Los
gigantes de la tecnología son demasiado grandes. ¿Y qué con eso? ¿No ha sido
siempre así?
Los hombres que dirigen Silicon Valley serán los primeros
en decirles que el tamaño
de una empresa no tiene importancia en ese lugar. Por cada Goliat
pesado, siempre hay un David o dos que son más listos y más veloces, y que
están empezando un proyecto en un garaje destinado a volverse legendario, preparándose para matar a los
gigantes cuando menos se lo esperen.
Así que si están preocupados por el poder de los Cinco
Temibles —Amazon, Apple, Google, Facebook y Microsoft—, tan solo vean cómo se
desplomaron IBM, Hewlett-Packard o el Microsoft monopólico. Todos fueron víctimas de la
“destrucción creativa”, del “dilema del innovador”, de las teorías que
refuerzan la visión que se tiene de Silicon Valley como un mar revuelto de empresas
nuevas y revolucionarias en el que precisamente lo que te vuelve grande también
te hace vulnerable.
En
la actualidad, la industria tecnológica es un patio de juegos para gigantes:
mientras que hace diez o veinte años veíamos a las empresas nuevas como una fuente de maravillas futuras,
hoy la energía y el impulso han dado un giro absoluto hacia los grandes.
Además de la gran cantidad de plataformas que ya tienen, una o más de esas cinco empresas
están en camino de poseer la inteligencia artificial, los asistentes de
voz, la realidad virtual y la aumentada, la robótica, la automatización del
hogar y todo lo genial y descabellado que regirá el mundo del mañana.
Las
empresas de tecnología emergentes siguen obteniendo financiamiento y aún
realizan avances. Sin embargo, su victoria nunca ha sido posible (menos
del uno por ciento de las empresas nuevas terminan siendo firmas de 1000
millones de dólares) y han
disminuido considerablemente sus oportunidades de tener un gran éxito, en
especial de derribar a los gigantes.
Los grandulones siguen levantando en brazos a las mejores
empresas emergentes (por
ejemplo, Instagram y WhatsApp, las cuales son propiedad de Facebook).
Aquellas que escapan enfrentan una competencia inmisericorde y en ocasiones
injusta (copian sus
innovaciones, inician pleitos legales contra sus proyectos) e incluso
cuando las empresas nuevas tienen éxito, las cinco más grandes ganan de todos
modos.
Debido
a que los gigantes de la actualidad son más sagaces y más paranoicos sobre la
competencia de las empresas emergentes que los titanes tecnológicos de la
antigüedad, han tenido la astucia de crear un ecosistema que los
enriquezca aun cuando no se les ocurran primero las mejores ideas. Así que
operan nubes de servidores, tiendas de aplicaciones, redes publicitarias y
firmas de capital de riesgo, altares a los cuales los pequeñines deben pagar un
impuesto cuantioso tan solo por existir.
Para
esos imperios, la economía de las empresas emergentes se ha convertido en una
proposición que se echa a la suerte (cara, yo gano; cruz, tú pierdes):
les encantan las compañías nuevas, pero del mismo modo que a las orcas les encantan
las crías de las focas.
Por
supuesto que los pequeñines no admiten nada de lo anterior. El optimismo
desenfrenado es el combustible del mundo de las empresas emergentes y muchos de
los inversionistas y ejecutivos de estas con los que he hablado en semanas recientes argumentaron que,
con las insensatas cantidades de dinero que se derraman en las empresas nuevas,
los cinco grandes emporios no tienen todo el juego ganado.
Aseguraron que las plataformas habían servido para que
fuera más barato y sencillo comenzar una empresa, y se refirieron a varias compañías nuevas y exitosas que
lograron eludir las garras del sistema en los últimos años: Netflix, Uber y Airbnb.
Además, si se considera a las empresas que no son famosas y que están enfocadas
en los negocios, vendrán a
la mente decenas más, desde Slack, pasando por Stripe, hasta Square.
“De
muchas maneras, diría que no ha cambiado nada”, afirmó Joey Levin,
director ejecutivo de IAC, una empresa de internet y medios con sede en Nueva
York. “Llevo suficiente tiempo en el mundo de internet y, cuando empecé, lo
primero que solíamos preguntar en cada reunión era: ‘¿Por qué Microsoft no hace tu negocio?’.
Seis años después, la pregunta era: ‘¿Por qué no lo hace Google?’. Ahora es una
combinación: ‘¿Por qué no
hacen esto Facebook, Google, Apple o Amazon?’”.
