En
el ocaso de su vida, agonizando de esclerosis lateral amiotrófica, Mao Zedong
se adjudicó dos logros: liderar la Revolución comunista hacia la victoria y el comienzo de la
Revolución cultural. Su presencia en estos dos episodios enfatiza la
contradicción que demostró toda su vida hacia la revolución y el poder del
Estado.
Mao
moldeó el comunismo para que se ajustara a sus dos imágenes públicas. En
términos chinos, era tanto el tigre como el rey mono.
Para
los chinos, el tigre es el rey de la selva. La traducción en términos
humanos: un tigre es un
alto funcionario. A la agencia que dirige la campaña anticorrupción del
presidente Xi Jinping le gusta jactarse cuando atrapa a otro “tigre”. Al llevar
al Partido Comunista de China (PCCh) a la victoria en 1949, Mao se convirtió en el tigre más
alto.
El
rey mono es un ser imaginario que tiene la fuerza de un superhombre, la
capacidad de volar y una predilección por utilizar su garrote inmenso con fines
destructivos. Es un
sabio. No pueden
derrotarlo los humanos comunes y corrientes, ni siquiera los espíritus.
En sus primeros escritos, Mao parecía retratarse más como
un superhombre nietzscheano, o un tigre:
Las
grandes acciones del héroe son las suyas propias, son la expresión de su
poder motriz, son nobles y purificadoras, no dependen de un precedente. Su
fuerza es como un potente viento que surge de un cañón profundo, como el
irresistible deseo sexual hacia la amante, una fuerza que no se detendrá, que
no se puede detener. Todos
los obstáculos se diluyen ante él.
Cuando tenía alrededor de 20 años, mientras deambulaba
con un amigo por el campo en la provincia de Hunan, Mao convenció a su acompañante de que se veía a sí
mismo como parte de la tradición de los campesinos que constituyeron las
dinastías chinas, en particular Liu Bang, el fundador del primer gran imperio
chino, el Han. Para cuando tenía 42 años, poco después de que los
sobrevivientes enlodados de la épica Gran Marcha habían llegado a salvo al
noroeste de China, Mao alcanzó tal punto que menospreciaba a todos los grandes
emperadores del pasado.
No
obstante, a pesar de la seguridad que tenía Mao en sí mismo durante sus
primeros sueños de gloria, su liderazgo supremo estuvo lejos de ser predestinado.
A la edad de 27 años, en la víspera de su nacimiento como
marxista, era un nacionalista provinciano y poco sofisticado. Desestimó con
tristeza las oportunidades que tenía de sobrevivir la nueva república china,
reflexionó respecto de que Hunan fuera un estado de Estados Unidos y defendió
que todas las provincias chinas se volvieran países independientes.
No
fue sino hasta noviembre de 1920 cuando admitió su derrota: los habitantes de
Hunan no tenían la visión para apreciar sus ideas. Escribió a sus amigos
activistas que se encontraban en la capital de la provincia para decirles que a
partir de ese momento sería socialista. Lo hizo justo a tiempo.
Las células comunistas se habían organizado en Shanghái,
Pekín y otras ciudades, y a mediados de 1921 tuvo lugar el primer congreso del
Partido Comunista de China. Mao, quien rápidamente había organizado un grupo
comunista en Hunan, logró
la distinción de ser uno de los 12 delegados en asistir. De este modo, se
convirtió en un tigre joven.
Los agentes soviéticos que fundaron y fueron las mentes
maestras en la organización del incipiente PCCh se reportaban con la
Internacional Comunista, la agencia que divulgaba las ideas y la influencia
soviéticas en el extranjero. Debido
a los recuerdos de la derrota que traía la guerra ruso-japonesa de 1904-1905 y
a la competencia con Japón por tener influencia en Manchuria, los soviéticos
necesitaban que China fuera un aliado fuerte en contra del expansionismo
japonés.
La primera versión del PCCh era demasiado débil. Los soviéticos decidieron
reforzar al reconocido revolucionario que había ayudado a abatir a la dinastía
Qing, pero a quien los caudillos habían hecho a un lado enseguida: Sun Yat-sen.
Los soviéticos le otorgaron fondos, reorganizaron su
partido nacionalista, conocido como KMT, y le ayudaron a entrenar un ejército.
Después
de la muerte de sus padres, Mao y sus dos hermanos se volvieron dueños de una
propiedad valiosa en su pueblo natal, la cual había construido su padre.
La familia pasó de ser una
de campesinos pobres a una de campesinos ricos. Y a pesar de que había
crecido rodeado de las miserias de la vida rural, cuando era un comunista incipiente, Mao
se había concentrado en el proletariado urbano hasta que Moscú, después
de percatarse de que China era diferente, ordenó que se pusiera más atención al campesinado.
Mao
se volvió activo en los asuntos campesinos, y su experiencia
transformadora fue atestiguar y registrar un levantamiento en su natal Hunan.
En un famoso pasaje, rechazó los alegatos de que los campesinos habían ido
demasiado lejos:
Una
revolución no es lo mismo que invitar a gente a cenar, a escribir un ensayo, a
pintar un cuadro o a bordar una flor; no puede ser algo tan refinado, tan
tranquilo y dulce.
