En
junio, cuando usualmente nacen las primeras olivas en la suave calidez de
principios del verano, Irene Guidobaldi caminó por su olivar en medio de un
calor abrasador y miró con horror cómo las flores de sus árboles comenzaban a
marchitarse y caer.
La
única manera de salvar el preciado huerto de su familia en las colinas de
Umbría era comprar el objeto más preciado de todo ese verano de sequías: agua.
Mucha,
mucha agua.
Así que Guidobaldi, parte de la octava generación de
agricultores de oliva, compró
camiones de agua, casi a diario, durante la mayor parte del verano.
La ola de calor que azotó el sur de Europa este verano, y
que los científicos dijeron que tenía la marca de la mano humana que ha
provocado el cambio climático, es apenas el episodio más reciente del extraño clima que ha castigado a
los artífices del aceite de oliva.
En algunos años, como este, el calor llega antes y se
queda. Otros años, como
2014, llueve tanto que la mosca del olivo se reproduce como loca, dejando
gusanos dentro del fruto. O se presenta una helada atemporal cuando el
fruto se está formando, que es lo que ocurrió en el olivar de Beatrice Contini
Bonacossi en la Toscana. O
cae la maldición del calor prematuro seguido de una semana de niebla y lluvia,
que es lo que le sucedió al olivar de Sebastiano Salafia en Sicilia, hace unos
años, lo que dejó a los árboles confundidos, en palabras de Salafia, sin saber cuándo debían producir
sus frutos.
“Cada año sucede algo”, comentó Salafia.
Ya pasó la época en la que podías contar con la suave
mezze stagioni, o media temporada, de la que dependen las olivas antes y después de la época de calor.
Tampoco existe ya el ciclo con el que podías contar: un año bueno, el siguiente
año no tanto.
Ahora, dijo Guidobaldi, estirando sus largos brazos espigados, “es como jugar a
la lotería”.
Los
olivos son resilientes. En la Biblia, una paloma lleva a Noé una hoja de olivo al arca, señal
de que el mundo no está destruido por completo. El aceite de oliva es el eje de la alimentación y
del folclore del Mediterráneo. Sus beneficios para la salud se han
elogiado tanto que hay un
aumento en la demanda de aceite de oliva extra virgen a nivel mundial.
Ahora,
el cambio climático ha vuelto del negocio del aceite de oliva uno cada vez más
riesgoso, al menos en el Mediterráneo, la tierra que lo vio nacer.
Las cosechas han sido malas en tres de los últimos cinco
años, debido a lo que Vito Martinelli, analista de Rabobank, llamó “choques” relacionados con
el clima.
Además, con el incremento en la demanda, se han elevado
los precios de venta al mayoreo.
Nadie
se morirá de hambre si no hay suficiente aceite de oliva en el mercado, pero el
impacto del cambio climático en un producto tan resistente y lujoso es un
indicador de cómo el calentamiento global está comenzando a desafiar nuestros métodos de cultivo.
El pronóstico para la producción de aceite de oliva de
este año es variado. En
Italia se espera que su producción baje un 20 por ciento con respecto al
promedio entre 2000 y 2010, aunque se cree que será mejor que en 2016,
de acuerdo con el Consejo Oleícola Internacional, pues algunos agricultores esperan una producción menor
pero con muy buen sabor. De acuerdo con el consejo, España, el mayor productor del mundo,
espera una caída de al menos el 10 por ciento con respecto al año pasado;
la asociación de productores españoles espera una reducción aún mayor. Grecia
prevé una cosecha más robusta, al igual que Túnez.
A medida que el suministro desde el Mediterráneo se
vuelve impredecible, algunas
embotelladoras comienzan a buscar futuras fuentes de aceite en otros lados.
Incluso algunos defensores del aceite del Mediterráneo,
como Nancy Jenkins, autora de Virgin Territory: Exploring the World of Olive
Oil, recomiendan
aventurarse a explorar otros territorios.
“Tengo
mis reservas al decir esto porque amo el Mediterráneo y quiero que la gente
tenga aceite de oliva mediterráneo”, dijo, “pero creo que California
será cada vez más importante en los años venideros, así como Australia y Nueva
Zelanda”.
Entre junio y agosto de este año, el clima fue especialmente caluroso y seco en todo
el sur de Europa. En España, la temperatura alcanzó los 40 grados
Celsius en julio. En
Italia, la lluvia estuvo un 30 por ciento por debajo de los niveles normales
y, en algunas partes del país, fue aún menor.
Científicos del programa World Weather Attribution, un
grupo dedicado al estudio del clima extremo, concluyó en septiembre que “las probabilidades de tener
un verano tan caluroso como el de 2017” han aumentado diez veces desde
principios de la década de 1900 y las probabilidades de que se presente una ola de calor parecida a la
que golpeó la región durante tres días en agosto –que recibió el nombre
de Lucifer– se han elevado
cuatro veces.
“Encontramos
una huella muy clara del combustible fósil para el calentamiento global”,
afirmó Heidi Cullen, la climatóloga que dirige el programa.
Si
se le pregunta a los productores de oliva acerca del clima de este año, habrá
un amplio repertorio de respuestas. Llovió en una colina; no llovió en
la colina vecina. Una variedad resistió el calor; la otra no. Incluso dentro de
un mismo olivar, un olivo
tenía abundantes frutos mientras que otro no tenía casi nada.
Muchos dijeron que tendrían que invertir en sistemas de
riego. La única ventaja
del calor, señalaron, fue que la mosca del olivo también murió.
En el extremo sur de la Toscana, en un valle de escasos
robles, Riccardo Micheli no pudo darse el lujo de rescatar sus olivos con
camiones de agua. A diferencia de la granja convencional de Guidobaldi, Micheli
dirige su Agricola Nuova Casenovole según principios biodinámicos: no utilizó pesticidas y dejó
gran parte de su tierra en manos de la naturaleza.
Este año la naturaleza no le devolvió el favor.
Para
junio, el calor era abrasante. Las colinas que circundaban sus olivares
se tiñeron de rojo, luego de café, como si las estaciones se olvidaran de su propia existencia y junio se
hubiera convertido en noviembre. Sus olivas Moraiolo de floración
temprana, una de las tres variedades que se incluyen en este aceite, se
aferraron a sus ramas. Pero el leccio del corno, de floración tardía y la
variedad que le da a su aceite un carácter especiado y oscuro, se quemó en las ramas
y cayó. En poco tiempo su olivar completo de leccio del corno estaba tapizado
de flores caídas, como nieve veraniega. Regarlo, temió Micheli, hubiera podido humedecer la
tierra lo suficiente para atraer a la aterradora mosca y entonces arruinarlo
todo.
Este
año espera producir 60 por ciento menos aceite de lo normal. Además,
dado que no va a contener olivas leccio del corno, será más ligero de lo
habitual, menos especiado y más bajo en polifenoles, los que hacen al aceite de
oliva más saludable que otros. En otras palabras, el calor seco no solo alterará la cantidad de aceite
que produce, sino también su calidad.
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