EUROPA PIERDE AL RECHAZAR A LOS MIGRANTES


Si existiera una política de acogida y mayor inversión en la población migrante, Europa crearía una fuerza laboral para el futuro y mejoraría las condiciones de sus trabajadores nativos.

 Europa pierde al rechazar a los migrantes
El hecho de que un continente entero cierre sus puertas a los migrantes como una muestra de fuerza es, en realidad, la exposición desesperada de su miedo: las vallas que erigen en Europa para trancar a los cientos de miles de migrantes no son un medio de contención, sino de protección.

Pese a que en otro tiempo Europa fue el símbolo de la gran unión, hoy sus gobiernos se han decantado por una opción menos bondadosa: la de presentar a los migrantes como una fuerza desestabilizadora, sin darse cuenta de que son ellos mismos, los gobiernos de la Unión Europea, quienes han debilitado los postes sobre los que se sostiene su vida social y política.

Han acudido a numerosos prejuicios para rechazar a los migrantes. Sin embargo, hay uno que merece especial atención. Marine Le Pen, directora del Frente Nacional, el partido de extrema derecha en Francia, lo sugirió hace unos meses: “A competencias iguales, los empleos deben reservarse a los franceses. Si hay un francés que pueda cubrir ese empleo, creo que debe ser el francés el que consiga el trabajo y no el español”.

En cuentas claras, Le Pen apuntaba que los migrantes entran a Europa a quitarles los puestos de trabajo a los nacionales. Mouhoub Mouhoud, profesor de economía de la Universidad París-Dauphine, es de otra opinión: basado en la literatura económica más reciente, afirma que “el impacto (de la migración) sobre el mercado laboral es de una amplitud muy débil”.

 La tesis de Mouhoud se resume de esta manera: los migrantes que llegan, por ejemplo, a Alemania o Francia no compiten directamente con los trabajadores nativos, sino que ocupan posiciones más bajas y menos remuneradas.

De hecho, la migración tiene un efecto positivo sobre los trabajadores nacionales porque, al llenar las plazas más bajas con los migrantes, los nativos pueden acceder a posiciones más altas y mejor pagas. “En el caso de Francia —recuerda Mouhoud—, hay un aumento del 3 % al 4 % de los salarios de los nativos gracias a la migración”.

De modo que Le Pen se equivoca desde el primer estadio de su premisa: un sirio y un francés pelean sólo en contadas ocasiones por una misma posición con las mismas competencias.

Ser francés en Francia tiene ventajas evidentes en el mercado laboral en comparación con un sirio o con un afgano porque, pese a que podrían tener los mismos títulos y el mismo nivel educativo, al llegar a Europa son desclasificados.

Un título de pregrado en Siria no es un título de pregrado en Francia. Antes de la crisis financiera de 2008, cientos de ucranianos partieron hacia España y Portugal: de médicos e ingenieros pasaron a ser vigilantes y trabajadores en la vía pública. “Los migrantes parten por un choque, ya sea político, social, de guerra, de naturaleza climática, etc. —dice Mouhoud—. Y cuando arriban son demandantes de asilo y existe una transición entre el momento en que piden el asilo y cuando obtienen el estatus de refugiados. Pueden ser tres, cuatro, cinco años. De modo que su inserción en el mercado de trabajo es más débil”.

El año pasado llegaron más de un millón de migrantes a Europa y Alemania se ofreció a acoger a unos 800.000. El desequilibrio de cargas (donde un solo país se queda con el 80 % de los migrantes) y la falta de acuerdos políticos certeros han producido justamente la embarazosa respuesta de Europa: devolver a Turquía a todos los migrantes que entren de manera ilegal.

Contados casos se salvarán de la deportación. “En Francia llegaremos a un máximo de 30.000 refugiados protegidos —dice Mouhoud—. Los demandantes de asilo llegarán a cerca de 80.000, pero sólo se quedarán 30.000.

Es un inmigrante por comuna francesa. Casi nada. El debate está muy focalizado en el miedo, está instrumentalizado por los partidos populistas, el gobierno absorbió esa ansiedad y de golpe somos incapaces de aplicar una política migratoria eficaz en función de las ventajas económicas”.

Sin embargo, la prueba de que la migración trae más ventajas que desastres económicos es el mismo caso alemán: esos 800.000 que entran a su territorio conformarán su fuerza laboral del futuro, dado que la población alemana disminuirá: para 2030, uno de cada tres alemanes no nacerá. “De modo que si invertimos bien en la acogida —propone Mouhoud— y absorbemos ese curso de transición en la inserción en el mercado de trabajo, si reducimos los procedimientos administrativos para que obtengan más rápidamente su estatus de refugiados, podremos recuperar la inversión gracias a la alta productividad que puede tener ese trabajador en el mercado laboral”. La opción contraria, el completo cierre que está en proceso, amenaza no sólo con una mayor concentración de los migrantes —en esta ocasión en Turquía—, sino con desmoronar a la zona Schengen, que fue fundada bajo el principio de libre circulación y hoy tiene controles en casi todas sus fronteras mayores.

Además de un evidente intercambio cultural que crea sociedades más abiertas y cooperativas (a pesar de todas las expresiones de xenofobia, por ejemplo, en Francia), la migración también tiene beneficios económicos en los países de origen de esos migrantes. “Las remesas de los migrantes —dice Mouhoud— representan US$60 mil millones, que en muchos países es la segunda fuente de entrada de capitales, justo detrás de las inversiones extranjeras”.

El dinero que un migrante gana y que luego es enviado a sus familias tiene la capacidad de impulsar numerosas modificaciones: en un plano cotidiano, ayuda a las familias a salir de la pobreza y reduce la posibilidad de que los niños tengan que trabajar desde muy temprana edad (ya que emplean más tiempo en educación).

En un plano global, el dinero de las remesas es capaz de subsanar un déficit industrial o de equilibrar la balanza comercial (la dependencia en este rubro, como en el caso de Tayikistán, puede tener en cambio un impacto negativo). “Es un maná del cielo”, dice Mouhoud.


Sin embargo, migrar es cada vez más difícil, sobre todo para los ciudadanos que huyen de la guerra. Hoy un sirio tiene menos posibilidades de llegar a Europa que hace un año, y si lo hace, deberá tomar caminos más peligrosos y enfrentarse, como otros miles en el Mediterráneo, a la muerte. Europa ha sido incapaz de responder con programas específicos al flujo inédito de migrantes. “Es un verdadero desafío de integración”, recuerda Mouhoud. Europa lo eludió.

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