Al ser testigo del derramamiento de sangre en los campos
de Hunan, Mao fue descubriendo su otra imagen pública. Como lo señaló primero
el académico y diplomático Richard Solomon, Mao disfrutaba el “luan”, o las
revueltas. Cuando era
joven, Mao había escrito que, para que llegara el cambio, China debía ser
“destruida y reformada”. Así que, en ese momento, se percató de que solo
el campesinado podría ser capaz de llevar a cabo esa tarea. Mao sería el rey mono que
encabezaría esa destrucción.
La fuente principal del rey mono es la clásica novela
china Viaje al Oeste. En apariencia, la obra está basada en el famoso monje
chino Xuanzang, quien realizó el arduo trayecto para cruzar el Himalaya en busca de las escrituras
budistas originales en la India. Viaje al Oeste es una novela fantástica
en la cual Sun Wukong, el rey mono, tiene un papel fundamental como el
acompañante del monje.
Mao
pasó de ser cabeza de la guerrilla a finales de 1920 a ser el líder de un
partido a mediados de la década de 1930 durante la Gran Marcha: la huida
del PCCh desde el sureste hasta el noreste para escapar de los ataques de
Chiang Kai-shek, líder de la entonces República de China. Este fue un evento épico en los
anales de los comunistas, porque tardaron un año, recorrieron 9600 kilómetros y
se redujeron sus filas, de 85.000 que comenzaron el éxodo, a tan solo 8000 para
cuando llegaron al noroeste. Mao absorbió dos lecciones: cualquier forma
de poder surgía del cañón de un arma; y la mayor parte del tiempo los
campesinos eran difíciles de organizar porque debían atender sus cultivos y
llevar comida a sus familias.
Desde
mediados de la década de los treinta hasta mediados de la de los cincuenta, Mao
interpretó el papel del tigre. Lideró un partido y un ejército cada vez más
fuertes y eficientes que sobrevivieron la guerra antijaponesa y después
derrotaron a Chiang Kai-shek y al KMT en la guerra civil de finales de la
década de los cuarenta. Desde 1949 hasta 1956, Mao presidió la
instalación de la dictadura comunista en China, extirpando toda oposición, real
o imaginaria, y transformando la propiedad de los medios de producción, los
cuales pasaron de manos de particulares al control socialista.
Fue en ese entonces cuando incursionó en el juego sucio
del mono por primera vez. Desde el punto de vista de un grupo responsable de
líderes del PCCh, el
“juego sucio” podía definirse como cualquier medida que pudiera perturbar los
procedimientos operativos estándar del partido. A los líderes no les
gustó que en 1956 Mao exhortara a los intelectuales a “Dejar que florecieran
cien flores” y que un año más tarde de nueva cuenta alentara a los
intelectuales a criticar el comportamiento del partido. Como miembros de la élite gobernante, los grupos
de líderes resintieron las críticas, y Mao, quien prometió que estas serían
solo una lluvia ligera, rápidamente dio por terminadas las campañas cuando se
convirtieron en un tifón y eliminó a los críticos.
Mao
se convirtió verdaderamente en el rey mono al dar inicio a la Revolución
cultural en 1966, la cual tenía como objetivo disipar la “niebla de miasma” de
“revisionismo” tipo soviético que cubría al PCCh. En ese momento, fueron
los jóvenes de China, no los campesinos, quienes actuaron como sus agentes de
destrucción, cuando los principales departamentos del partido y del gobierno se destruyeron y sus
funcionarios fueron humillados y expurgados.
Para Mao, la Revolución cultural terminó en 1969 con el nombramiento de un nuevo
liderazgo, el cual se esperaba que fuera más revolucionario. Sin
embargo, a pesar de que había lanzado un golpe terrible al milenario sistema
burocrático de China, Mao sabía que podía surgir de las cenizas de nueva
cuenta. Siempre enfatizó
que China tendría que experimentar revoluciones culturales de forma regular.
No obstante, cuando el sucesor que escogió Mao, Hua
Guofeng, repitió esa máxima, selló su destino. Deng Xiaoping y sus compañeros
sobrevivientes no querían
que hubiera más reyes mono que sumergieran otra vez al partido y al país
en el caos.
Aun así, el actual gobernante de China, Xi Jinping, con su implacable
impulso anticorrupción para hacer que los funcionarios sean más honestos, ha
desatado otra Revolución Cultural en contra de la burocracia, pero una
que está controlada desde el centro, no desde las calles.
Esta es la acción de un rey mono. En la actualidad, no hay caos, pero es evidente
que hay un temor y un resentimiento extendidos a medida que su poderoso garrote
suma más víctimas.
El decimonoveno Congreso del Partido Comunista,
actualmente en marcha, confirmará
que Xi es el tigre más alto, el gobernante más poderoso desde Mao.
No obstante, Xi tendrá que garantizar que su imagen alternativa de rey mono no se
cierna demasiado. Como el fundador revolucionario, Mao tal vez nunca
pudo ser derrocado. Pero como un sucesor revolucionario, Xi podría serlo
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