Experto en negocios explica las bases del conflicto
mercantil y cómo entender el por qué sucede.
Guerra
comercial entre China y Estados Unidos
Estados
Unidos ha podido financiar sus déficits los últimos veinte años sin problema
porque el dólar es bien aceptado en el mercado internacional.
Se
habla de una guerra comercial cuando dos o más países comienzan a levantar
barreras al comercio entre ellos, ya sea con aranceles o con barreras técnicas, que impiden un movimiento sin trabas de bienes
entre sus economías. La guerra comercial tiende a escalar porque empiezan a darse lo que se llaman
retaliaciones, es decir, respuestas a las agresiones del otro. Si estas
retaliaciones no tienen un fin, el comercio entre estas naciones puede verse
interrumpido de forma importante.
¿Por
qué surge una guerra comercial?
Generalmente
hay un país que siente que sus exportaciones no tienen la oportunidad de
competir en un mercado abierto y por lo tanto tiene que modificar las
reglas de juego. También hay ocasiones donde la moneda de algún país se ha
mantenido relativamente revaluada frente a sus socios comerciales y por lo
tanto tiene que devaluarla para volver a ser competitivo; esto puede llevar a
una retaliación de uno o más países que también devalúan su moneda y empiezan a crear un mercado
internacional de devaluaciones competitivas. Esto es otra forma de
guerra comercial.
En el caso de la administración Trump existe la firme
convicción de que el
déficit comercial (es decir, la diferencia entre exportaciones e importaciones)
que tiene Estados Unidos es el resultado de malas negociaciones de
acuerdos comerciales con algunos países y de competencia desleal de parte de
otros, como por ejemplo China. Unas palabras sobre el déficit comercial
americano: efectivamente las
importaciones de Estados Unidos superan ampliamente sus exportaciones.
Las primeras fueron, para 2017, $ 2,35 billones de dólares mientras que las
exportaciones sólo llegaron a $ 1.56 billones. Es decir, tuvieron un déficit
comercial de $ 790.000 millones.
En el caso de la administración Trump, existe la firme
convicción de que el
déficit comercial que tiene Estados Unidos es el resultado de malas
negociaciones de acuerdos comerciales con algunos países
¿Es
esto un problema? En principio no. El problema con un déficit comercial
es no poder financiarlo. Pero Estados Unidos ha podido financiar sus déficits los últimos veinte años
sin problema porque el dólar es bien aceptado en el mercado internacional
y a tasas relativamente bajas. Véase lo que paga anualmente un bono del
gobierno americano a 30 años: 2.94 % (revisado el 7 de julio de 2018). Como
emisores de la moneda internacional de referencia, Estados Unidos no tiene ningún problema para
financiar un mejor nivel de vida para sus habitantes que prefieren
comprar más que menos cosas en el exterior. Otra situación sería que fuera
Colombia, o casi cualquier otro país, el que se excediera en importaciones; nosotros no nos podríamos dar
ese lujo. Trump y su equipo consideran que este déficit comercial es una
pérdida que sufre el país porque otros se aprovechan injustamente de él.
Primero que todo: esto no es una pérdida. Lo único que significa un déficit comercial es que yo
compro más del exterior de lo que le vendo. Si tengo el beneficio de
poderme dar ese lujo, no tengo por qué preocuparme.
Pero lo más grave de este malentendido es que las medidas
de Trump para, según él, resolver esta injusticia, sí pueden ser dañinas no sólo a la economía
americana sino a la del mundo entero. Veamos lo que se ha hecho: Trump
arrancó este ciclo de eventos con la amenaza, que culminó en el anuncio de
junio 1, 2018, de aplicarle unos aranceles del 25 % sobre el acero y del 10 %
sobre el aluminio a las importaciones provenientes de la Unión Europea, Canadá
y México. La razón para esto era sorprendente: “seguridad nacional”.
¿Qué tiene que ver la importación de acero o aluminio de
alguno de estos países con seguridad nacional? Pues nada. La verdad es que con
este argumento Trump se evitaría pasar sus medidas arancelarias por el congreso
americano (que es en últimas el que maneja el comercio exterior). La reacción
de los tres socios comerciales fue inmediata en el sentido de prometer
retaliaciones sobre bienes americanos.
Después
vino la renegociación del Tratado de Libe Comercio de América del Norte
(llamado Nafta por sus siglas en inglés). Ésta cumplía casi un año de
trabajo cuando Trump y su asesor económico Larry Kudlow le informaron a los
medios que la preferencia del presidente americano era por negociar
bilateralmente, es decir, con cada país por separado. Trump estaba frustrado
con los pocos resultados de las negociaciones y creía que de esta forma sería
más probable conseguir concesiones de Canadá y de México.
Y
ahora, el viernes pasado (6 de julio) las baterías de la administración Trump
se enfilaron en China. Con el argumento de prácticas de comercio
injustas, de sacarle ventaja a empresas americanas a través de la apropiación
de propiedad intelectual (lo cual bien puede ser cierto) y de producir un
gigantesco déficit comercial se anunció que en una primera instancia, 818
productos importados de China, que pueden valer $ 34,000 millones, tendrán un
arancel del 25 %. La
respuesta de China no se hizo esperar: a través de un portavoz del gobierno
chino se comunicó que habría una retaliación en la misma cuantía sobre
productos escogidos para pegarle a las zonas del país que eligieron al
presidente, entre ellos el cerdo, la soya, el whisky Jack Daniels y las
motocicletas Harley Davidson.
Esto es apenas la primera andanada entre todos estos
países y los Estados Unidos. Es probable que Trump siga aumentando el número de
productos afectados con estas medidas y es predecible que todos los países, y
en especial China, responderán con medidas equitativas.
¿Quién
gana de todo esto? En una de sus recientes declaraciones, Trump ha dicho
que ”las guerras
comerciales son buenas y fáciles de ganar.” Según la mayoría de
economistas que le hacen seguimiento a estos temas, incluyendo el Premio Nobel
Paul Krugman que escribe periódicamente en el New York Times, la verdad es
exactamente lo contrario: las
guerras comerciales son desastrosas y no las gana nadie. Veamos un corto
resumen de las principales guerras comerciales recientes.
A raíz de los efectos de la Gran Depresión sobre la
economía, dos congresistas americanos de nombre Reed Smoot (senador) y Willis
Hawley (representante) lograron pasar el decreto que lleva sus nombres, el
famoso Smoot-Hawley Tariff Act de 1930, en que se aumentaban a 45 % en promedio
los aranceles sobre las importaciones americanas. Lo que inicialmente habían presentado los dos
congresistas como una protección a los agricultores terminó adicionando
productos de todos los estados que también buscaban protección en esta mala
hora. Este decreto, según los estudiosos de la Gran Depresión, es el
responsable de que la depresión haya durado tanto (para algunos hasta 1937,
para otros hasta 1945) y haya sido tan devastadora. La razón es que hubo una
retaliación inmediata de los socios comerciales de EE.UU., como por ejemplo los
países europeos que también aumentaron sus aranceles al mismo nivel. El resultado fue que todo el
comercio mundial se estancó y fue necesaria la reunión en Bretton Woods en 1944
para que se dieran las bases del GATT (Acuerdo General de Aranceles y
Comercio), un acuerdo que negociaría ocho rondas entre 1948 y 1995 para
rebajar aranceles de los altos niveles del decreto Smoot-Hawley a
aproximadamente un 3-4% en promedio.
Un
segundo conflicto más reciente fue el de Japón con Estados Unidos en los años
80. El país asiático había sido extraordinariamente exitoso en la
fabricación de bienes de consumo durable, como los televisores y los
automóviles, y había despertado envidia y rencor de parte del gobierno y los empresarios
americanos. En 1984, el candidato demócrata a la presidencia, Walter Mondale,
diría: “Tenemos que dejar de perseguir esa bandera blanca y empezar a seguir la
bandera americana, peleando para hacer a América el número uno otra vez.” Digno
de Trump.
Pasaron
alrededor de 12 años antes de que se resolviera esta guerra comercial con Japón.
Al final se aceptaron
cuotas “voluntarias” de importación por parte de Japón y se trasladaron muchas
fábricas de automóviles japonesas a Estados Unidos, evitando así
cualquier arancel o barrera comercial. También se abrieron algunos sectores
protegidos japoneses, e indudablemente facilitó la resolución del conflicto el
hecho de que Japón era prácticamente un protectorado americano, todavía
dependiendo de las tropas estadounidenses presentes en su territorio para su
defensa nacional.
Las
repercusiones de las medidas tomadas por Trump son difíciles de calcular.
De seguro esto significará un aumento de precios para los consumidores
americanos en los productos importados afectados con estas medidas. En la medida que estos
consumidores sean fabricantes de productos que utilizan insumos importados,
los aranceles pueden hacer menos competitivas las exportaciones americanas
(justo lo contrario de lo que dice la administración Trump que debería
ocurrir). Y si los aranceles perjudican a alguna de las cadenas globales de
proveeduría que sostienen hoy en día a las multinacionales ya sea en México, en
China o en los mismos Estados Unidos, es probable que salgan perdiendo las empresas americanas
que se han esforzado por bajar sus costos con estas cadenas a fin de competir
en el mercado internacional.
Ya
hay empresarios americanos que se han empezado a manifestar sobre estos
aranceles. Los fabricantes de autopartes que en algunos casos importan
alguna parte de sus piezas de China ven con preocupación el aumento de costos
que tendrán que pasarle a las empresas automotrices y que podría hacer menos
competitivos estos carros, entre otros dentro del mercado chino. La empresa de motocicletas
Harley Davidson anunció sus planes de empezar a fabricar por fuera de Estados
Unidos para evitar estos costos más altos y resolver el problema de la
inestabilidad que dan estas medidas que en cualquier momento se pueden
ampliar o remover.
Los socios comerciales de Estados Unidos están
posponiendo planes de inversión en este país y buscando otros mercados
alternativos para diversificar
su riesgo frente a una administración impredecible. El daño al comercio
internacional puede ser muy grande en la medida que todos estos miedos lleven a
buscar nuevos proveedores y clientes para blindarse de los efectos de un
conflicto comercial mayor en la medida en que aumenten las retaliaciones de los
países afectados.
¿Y qué ganará Trump con todo esto? Él se precia de ser buen
negociador. Y seguramente
algunos países pequeños acabarán cediendo a la presión americana de
cambiar los términos en que comercian. Pero al final de cuentas en una guerra comercial no acaba
ganando nadie. Parece un riesgo muy alto para ganar algunas concesiones
adicionales cuando en verdad un país como Estados Unidos no las necesita. Los perdedores serán los
consumidores y empresarios que compran estos productos con mayores aranceles:
se aumentarán los precios de éstos porque la administración Trump espera
intimidar a terceros países a fin de acabar con lo que considera una verdadera
injusticia: el déficit
comercial americano.
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