CÓMO ALIMENTAR AL MUNDO DE AQUÍ AL 2050


En el año 2050 la población mundial será de 9 100 millones de personas, un 34 % superior a la de hoy en día, y prácticamente la totalidad de este incremento de la población tendrá lugar en los países en desarrollo.

La urbanización continuará a un ritmo acelerado y aproximadamente el 70 % de la población mundial será urbana (en la actualidad esta cifra es del 49 %). El nivel de ingresos será varias veces superior al actual. Para alimentar a esta población más numerosa, más urbana y más rica, la producción de alimentos (excluyendo los alimentos empleados en la producción de biocombustibles) deberá aumentar un 70 %.

La producción anual de cereales habrá de aumentar desde los 2 100 millones de toneladas actuales hasta los 3 000 millones, mientras que la producción anual de carne deberá aumentar en más de 200 millones de toneladas hasta alcanzar los 470 millones. En el presente informe se señala que este incremento de la producción de alimentos puede conseguirse si se realizan las inversiones necesarias y si se aplican unas políticas que favorezcan a la producción agrícola.

No obstante, el incremento de la producción no es suficiente para alcanzar la seguridad alimentaria, sino que se debe complementar con unas políticas que mejoren el acceso mediante la lucha contra la pobreza, especialmente en las zonas rurales, así como con programas de protección eficaces. Por término medio, las inversiones netas anuales en la agricultura de los países en desarrollo necesarias para conseguir el incremento de la producción requerido ascenderían a 83 000 millones de USD.

La brecha mundial entre la cuantía de las inversiones necesarias y los niveles actuales de inversión puede ilustrarse mediante la comparación entre las necesidades de inversión anual bruta de 209 000 millones de USD (en los que se incluye el coste de la renovación de las inversiones que se deprecian) con el resultado de un estudio separado que estimó que en la última década los países en desarrollo invirtieron, en promedio, 142 000 millones de USD (dólares de 2009) anuales en la agricultura. El aumento necesario es por tanto del 50 %.

Estas son las cantidades totales correspondientes a las inversiones públicas y las privadas, es decir, las inversiones realizadas por los agricultores. Para poder disponer de dichas cantidades será necesario realizar una redistribución considerable de los presupuestos de los países en desarrollo y de los programas de los donantes. Además, se requerirán políticas que apoyen a los agricultores de los países en desarrollo y los animen, tanto a ellos como a otros participantes en la agricultura del sector privado, a aumentar sus inversiones.

En los países en desarrollo, el 80 % del incremento de la producción requerido procedería del aumento del rendimiento y la intensidad de los cultivos, en tanto que tan sólo el 20 % procedería de la expansión de las tierras cultivables. Sin embargo, en el ámbito mundial el índice de crecimiento del rendimiento de los principales cultivos cereales ha disminuido de manera continuada y pasó del 3,2 % anual en 1960 al 1,5 % en 2000.

El desafío al que se enfrenta la tecnología es invertir esta disminución, ya que un incremento lineal continuado del rendimiento en el ámbito mundial tras la tendencia registrada durante las últimas cinco décadas no será suficiente para satisfacer las necesidades alimentarias. Aunque las inversiones en investigación y desarrollo (I+D) agrícolas siguen siendo una de las inversiones más productivas, con unas tasas de rendimiento de entre el 30 % y el 75 %, se han dejado de lado en la mayoría de los países de ingresos bajos. En la actualidad, la investigación y el desarrollo agrícolas en los países en desarrollo están dominados por el sector público, por lo que inicialmente las inversiones adicionales tendrán que proceder de los presupuestos  3 gubernamentales.

Con el fin de aumentar las inversiones del sector privado habrá que abordar cuestiones relativas a los derechos de propiedad intelectual, al tiempo que se garantiza un equilibrio para que no se reduzca el acceso de los pequeños agricultores a las nuevas tecnologías. El hambre puede persistir a pesar de existir un suministro total suficiente debido a la falta de oportunidades de ingresos para los pobres y a la ausencia de unas medidas protectoras sociales eficaces. La experiencia de los países que han conseguido reducir el hambre y la malnutrición muestra que el crecimiento económico no garantiza automáticamente el éxito, sino que el origen del crecimiento también desempeña un papel importante. El crecimiento derivado de la agricultura, en particular del sector en pequeña escala, es al menos el doble de eficaz a la hora de beneficiar a la población más pobre que el crecimiento derivado de sectores no agrarios.

