Cuando…
1)
No aprendes nada nuevo. Y no nos referimos únicamente a los cursos y
seminarios. El trabajo ofrece muchas otras oportunidades de aprendizaje fuera
de los planes de formación: involucrándote en nuevos proyectos, entrando en
contacto con nuevas herramientas y tecnologías, trabajando con personas
interesantes y con más experiencia, etc.
2)
Cada día es una repetición del anterior. Si tu trabajo se ha convertido
en una rutina continuada en la que no tienen cabida nuevos retos, enfoques o
alicientes, es hora de hacer algo al respecto. Las novedades son excitantes,
nos ayudan a vivir. Y, por supuesto, a trabajar.
3)
Desarrollo profesional = cero. Las promesas que te hicieron cuando
llegaste han caído en el olvido. Desarrollo, crecimiento, promoción... nada se
eso se ha producido. Llega un momento en que ya no estás ni enfadado, sino
resignado a qué si has de crecer no será en ese lugar.
4)
No compartes la misión de la empresa. Si cuando te hablan de 'la misión
y la visión 'de tu empresa te produce, según el día, entre risa e indiferencia,
los dos tenéis un problema. Ya sea porque no te crees su discurso -dicen una
cosa pero hacen otra- o porque no lo compartes. Si tu forma de ver las cosas es
muy diferente a la de la empresa en la que trabajas, será difícil que te
sientas involucrado en el proyecto.
5)
Tú jefe no te inspira. Miras a tu jefe y te preguntas: ¿qué he hecho yo
para merecer esto? Hace ya mucho tiempo que ves fisuras insalvables en la
figura de tu superior directo. No te crees lo que te cuenta, no confías en su
palabra, no te sirve como modelo ni puedes apoyarte en el cuando tienes un
problema. ¿Qué clase de jefe es ese?
6)
No te sientes valorado. Nadie parece reparar en tu trabajo ni en lo que
consigues con él, lo cual es descorazonador y nada motivador. El reconocimiento
no da de comer, pero refuerza la autoestima y puede incidir positivamente en tu
productividad. Que, al menos, la organización manifieste que ha tomado nota y
valora tus aportaciones forma parte de eso que llaman 'salario emocional'.
7)
El proyecto en el que trabajas no te importa. No consigues involucrarte
en el mismo ni el plano profesional ni el personal. No crees que le aporte nada
de valor a nadie y menos que a nadie a ti. En esas condiciones tu aportación al
resultado del mismo está condenada a ser pobre.
8)
No te llevas bien con tus compañeros. Sólo de pensar en la fiesta de
navidad de la empresa te deprimes. Dicen que al trabajo no vas a hacer
amigos... ¡Pues deberías! Somos seres humanos. Las relaciones con tus
compañeros son fundamentales para crear un clima laboral sano y productivo.
Cuando eso falla, tu estado anímico se resiente y el rendimiento cae.
9)
Fantaseas con irte a la competencia. Tú relación con la empresa está ya
en fase terminal. No sólo piensas en la posibilidad de marcharte, sino que te
gustaría hacerlo al lugar que crees que más le dolería a tu empleador, su
máximo competidor. Un deseo que alberga algo de rencor y de revancha. Aunque
también, posiblemente, el deseo de que se den cuenta del error que cometen al
dejar escapar un talento como el tuyo.
10)
Te aburres. El trabajo es una faceta importante de nuestra vida. Pasamos
demasiado tiempo en él para que no extraigamos de esas horas algo positivo. Si
desde que llegas a tu puesto de trabajo lo único que haces es mirar el reloj,
contado los minutos que faltan hasta que te liberen, no cabe duda de que ese
trabajo no es para ti.
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