Seguimos
fallando en lo prioritario: cómo salvar la naturaleza, de la que dependemos.
Hay
un declive alarmante de la vida en el planeta. Esta semana, justo cuando
se supo de la muerte del
último rinoceronte blanco macho, también se dio a conocer un reporte que
confirmó la tragedia: es
tal la pérdida de biodiversidad que, incluso, está amenazada la provisión de
agua y alimentos para la humanidad.
No es una exageración, sino el panorama que describen los
cuatro reportes científicos sobre el estado de la biodiversidad lanzados este
viernes en Medellín, donde se reúne la Plataforma Intergubernamental en
Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (Ipbes), el grupo de 550 científicos de 100 países que compilaron
la evidencia disponible para llamar la atención del mundo.
La
pérdida de fauna y flora por las acciones del hombre permea todos los
ecosistemas y regiones. Desde los corales en los océanos hasta los
grandes mamíferos en África. Nada
más en Europa, las poblaciones terrestres se redujeron en un 42 por ciento en
tan solo la última década, y, para el caso de América, el agua disponible disminuyó a la mitad en los
últimos 60 años. La depredación, generada tanto por la producción como
por el consumo de bienes y servicios, es desaforada. De ahí, como advirtieron
los científicos, que los objetivos de conservación global –más conocidas como
las metas Aichi– no serán posibles de alcanzar para 2020.
La pérdida de fauna y flora por las acciones del hombre
permea todos los ecosistemas y regiones. Desde los corales en los océanos hasta los grandes
mamíferos en África.
La mirada de los científicos –aunque no es pesimista,
porque presenta cifras de cómo algunos países han hecho esfuerzos en la
creación de áreas protegidas y otras medidas– advierte de que esta extinción masiva no se va a detener
con solo crear parques naturales. Urge un modelo de desarrollo
sustentable que logre generar las condiciones mínimas para la población, sin
acabar por completo con el entorno natural.
Ese llamado a la sustentabilidad lo expresó de manera
clara Robert Watson, presidente del Ipbes, al decir que es necesario un cambio en los
comportamientos individuales como la dieta o el modo de transporte elegido.
Dicho de otra manera, la
extinción de las especies no tiene que ver solo con la caza de tigres o
jirafas, sino con cómo lo que consumimos transforma de manera incesante a la
naturaleza.
El lanzamiento de un documento de esta relevancia desde
Medellín no puede pasar desapercibido para un país como el nuestro, que concentra miles de especies
de fauna y flora y tiene la responsabilidad de conservar zonas como la
Amazonia, la selva chocoana o la Sierra Nevada de Santa Marta. Colombia
debe sincronizar su economía con sus condiciones geográficas y no solo
apostarles a caminos extractivos o agroindustriales. No se puede obviar el
hecho de que, por ejemplo, de la salud de la región amazónica depende el agua
que consume Bogotá.
El
reporte global, que destacó el recrudecimiento de esta problemática con el cambio
climático, también concluyó que no se ha podido lograr que las políticas
públicas y acciones gubernamentales para frenar la pérdida de la biodiversidad
sean priorizadas en la escala nacional. Seguimos fallando en lograr un diálogo
y consenso político que nos pongan de acuerdo en lo prioritario: cómo salvar la
naturaleza, de la que dependemos.
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