La postura de Levin es interesante. Aunque no hayan
escuchado de IAC, esta empresa lleva mucho tiempo combatiendo a los gigantes.
La empresa surgió del conglomerado televisivo de la década de los noventa propiedad del magnate de los medios Barry
Diller. En las dos décadas pasadas, IAC creó una serie de marcas digitales que
intentaron encontrar un punto de apoyo fuera de los feudos más grandes. Entre
ellas están Expedia, Match.com, Tinder, Ask.com y Vimeo.
Algunas
de estas empresas se convirtieron en las marcas más grandes en sus categorías,
mientras que otras perdieron y se quedaron cortas en la competencia contra los
gigantes tecnológicos de la época. IAC a veces trabajaba con los
mastodontes; en otras ocasiones competía con ellos, y siempre buscaba las
oportunidades arriba, abajo y entre los gigantes, como una paloma ingeniosa que
pica las migajas alrededor de la mesa en un día de campo.
La más reciente maniobra de IAC es Angi Homeservices, una
empresa que combina dos
grandes marcas que se dedican a las reparaciones y al amueblado en el hogar,
Angie’s List y HomeAdvisor. Esta empresa compite de forma directa con algunos
de los Cinco: tanto Google
como Amazon tienen servicios para ayudarte a encontrar gente que instale cosas
en tu casa.
Chris Terrill, el director ejecutivo, me comentó que Angi
Homeservices cuenta con un equipo dedicado que trabaja para proporcionar un servicio superior a
cualquiera que pudieran crear los gigantes. No obstante, también afirmó que
su empresa está ansiosa de hacer equipo con alguno de los grandulones —por
ejemplo, en una de sus plataformas para asistentes de voz—, porque trabajar con
ellos podría facilitar el acceso a las grandes ligas.
“Creemos
que un proveedor de asistentes de voz que sea listo pensará: ‘Si quiero ganar a
cualquier costo, buscaré al mejor socio’. Y ese somos nosotros”,
mencionó Terrill.
De alguna manera, IAC podría ser un modelo para las
empresas de internet del mañana. Claramente, apunta alto y no se conforma con el segundo lugar. Sin
embargo, también ha interiorizado un tipo de metodología de trabajo que
reconoce que los Cinco son elementos fijos más o menos permanentes del
internet. No apuesta a su desaparición, sino más bien a la continuidad
de su éxito. Si Angi va a ganar, también lo harán uno o más de los Cinco.
Los ejecutivos de IAC reconocen el peligro de un mercado
digital que dependa tanto de los gigantes. “Creo que todavía hay oportunidades, pero me preocupa que
algunas de las empresas más grandes vayan a sofocar la competencia intentando
hacer y poseer demasiado”, señaló Terrill.
Le pregunté a otro veterano de IAC, Dara Khosrowshahi
—quien hasta hace poco era el director ejecutivo de Expedia—, si creía que internet seguía
siendo un campo abierto para la innovación.
“Tengo
sentimientos encontrados al respecto”, afirmó. “Fundamentalmente, creo que las ideas innovadoras
pueden sobrevivir y prosperar todavía, pero los Google y los Facebook
del mundo tienen tanta inteligencia en cuanto al comportamiento masivo de los
consumidores que es probable que tengan una ventaja injusta al momento de
identificar las primeras ideas geniales de empresas… y están dispuestos a pagar precios que a ellas les
parecen extraordinarios”.
En agosto, Khosrowshahi fue nombrado director ejecutivo
de Uber, donde tendrá que
enfrentarse a los gigantes de forma más directa. A pesar de que su firma
es la empresa emergente mejor valuada de nuestros días, su éxito parece lejos de estar garantizado.
Muchos de sus problemas provienen de su propio origen, y Khosrowshahi está
determinado a solucionarlos.
No
obstante, como Snap, Uber está a merced de los más grandes. Alphabet, la
empresa matriz de Google, es uno de sus inversionistas. Asimismo, la
empresa de vehículos autónomos de Alphabet, Waymo, también es uno de sus
competidores. Además, Waymo lo demandó: lo acusó de robar secretos comerciales.
El
futuro en Estados Unidos de Uber, del servicio de transporte privado y de los
vehículos autónomos no es claro. Sin embargo, he aquí una apuesta que
parece segura: sin
importar que Uber gane o pierda, a Google le seguirá yendo bien
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