La
institucionalidad multilateral del planeta es actualmente objeto de toda clase
de cuestionamientos. Estados Unidos con Donald Trump a la cabeza lidera un
cambio de paradigma.
Esta institucionalidad fue creada después de la Segunda Guerra Mundial y
estuvo enfocada a la reconstrucción de los países afectados y a asegurar que un conflicto
como el que acababa de pasar no volviera a repetirse.
Fue
así como se crearon las Naciones Unidas y sus organismos adscritos como
el Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial, Organización Mundial de
Comercio (OMC), Corte Internacional de Justicia (CIJ) y otra infinita cantidad
de agencias y departamentos (de siglas) con poder supranacional de intervención
en una multitud de áreas.
Ese inmenso andamiaje burocrático y administrativo ha estado acompañado del
propósito de buscarle soluciones globales a problemas como el de la pobreza, el
hambre, las violaciones a los derechos humanos, conflictos entre países,
epidemias, protección de la niñez, cambio climático y en muchas otras diversas
áreas.
Después de la reconstrucción de Europa, a los diez años
de concluida la guerra en 1945, hacia mediados de la década de los años
cincuenta, el énfasis se
volcó hacia los solución de los problemas económicos y sociales de los países
llamados por ese entonces del “tercer mundo”. En el área económica,
entidades como el FMI y el Banco Mundial se propusieron velar por la estabilidad macro de estos
países y por asegurar la financiación de proyectos y programas de
desarrollo.
Un
componente no despreciable de la financiación de estos esfuerzos recayó sobre
Estados Unidos. Después de todo, ha sido el país mas rico del planeta en
estas últimas décadas (y algunos dicen que el mas generoso). Una especie de
complejo fundamentado en ese trajinado discurso de la izquierda según el cual la creación de
riqueza de los países ricos genera la pobreza de los países pobres,
reforzó la idea de que esa culpa se debía resarcir con toda clase de subsidios y ayudas.
Pero lo que en primera instancia fue un intento por resolver carencias
económicas puntuales extremas en algunos lugares del planeta, se explayó
a otras áreas como el comercio internacional y los sistemas de intercambio de
información gubernamental de todo tipo.
No hay que olvidar que en los años sesenta y hasta no hace mucho, las
políticas económicas de moda eran las de un socialismo que propugnaba por un
intervencionismo creciente por parte de los gobiernos. Una política que
partía del supuesto que los gobiernos disponían de una varita mágica para
resolver problemas de pobreza y otros como los relacionados con la persistencia
de los ciclos económicos.
De
una política crecientemente centralizadora a nivel de países se pasó sin recato
alguno a una similar en el contexto de las relaciones entre países. Se
le concedieron facultades y recursos inmensos a los organismos multilaterales. Surgieron
unos muy poderosos como la Unión Europea. La “globalización” se puso de moda en los mas respetados
círculos tecnocráticos y académicos.
Todos los países debían someterse a las exigencias y
requerimientos de una globalización supuestamente liderada por los mas fuertes
y ricos, y cuya delegación
en los detalles recaería sobre frondosas burocracias multinacionales nombradas
a dedo, ungidas de un poder que necesariamente iría en detrimento del de
las soberanías nacionales.
Esa meta, que tanto entusiasmó a los socialistas del
siglo XIX, la de un gobierno global, pareció en un momento dado que finalmente se haría realidad a inicios
del Siglo XXI. Acelerados avances en la tecnología de las comunicaciones
y del transporte contribuyeron
a vigorizar esa tendencia. En poco tiempo pasaron muchas cosas. No
solamente se le otorgaron poderes adicionales a los organismos multilaterales
existentes sino que
surgieron iniciativas para crear unos nuevos muy poderosos, como en el
caso del Acuerdo de Paris sobre cambio climático.
Para
avanzar en la conformación de un gobierno global se necesita unificar las
políticas de los gobiernos nacionales en distintos frentes. Desde un
punto de vista práctico, si resulta complejo armonizar al interior de un país
las políticas económicas y sociales, qué no se podría decir cuando se trata de
hacerlo entre países con
diferencias fundamentales en condiciones de vida, religiones y culturas.
A partir de 2016, el Brexit, la elección de Trump, el
surgimiento de una derecha alternativa en Europa y otras regiones, la crisis de los partidos
tradicionales y muy especialmente de la llamada social democracia, y un rechazo
casi generalizado a masivos movimientos migratorios que han puesto en peligro
la vigencia de valores y tradiciones culturales autóctonas, pusieron en
evidencia la fragilidad del actual proceso de globalización.
Tal vez quien le ha asestado el mas duro golpe a este
proceso ha sido el Presidente Trump con su política de “America first” y su
tesis de que Estados Unidos ha
sido víctima de tratados y prácticas comerciales injustas y desleales,
así como de una desenfocada generosidad (culpa de las anteriores
administraciones) en la financiación de un multilateralismo hostil a sus intereses y también en
la financiación de la defensa militar de otros países, incluyendo a unos
muy ricos como Alemania,
Japón, Corea de Sur y Arabia Saudita.
El
Estados Unidos de Trump ha renunciado a pertenecer a varias instancias y
proyectos multilaterales y en otros casos ha reducido significativamente su
aporte. Su ayuda externa ha quedado completamente supeditada a los
objetivos específicos de su política exterior. El país mas poderoso del planeta ha dejado de impulsar y
financiar el orden global existente, sin que ningún otro país o grupo de países esté dispuesto
o en capacidad de asumir el costo del vacío dejado.
Simultáneamente, ha acrecentado su poderío militar
reviviendo aquella idea que cautivaba a Ronald Reagan de “peace through
strength”. Incluso, en honor a épocas anteriores cuando se “pensaba en grande”, está
en proceso de crear una fuerza militar adicional, la ‘Fuerza Espacial’.
Por otro lado, gracias al favorable clima de inversión
que Trump ha creado con sus políticas económicas, en menos de dos años Estados Unidos se ha convertido en
el principal productor energético del planeta (de importante importador
neto de energía ha pasado a ser un creciente exportador neto), al tiempo que se
han dado los primeros pasos para
revivir su industria manufacturera.
A mediados de 2018 su crecimiento económico se disparó por encima del 4%
anual y su desempleo cayó a unos muy bajos niveles históricos. Es la
economía desarrollada mas dinámica actualmente.
La crisis existencial de la institucionalidad
multilateral se ha extendido a la Unión Europea (UE), donde las discrepancias entre sus
miembros con respecto a políticas migratorias han sido el detonante para
cuestionamientos a fondo sobre su futuro.
Dos
años luego del cambio de paradigma, China, Rusia y los países europeos no han
terminado de acomodarse a la nueva situación. La agresividad de Estados
Unidos en la protección y defensa de sus intereses es actualmente un elemento
determinante de la política internacional. La perplejidad es aun mayor si se tiene en cuenta que
Estados Unidos redujo radicalmente sus tasas de tributación y simplificó
enormemente su marco regulatorio, de tal manera que se convirtió en un muy competitivo captador neto
de capitales externos.
Trump se declaró “nacionalista”. No le importó la connotación negativa que rodea
este término después de los desastres de la Segunda Guerra Mundial.
Aprovechó la oportunidad para ratificar que no es partidario del “globalismo”.
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