. Por eso,
asegúrese de que sea reciente. En páginas como Google Images puede subir una
foto y encontrar si ya se ha usado en otros sitios.
4.
Acuda al que sabe
Hay páginas de verificación, como el detector de mentiras
de La Silla Vacía, y extensiones para el navegador, como Media Bias o B.S.
Detector, que ayudan a identificar los sitios de contenido dudoso y el sesgo
ideológico de diferentes portales en Internet.
5.
Revise quién escribe
¿Es un autor o un medio reconocido? Lo más probable es
que un portal con muchas visitas y una trayectoria reconocida cuide más la
veracidad de sus fuentes. Las fábricas de noticias tienden a cerrarse y
volverse a abrir con regularidad.
6.
¿Solo una?
Si la noticia es real lo más probable es que varios
portales hablen de ella. Si lee algo que le llame la atención, búsquelo también
en otras partes. Puede que encuentre otros enfoques o que no es verdad.
7.
Cuidado con los chistes
¡Pilas! Muchas páginas como Actualidad Panamericana se
dedican al contenido humorístico. Si es demasiado extravagante para ser verdad,
lo más probable es que no lo sea.
8.
Considere su sesgo
Tenga en cuenta que sus creencias pueden alterar su
opinión. Despréndanse, busque opiniones, noticias y enfoques que contradigan lo
que ya sabe. La confrontación de ideas solo enriquece el debate.
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