Este hecho no resulta sorprendente ya que el 75 % de la población pobre de los países en desarrollo vive en zonas rurales y sus ingresos están vinculados directa o indirectamente a la agricultura. La lucha contra el hambre requiere también unas medidas específicas y prudentes en forma de unos servicios sociales extensivos que incluyan la asistencia alimentaria, la salud y el saneamiento y la educación y la capacitación, prestando especial atención a la población más vulnerable. Muchos países seguirán dependiendo del comercio internacional para garantizar su seguridad alimentaria. Se calcula que en 2050 las importaciones netas de cereales de los países en desarrollo se habrán multiplicado por más de dos y, así, habrán pasado de los 135 millones de toneladas en 2008/09 a los 300 millones.

Ésta es la razón por la que es necesario avanzar hacia un sistema de comercio mundial que sea justo y competitivo y que contribuya a conseguir un mercado fiable para los alimentos. La reforma de las políticas de apoyo a la agricultura en los países de la OCDE es una medida positiva que ha dado lugar a la reducción del coeficiente de distorsión del comercio total desde el 0,96 en 1986 hasta el 0,74 en 2007. No obstante, claramente todavía es posible mejorar. También es necesario apoyar a los agricultores de los países en desarrollo y facilitarles el acceso al mercado para que puedan competir de manera más equitativa.

Con vistas a estar mejor preparados ante futuras perturbaciones del sistema mundial, los países también deben considerar medidas conjuntas como la acción coordinada para abordar las posibles crisis alimentarias, la reforma de las normas comerciales y la financiación conjunta para ayudar a la población afectada por un nuevo repunte de los precios o por catástrofes localizadas. El cambio climático y el incremento de la producción de biocombustibles constituyen graves riesgos para la seguridad alimentaria a largo plazo.

A pesar de que los países del hemisferio sur no son los principales causantes del cambio climático, podrían sufrir la mayor proporción de las repercusiones en forma del descenso del rendimiento y del incremento de la frecuencia de los episodios meteorológicos extremos. Según los estudios realizados se calcula que los efectos negativos totales del cambio climático sobre la producción agrícola africana hasta 2080-2100 podrían situarse en el 15-30 %. La agricultura tendrá que adaptarse al cambio climático pero también puede ayudar a mitigar los efectos del mismo; además, existen útiles sinergias entre la adaptación y la mitigación.

La producción de biocombustibles a partir de productos agrícolas se multiplicó por más de tres desde el año 2000 hasta 2008. En 2007-08 la cantidad total de cereales secundarios utilizados en la producción de etanol alcanzó los 110 millones de toneladas, alrededor de un 10 % de la producción mundial. El aumento del uso de los cultivos alimentarios en la producción de biocombustibles podría tener graves implicaciones para la seguridad alimentaria. Según un estudio reciente se calcula que la rápida expansión continuada de la producción de biocombustibles hasta el año 2050 haría que el  4 número de niños en edad preescolar subnutridos en África y Asia meridional fuese 3 y 1,7 millones mayor, respectivamente, que si tal expansión no existiese.

Por lo tanto, es necesario reconsiderar las políticas que promueven el uso de los biocombustibles derivados de los alimentos con el fin de reducir la competición entre los alimentos y los combustibles por los escasos recursos existentes.  El mundo cuenta con los recursos y la tecnología necesarios para erradicar el hambre y garantizar la seguridad alimentaria a largo plazo, a pesar de los múltiples desafíos y riesgos que existen. Habrá que movilizar la voluntad política y crear las instituciones necesarias para garantizar que las decisiones clave sobre las inversiones y las políticas para erradicar el hambre se toman y se ponen en práctica de manera eficaz. Ahora es el momento de actuar.

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