La
refinería Cardón que forma parte de PDVSA, la petrolera estatal venezolana, en
julio.
Una
plataforma petrolera estuvo inactiva durante semanas porque le faltaba una
pieza. Otra fue
desvalijada por bandas armadas que se llevaron todo lo que pudieron.
Muchos trabajadores petroleros dicen que cobran tan poco que apenas pueden comer y
tienen que vigilarse mutuamente por si se desmayen mientras están en lo alto de las torres.
La
industria petrolera de Venezuela, cuyos enormes ingresos alimentaron la gran
mayoría de los planes gubernamentales, desde los complejos
habitacionales hasta la educación, ahora se encuentra en un espiral de caos. Para colmo de males el gobierno venezolano ha tenido
que recurrir a Estados Unidos, su némesis, en busca de ayuda.
“Le
dicen el imperio”, dijo Luis Centeno, un dirigente sindical de los
trabajadores petroleros que se refería al término usado por los funcionarios estatales para
hablar de Estados Unidos. “Y, sin embargo, le siguen comprando petróleo”.
El
declive de la industria petrolera es uno de los síntomas más graves de la
crisis económica de Venezuela. El petróleo representa la mitad de los
ingresos del gobierno, un aporte que el expresidente Hugo Chávez calificaba
como el “instrumento de desarrollo nacional”. La petrolera estatal invirtió sus
ganancias, más de 250 mil millones de dólares desde 2001 hasta 2015, en diversos programas sociales como
la importación de alimentos.
Pero
esos beneficios se han evaporado debido a la mala administración y a la caída
de los precios del petróleo en los últimos dos años. Ahora, los envíos
de crudo subvencionado a
países aliados como Cuba están disminuyendo lentamente. Varios
ejecutivos petroleros sostienen que eso ha obligado a que La Habana mire hacia Rusia en busca de
petróleo barato.
Para
Chávez y su sucesor, el presidente Nicolás Maduro, la riqueza petrolera de Venezuela
ha sido esencial para la identidad y la soberanía de la nación porque
representa el poder financiero que potencia sus ambiciones regionales y su
rabioso desafío a Estados Unidos.
Estados
Unidos siempre ha sido un enorme mercado para el petróleo venezolano.
Pero con la crisis de PDVSA, la petrolera estatal de Venezuela, el gobierno
tuvo que iniciar la importación de petróleo estadounidense.
A principios de este año, Estados Unidos comenzó a enviar más de 50.000 barriles
diarios de crudo liviano para que Venezuela pueda preparar su propio
crudo de exportación, con lo que “el imperio” se unió al grupo de proveedores
que se han vuelto vitales para mantener la industria petrolera del país.
Un
centenar de personas hacía fila durante cinco horas, en junio, para comprar una
ración de pan en una pequeña panadería de Cumaná. En muchos lugares de
Venezuela un pan puede costar hasta 50 centavos de dólar.
Sin embargo, PDVSA lucha para poder pagar el petróleo extranjero. Algunos
camiones cisterna esperan
en el puerto hasta dos semanas para poder cobrar, y a veces se retiran
debido a la falta de pago, dijo
un ejecutivo que pidió mantener el anonimato para evitar las represalias del
gobierno.
Esas son algunas de las razones de la caída de la producción
petrolera que se ubica en 2,4 millones de barriles diarios, una baja de 350.000 barriles
en comparación con la producción del año pasado. Eso es casi un millón de barriles por debajo de lo que se
producía en 1998, cuando Chávez asumió el poder.
Venezuela
sufre por la escasez de alimentos como el maíz y el arroz, que en el
pasado reciente se importaban fácilmente debido a los enormes ingresos de la
estatal petrolera. Medicamentos
esenciales como los antibióticos han desaparecido. Los expertos pronostican que la
economía se contraerá en un 10 por ciento para fines de 2016 y la inflación ya
ascendió a cifras de tres dígitos.
El
precio del pan se duplica de un mes a otro. En muchos lugares la pieza
de pan llega a costar unos 50 centavos de dólar, en un momento en que los trabajadores petroleros
dicen que ganan menos de un dólar al día por la inflación.
“Prácticamente
trabajamos gratis”, dijo Pedro Velásquez, un supervisor de un yacimiento
de petróleo ubicado en la localidad de Punta de Mata. Todo el dinero que el gobierno puede reunir para
hacer reparaciones improvisadas en sus campos de petróleo y plantas de
refinamiento ahora escasea.
Con la petrolera estatal endeudada, dos tercios de sus exportaciones
están destinadas a pagar los préstamos chinos y otras deudas. Por eso la
empresa se está quedando sin recursos para pagarle a los técnicos, tanto
internacionales como nacionales.
“El
declive se está acelerando, y seguirá ocurriendo”, dijo Lisa Viscidi,
una experta en energía del Inter-American Dialogue, un instituto de
investigación ubicado en Washington. “Las condiciones empeoran cada vez más; hay mucho menos dinero para
invertir”.
Los operadores internacionales están preocupados porque
la debacle de PDVSA podría
sacudir al mercado global afectando los ciclos de oferta. Los expertos
señalan que cuando sucedió el paro petrolero de Venezuela a finales de 2002 y
principios de 2003, los
precios mundiales subieron más del 30 por ciento, dando inicio a la
primera de una serie de crisis internacionales que marcaron la escalada de la
cotización del crudo.
