Para
muchos, el saber cómo se crean las ideas y cómo se transforman éstas en
productos es un verdadero enigma. No obstante, algunos expertos sostienen que
la clave del éxito radica en motivar a los empleados a pensar en grandes ideas.
Empresas de renombre internacional, entre ellas IBM y
Google, han llevado a sus
trabajadores a invertir un porcentaje de su tiempo en proyectos personales.
Este alcance es atractivamente democrático, ya que los empleados tienen la oportunidad de innovar y
sentirse especiales.
No obstante, muchos consideran que esta dinámica se
convierte en un despilfarro de recursos, ya que las compañías dividen sus
esfuerzos en miles de
iniciativas pequeñas en vez de enfocarse en los grandes problemas.
El otro enfoque consiste en cerrar la brecha entre las
ideas y los resultados motivando
a los empleados a sugerir mejoras para los productos o procesos existentes a
través de bonificaciones económicas, lo que produciría cambios positivos
pero no avances destacables.
Para evitar caer en sueños utópicos, hay que reconocer que la
innovación no se da de forma natural. Los negocios resultan prósperos
cuando se basan en la predicción, la repetición y la división de tareas, lo que
opaca a la innovación, que
se caracteriza por ser impredecible e incierta.
Teniendo esto en cuenta, la innovación se promueve cuando las ideas se integran y
comparten con el resto del personal; su transformación en productos debe seguir
reglas específicas en vez de genéricas.
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