Evolución del precio de las acciones de Pacific E&P Corp
(2009-2016)
Gracias a una campaña
publicitaria intensa llegó a ser una de las empresas “lideres” de Colombia,
pero en menos de un lustro sus propietarios acabaron entregándosela al menos
malo de los compradores. Historia de una estafa macondiana.
Desde 2011 la Bolsa de
Valores de Colombia (BVC) no ha pasado un año sin un escándalo o una quiebra
escandalosa.
La estela de descalabros bursátiles incluye a firmas como Proyectar Valores, Factor Group e Interbolsa. En 2014
bastaron apenas días para que el conjunto de las acciones colombianas cayera
casi un 60 por ciento. Ese mismo año comenzó a incubarse la crisis de la empresa
colombo-canadiense Pacific Rubiales, cuyas acciones se cotizaban en la
BVC desde 2007. Y a finales del pasado abril sus accionistas minoritarios
recibieron la noticia de que el fondo de inversión privado Catalyst Capital
Group se quedaría con el
control de la compañía y que sus acciones, que alguna vez fueron las más
promisorias del mercado, no valían ni el papel en el que estaban impresas.
Al margen de la caída de
rentabilidad del sector petrolero como consecuencia del derrumbe de los
precios, la venida a pique de la otrora poderosa petrolera demuestra los peores
aspectos de la confianza inversionista y constituye una de las mayores estafas
corporativas en la historia reciente de Colombia.
Para entender la historia de Pacific debe tenerse claro cuál es
la diferencia entre una estafa en regla y un simple robo: a diferencia del
ladrón, el estafador logra que su víctima le entregue sus bienes de manera
voluntaria, después de haberse ganado su confianza. Y eso fue lo que hizo
Pacific.
Invertir en confianza
Hace 10 años Pacific Rubiales no
figuraba en los grandes titulares. Sus dueños, inversionistas canadienses e
ingenieros de petróleos venezolanos, apenas comenzaban a explorar la
posibilidad de invertir en Colombia en tiempos de la confianza inversionista de
Uribe: unas minas por allí, unos puertos por allá, algún yacimiento petrolero
por allí.
Pacific
decidió comprar relaciones públicas a manos llenas.
Los socios entendieron que en el
mundillo de los medios, la alta sociedad y la política colombiana vale más
estar bien conectado que hacer las cosas correctamente. Y en la consolidación
de Pacific hubo mucho más de lo primero que de lo segundo.
Pacific decidió comprar relaciones
públicas a manos llenas.
Por ejemplo, en 2012 pagó casi 12 mil millones de pesos en publicidad a medios
masivos de comunicación. Pero aquello no era sino la punta del iceberg, también
tuvo entre sus gastos: compensaciones
hasta por 11 millones de dólares al año a sus ejecutivos, financiación
del Festival de Verano en Puerto Gaitán, Meta (entre 2.000 y 3.000 millones
anuales) y patrocinio de
la Selección Colombia (8.000 millones).
¿Por
qué una empresa que no vendía un producto de consumo masivo (como la cerveza de
Bavaria, por ejemplo) se
convirtió en el mecenas de los medios de comunicación y en uno de los
principales anunciantes de Colombia?
Después
de todo, nadie puede salir
a comprar un barril de petróleo marca Pacific como para justificar
semejante inversión en publicidad.
Estos
no eran los gastos de un inversionista responsable sino los caprichos de un nuevo rico que
despilfarra su recién encontrada fortuna para comprar la aceptación de
una sociedad arribista como la colombiana.
Pero entre 2007 y 2011 todo era dicha:
la acción de la empresa comenzó en un precio cercano a los 30.000 y pesos y
alcanzó un máximo de 66.800 de pesos en
abril de 2011.
Los
fondos de pensiones, los bancos y hasta el gobierno veían en esta empresa una combinación entre el
profesionalismo de ingenieros de petróleos venezolanos y la responsabilidad y
juicio financiero de los inversionistas canadienses.
¿Qué
podría salir mal? En tiempos del crudo a 100 dólares y con una capitalización bursátil cercana a los
9.000 millones de dólares nadie hacía muchas preguntas.
En
cuestión de un lustro, lo
que comenzó como una pequeña exploración minera en el Cesar se convirtió en una
multinacional poderosa que producía 1480.00 barriles diarios, en
especial gracias al uso de nuevas técnicas de explotación de crudos pesados en
la joya de su corona: Campo
Rubiales.
Con la confianza de medios, políticos e
inversionistas en el bolsillo, sus dirigentes se dedicaron a darse la gran
vida: viajes en jets privados con jugadores de la Selección Colombia,
fundaciones para que los niños pobres de sus zonas de influencia pudieran ir al
estadio, y
palcos en las principales fiestas del país daban cuenta de la nueva Colombia y
de cómo la renta petrolera podía gastarse en grande.
Las
deudas y la venta
Pero pronto empezó la segunda parte de
la historia: el endeudamiento.
Entre
2011 y 2014 Pacific pasó
de un endeudamiento de 1.064 millones de dólares a la cifra escandalosa de
4.704 millones – y antes aun de la caída de un 60 por ciento del precio
del barril de petróleo-.