Venezuela
ha perdido importancia en el mercado energético internacional, pero sus
exportaciones todavía representan aproximadamente el 2 por ciento de la
producción mundial. Esto significa que una grave disminución de las
exportaciones de crudo venezolano, sobre todo si coincide con alguna crisis en Nigeria o en Irak,
podría afectar al mercado y hacer que vuelvan a subir los precios del petróleo.
Muchos venezolanos marcharon este mes para protestar
contra el gobierno y la crisis económica del país.
“Un
colapso de Venezuela aceleraría la subida de los precios del petróleo; sería un
shock total”, dijo Helima Croft, estratega de materias primas para el
Royal Bank of Canada. “Ese
país está sufriendo una implosión”, dijo. Y agregó que en este momento
“no hay ningún productor de petróleo que se esté destruyendo de manera tan
rápida o dramáticamente como Venezuela”.
Ni
PDVSA ni Citgo, su filial estadounidense, respondieron a las solicitudes
de entrevistas.
Los retos a futuro están presentes en los vastos campos
petroleros de El Furrial, al noreste de Venezuela. Debajo de las largas planicies cubiertas de hierba
se encuentra el tipo de crudo que Venezuela importa para poder mezclarlo con el
petróleo pesado que debe exportarse.
En su clímax, El Furrial producía 453.000 barriles diarios, lo que equivale al 80 por
ciento de la producción nacional de Ecuador. Pero en 2009, Chávez
nacionalizó Wilpro, un consorcio estadounidense que manejaba un complejo de
inyección de gas natural diseñado para obtener más petróleo de los yacimientos
de esta zona. Desde entonces la producción ha disminuido a más de la mitad.
Los trabajadores de El Furrial cuentan su propia versión
de la decadencia y la mala administración de los yacimientos. Dicen que ni siquiera hay
suficiente lodo de perforación —el fluido más básico que mantiene frescas las
brocas de perforación— para mantener en funcionamiento todos los equipos.
Ahora la China National Petroleum Corporation se encarga
del trabajo que hacía Wilpro. Sin embargo, el sitio no ha funcionado desde hace varias semanas
porque PDVSA no había entregado una pieza del equipo que suspende la tubería
sobre el pozo. Una vez que se instale el repuesto este yacimiento podría
producir 3500 barriles de petróleo diarios, pero no se sabe cuándo sucederá
eso.
“Es
la primera vez que hemos pasado tres semanas esperando”, dijo Nelson
Ruiz, un gerente. “Lo normal después de la consolidación del proyecto es que el
taladro comience a perforar el suelo”. Pero lo que más desmoraliza a los trabajadores es el tema
de la alimentación.
Los empleados de una planta de producción comentan que
comen tan poco que tienen que vigilar a sus compañeros de trabajo por si se
desmayan. Claudio Lezama, que ha trabajado durante los últimos ocho años en ese
lugar, dijo que pesaba
alrededor de 90 kilos hace varios años. Entre los rigores de su trabajo
manual y la escasez que lo obliga a comer una sola vez al día, ahora pesa 65 kilos.
Sentado en un remolque donde los trabajadores toman sus
descansos comentó que en su tiempo libre trabajaba como albañil para poder
alimentarse. Un colega le dijo que había llevado alimentos como yuca, queso y
huevos para revender.
Manifestantes
enarbolan pancartas de protesta contra la situación económica de Venezuela
mientras los oficiales de policía se despliegan en las calles, en junio.
“Tú eres un vendedor del mercado negro”, le dijo Lezama
mientras le recriminaba que subiera los precios en medio de la escasez que se
vive en Venezuela.
En una demanda presentada en julio por un grupo de
trabajadores de PDVSA, los trabajadores detallan las extensas fugas de petróleo
sucedidas en El Furrial desde 2012 debido a la falta de mantenimiento de la infraestructura,
que se encontraba en estado de abandono. El documento también señalaba que las
fugas presentan un riesgo de salud para las comunidades cercanas.
“Todo
esto se ha ocultado generando pérdidas multimillonarias de dólares”,
dice la demanda. “Los
trabajadores estamos muy molestos porque nadie ha hecho nada para arreglar este
desastre”.
Algunos trabajadores petroleros creen que salir a
trabajar ya los pone en riesgo. Hace poco, el dirigente sindical Carlos Robles
pasó una tarde hablando con los supervisores de un pozo sobre una serie de ataques de bandas armadas que
robaron las computadoras, aires acondicionados y equipos de metal de sus
instalaciones.
“Lo que se interpone entre nosotros y los ladrones es
Dios y la virgen”, dijo Juan Díaz, un supervisor que suele trabajar de noche.
Empresas
internacionales como Halliburton y Schlumberger están reduciendo sus
operaciones ante la crisis de pagos que sufre PDVSA y que ha incrementado sus
deudas en 25 mil millones de dólares. Y mientras la producción de El
Furrial y otros campos cae en picado, la petrolera estatal debe apoyarse en
Citgo, su filial de Estados Unidos.
El año pasado, Citgo obtuvo un préstamo de 2,5 mil
millones de dólares para mantener a flote a PDVSA. Y ahora planea pedir otro
préstamo adicional de 800 millones de dólares para reformar una refinería en la
isla de Aruba que produce aceite sintético, de acuerdo a los ejecutivos que han
sido informados sobre los planes.
Centeno, el dirigente sindical, dijo que la crisis ha ocasionado que
PDVSA deje de proporcionarle a sus trabajadores implementos básicos como botas,
cascos y guantes. “Ahora PDVSA está en el piso”, dijo.
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