Rusia
no tiene aliados y las decisiones que está adoptando la aíslan cada día más.
Es
necesario que Moscú adopte una estrategia pacífica en el conflicto con Ucrania
y se una a Occidente contra la amenaza yihadista
El primer ministro Dmitri Medvédev ha admitido que las
decisiones de Rusia y la
reacción de Occidente habían sido una de las causas de la crisis actual,
pero que la elección había sido “consciente”. Veamos en qué consiste esa
“elección” y sus consecuencias.
Rusia
se adentra en una situación cualitativamente nueva y muy peligrosa para el
país. Su esencia es que en los últimos tres años Rusia cambió bruscamente su
rumbo estratégico, emprendió la vía del autoaislamiento y el autoalejamiento de
la política y la economía global.
Este autoalejamiento es resultado de los pasos dados para
abandonar el sistema
vigente de reglas globales. Rusia ha intentado dictar al mundo nuevas
reglas internacionales (en
su opinión, más justas), que parten de sus ideas sobre su papel como
“civilización única” y polo alternativo del “mundo multipolar”. Es cada vez más
obvio que fracasó en el intento.
Al decidir excluir las posiciones occidentales del
conjunto de factores a considerar seriamente en el espacio percibido como
“esfera de sus intereses vitales”, la élite dirigente rusa se equivocó al
valorar sus posibilidades y las debilidades de los “socios”. Hoy el conflicto entre Rusia y
Occidente se convierte en un enfrentamiento antagónico, avanza hacia el “punto
de no retorno” y amenaza con pasar a un nuevo nivel que pone en juego el
destino histórico del país.
La ambición agresiva, la apuesta por el chantaje
encubierto y directo, el carácter imprevisible, el afán de enfrentamiento
estratégico con el grupo de fuerzas políticas y económicas más influyentes del
mundo moderno han
posibilitado el consenso en Occidente para resolver el problema que Rusia
significa mediante una rebaja radical de su estatus geopolítico, su
exclusión de la “gran” política y su descenso a país de tercera división.
No
se trata de escenarios militares que Occidente evitará por todos los medios,
sino de una presión económica lenta pero persistente sobre la economía de Rusia
para restringir de forma radical las posibilidades de dirigirla.
Teniendo en cuenta sus particularidades, hay grandes probabilidades de que esto
provoque la desintegración del país.
Palabras y hechos indican que “el Occidente Colectivo” ya no cree en un cambio político
positivo en Rusia, ni en el cambio de líder ni en el “cisma de la élite”.
El “Occidente Colectivo” buscará la solución a largo plazo del “problema de
Rusia” en tanto que país
que ha quebrantado el espacio post-soviético y europeo y que es percibido como
el principal peligro para la paz en Europa. Tal estrategia es peligrosa
y no tan simple como parece, pero la política occidental va en esa dirección.
Eso
significa que el fin de la presión no son las estructuras de poder
personificadas en los líderes ni el sistema de toma de decisiones, sino el
lugar y el papel en el mundo del Estado ruso como sujeto actual y potencial en
la política global.
Se cree que el país, sin posibilidad de influir
seriamente en su entorno —por su debilidad económica y los problemas que lo
absorben—, dejará de ser
peligroso y será estéril en el plano global y regional, cualquiera que sea su
régimen político.
Hoy
Rusia ha alcanzado un nivel extremo de desconfianza en el mundo y nadie la cree
Rusia
ya está siendo apartada del “gran mundo” y continuará siéndolo sin guerra.
Basta con que los líderes de la economía mundial mantengan el rumbo para
aislarla, utilizando los instrumentos a su alcance, entre los cuales las
sanciones legalizadas no son la parte más peligrosa. Hay cuestiones de más
envergadura, como la exclusión de facto de Rusia del sistema financiero
mundial. Esta política no
causa daños físicos visibles, pero actúa sobre los órganos vitales del
organismo, destruyéndolo.
La busca de una alternativa a Occidente, la apuesta por
“el giro hacia el este”, o a otra parte carecen de sentido. Cuando la crisis se agrave,
nadie ayudará o se compadecerá de Rusia, su destino y su economía. India y
China tienen sus intereses y ven sus relaciones con las principales economías
del mundo como instrumento de crecimiento, bienestar y poder. Ni
siquiera Bielorrusia o Kazajistán apoyan políticamente a Rusia.
Rusia
no tiene aliados. Para luchar contra las amenazas de nuevo tipo hoy, el
Ejército, la Flota y las Fuerzas Nucleares Estratégicas son insuficientes,
tanto para Occidente como para Rusia.
Es
falso creer que nuestros problemas actuales reflejan la máxima intensidad de
una presión que se rebajará al evidenciarse la ineficacia de las sanciones.
No hay que hacerse ilusiones. Se utilizarán otros métodos, pero la presión no
cejará y no habrá nada que oponerle en el futuro. Hoy Rusia ha alcanzado un nivel extremo de desconfianza
en el mundo y nadie la cree. Para devolverle un mínimo de confianza se
requieren muchos años, y esta es la particularidad clave de la situación. Prepararse para una
“confrontación” o “movilización de recursos” es perder el tiempo. Esta
política errónea de los dirigentes rusos ha planteado el problema de la futura
existencia del país como tal, no solo como parte importante y activa del mundo.
La sociedad y los medios de comunicación de Rusia no comprenden lo que sucede y
abordan las nuevas amenazas con la vieja terminología, que las disfraza con
conceptos conocidos y no demasiado inquietantes. La “contestación” retórica al oponente se convierte en el
fin en sí mismo.
Las sanciones y su posible levantamiento no reflejan la
seriedad de la situación. La
palabra “sanción” se asocia con la política occidental en relación a Irán,
Libia y otros “países parias”, pero lo que vemos en las relaciones entre Rusia
y Occidente es radicalmente diferente. Si todo sigue así, Rusia será
desplazada de forma irreversible a la categoría de países retrasados de tercera
división. Dentro de un
tiempo será imposible frenar este deslizamiento acelerado y el relevo de los
dirigentes no resolverá nada, dada la enorme inercia.
Para salir de la grave caída en espiral hay que poner en práctica en primer lugar las
iniciativas para regular la situación en Ucrania y normalizar la relación
ruso-ucraniana. Se necesita una iniciativa rusa para celebrar una
conferencia internacional sobre Crimea con participación de los pueblos de la
península, Ucrania, Rusia, la UE. Esto, en el mejor de los casos, demostrará la
disposición al debate que se necesita para restablecer el diálogo con Rusia.
Si todo sigue así, el país será desplazado de forma irreversible a la
categoría de tercera división
La conferencia debería considerar que lo más importante
para resolver el estatus de la península es la opinión, intereses y posiciones
de sus habitantes. La
solución óptima sería un referéndum internacional reconocido de acuerdo con las
leyes ucranianas y bajo un control objetivo. Eso permitiría abriría
perspectivas reales de salida de la crisis.
En segundo lugar, simultáneamente hay que cambiar
radicalmente la situación en el este de Ucrania. Los dirigentes de nuestro país tienen posibilidades y
competencias para resolver este problema y hacer que el enfrentamiento armado
se interrumpa. Lo
más importante es la retirada de las “formaciones militares ilegales, la
técnica militar y también los combatientes y mercenarios del territorio de
Ucrania” (Protocolo de Minsk), así como el facilitar garantías de
seguridad a la población de Donbás con ayuda de un nutrido contingente de
observadores de la OSCE y pacificadores neutrales.
En tercer lugar, hay que volver al problema general, en cuya resolución la
colaboración de Rusia con Occidente puede tener una importancia tal vez
decisiva: el Estado Islámico, un peligro real y nuevo, que amenaza a nuestro
país desde un enorme espacio geográfico. La retirada de Afganistán
prueba que ni EE UU ni Occidente tienen una solución adecuada, precisamente
cuando la lucha contra el extremismo armado es el campo en el que utilizar de
forma eficaz el potencial militar, intelectual y de efectivos de Rusia.
Estos
son los pasos mínimos para apartar del país la amenaza de sofoco y degradación
y para pasar a reformas reales a largo plazo. Las medidas propuestas son
la única salida real del peligroso atolladero en el que hoy está nuestro país. Estamos dispuestos a colaborar
con cualquiera que comience a buscar la salida.
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