Tras
el manto de buenas relaciones se estaba engendrando un monstruo, y Pacific ya comenzaba a
despertar más que inquietudes en el mercado. Los primeros en salir fueron los fondos de
pensiones, a quienes nunca gustó el laxo gobierno corporativo que
imponían canadienses y venezolanos.
La dirigencia no se encontraba a la
altura de una empresa con ambiciones en Colombia, Brasil, Perú y África, aunque en ningún otro
lugar tuviera un yacimiento del tamaño de Campo Rubiales, lo que hizo que se
estancara cerca de los 150.000 barriles diarios de producción.
Pese
a las quejas en aumento de los contratistas y de los empleados por no recibir buenos tratos, pese
también a las dudas del mercado sobre su gobierno corporativo, la acción
de la compañía se mantuvo por encima de los 40.000 pesos y en la canasta de los
índices de la BVC seguía teniendo una gran valoración.
Motivado
por este escenario, se
desató el capítulo más sórdido de la compañía: la intención de compra por parte
de la mexicana Alfa, lo que confirmaría las peores sospechas sobre el gobierno
corporativo de Pacific y su salud financiera.
La
gran mayoría de la alta
gerencia de Pacífic Rubiales estuvo formada por antiguos empleados de la
empresa estatal venezolana PDVSA o de sus subsidiarias, quienes habían
sido despedidos por Hugo Chávez después del paro petrolero que enfrentó esa
industria en el vecino país. Entre
ellos estaban Roland Pantin y José Francisco Arata.
Durante las negociaciones iniciales con
Alfa, apareció en en el radar un nuevo grupo de empresarios venezolanos
conocido como el grupo O’hara o como “los Bolichicos” (nuevos millonarios
creados por el régimen chavista), que se encargaron de torpedear la operación.
Para comienzos de 2014 la compañía
alcanzó su mayor nivel de deuda y sus ingresos no se habían logrado levantar de acuerdo a
lo esperado. Arata comenzó entonces su labor de búsqueda de un inversionista que quisiera comprar la
empresa.
Igualmente,
ya se rumoraba en el mercado que el contrato de asociación con Ecopetrol por el campo Rubiales no
sería renovado, lo que dejaba a la empresa contra las cuerdas. Urgía una
inyección de capital que asegurara la continuidad.
En
ese momento desde México
llegaron noticias de que por primera vez el gobierno permitiría la exploración
y explotación de crudo por empresas distintas de la estatal Pemex. Por
eso el interés de Alfa se convirtió en una llama de esperanza para la
dirigencia de Pacific. Alfa es uno de los conglomerados mexicanos más
importantes y veía en la
experiencia de Pacific la ruta para entrar en el negocio de los hidrocarburos.
Por
eso comenzaron los rumores sobre el precio de la acción y esta pasó a ser un activo especulativo.
Un día tenía una apreciación del 15 por ciento y en la siguiente jornada el
precio caía 30 por ciento. Muchos
se hicieron ricos con información privilegiada a costa de pequeños
inversionistas a quienes no se les pasó por la cabeza que la empresa tenía una
relación de 1 peso de activos por cada 3 pesos de deuda.
La trama se complicó en septiembre con
la caída de los precios del petróleo en un 60 por ciento.
Cuando
el mercado trató de reaccionar, la acción ya se cotizaba alrededor de los 11.000 pesos. En 15 días
había perdido el 70 por ciento de su capitalización bursátil.
Vender
humo e irse
El fracaso de las negociaciones con
Alfa motivó la salida de Arata, que
al menos se llevó una nada despreciable indemnización por casi 9 millones de
dólares.
Esto
significó un triunfo de los Bolichicos que minaron la venta desde el principio y mucho
más cuando después del crack de septiembre la oferta se hizo por 6,5 dólares
canadienses por acción.
Los inversionistas pequeños, ahora no
saben ni a quién reclamarle.
Alfa, que había venido comprando en la
bolsa acciones de la compañía, logró hacerse con un 20 por ciento de la
propiedad antes de hacer su propia oferta. Pero como no hubo acuerdo, cambió su estrategia y la compra se frenó en
seco.
Finalmente,
los socios minoristas vieron
cómo después de que el precio llegó a los increíbles 1.150 pesos por acción - y
que se hablara de compras y de salvaciones- sucediera lo que había de suceder:
que una banca de inversión pagó 500 millones de dólares por las acreencias
acumuladas y como contraprestación recibió el 100 por ciento de las acciones de
la compañía que para este entonces tenía una deuda de más 5.000 millones
de dólares y activos por solo 300 millones.
Lo
demás, como dice un personaje de La vendedora de rosas: “se lo mecatiaron en cositas”. Los inversionistas pequeños, que
no tienen idea del mercado, ahora no saben ni a quién reclamarle pues Pacific
está registrada en Toronto y solo aplica la jurisdicción canadiense.
Con
la bolsa de Toronto tendrán entonces que hablar para ver si algo de esa plata se recupera, lo cual es
poco probable.
En el lapso de diez años, Arata,
Pantín, Serafino Iacono y sus muchachos se ganaron la confianza de un país, la utilizaron para enriquecerse
y huyeron sin dejar pista. Nos pidieron algo pequeño, la compra de
acciones, y al final, no
quedó ni el humo de esa gran ilusión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escriba sus comentarios aqui: