La
construcción afronta un duro momento entre recortes de fondos públicos y
escándalos de corrupción.
Las
empresas brasileñas de todo tipo están preparándose para una recesión.
Las
constructoras brasileñas tuvieron un año excepcional en el 2014, pues estadios,
aeropuertos y carreteras debían estar listos para el Mundial, y se
iniciaron las obras para las Olimpiadas de Río de Janeiro. Además, la
presidenta Dilma Rousseff, que buscaba la reelección, impulsó el gasto federal
en infraestructura con miras a los comicios de octubre.
Las
empresas del sector llevaban una década creciendo a tasas reales de 11% al año.
Pero en setiembre, una investigación policial descubrió que parte de esa expansión se debía a contratos
inflados, que durante años fueron suscritos entre la estatal Petrobras y
al menos seis de las mayores constructoras del país —las que en el 2013 sumaron
ingresos por US$ 8,800 millones—, a cambio del pago de coimas a políticos.
Cerca
de 30 ejecutivos aguardan sus juicios por corrupción o lavado de activos,
incluido el CEO de UTC Engenharia, la sétima constructora brasileña. El crédito
se evaporó y varias empresas, entre ellas OAS y Galvão Engenharia (tercera y
sexta, respectivamente), incumplieron
el pago de parte de sus deudas y solicitaron protección contra quiebras.
La incertidumbre que ha causado esta trama está afectando al sector en su
conjunto, pues se ha asumido que todo el mundo está involucrado. Marco
Rabello, gerente de Finanzas de Norberto Odebrecht, la constructora líder, que
no ha sido el foco de ninguna acusación, admite que el principal problema del sector es uno de
imagen.
Para empeorar las cosas, Rousseff, que ganó las
elecciones por un margen estrecho, está aplicando drásticos recortes para reducir el abismal déficit
presupuestario, en especial en su emblemático “Programa de aceleración
del crecimiento”. Las
empresas brasileñas de todo tipo están preparándose para una recesión,
así que invertir en nuevos edificios es lo último en lo que están pensando. Al
respecto, Rabello afirma
que la cartera de proyectos de Odebrecht será muy pequeña este año.
Pero
no todo es fatalidad y pesimismo. Muchas grandes constructoras han
reducido su dependencia en los contratos gubernamentales e incluso en la demanda
doméstica. Por ejemplo, solo el 6% de los ingresos de Odebrecht proviene del
sector público brasileño y cerca del 75% es generado en el extranjero.
A principios de mes, el consorcio del que forma parte
ganó un contrato por US$ 1,900 millones para construir la segunda línea del metro de Ciudad de
Panamá. La diversificación geográfica junto con un bajo endeudamiento y
un flujo de caja neto de casi US$ 700 millones, explican por qué Standard & Poor’s ha
mantenido el rating de la empresa un nivel por encima del que otorga al
gobierno brasileño.
También hay esperanzas en el mercado interno. Las
compañías que capearon la tormenta de Petrobras podrán capturar la
participación de las envueltas en el escándalo. Frederico Estrella, de la
consultora Tendências, señala que aquellas medianas y bien manejadas tienen la
posibilidad de entrar en las grandes ligas. Una de ellas, C.R. Almeida, analiza
participar en proyectos aeroportuarios incluyendo algunos en construcción que
estaban en manos de UTC Engenharia y OAS.
Hasta ahora, las gigantes extranjeras no se apresuran en llenar el vacío dejado por
las que cayeron en desgracia. Primero quieren ver cómo se desenvuelve el caso
de Petrobras. Algunas como la española OHL dejaron Brasil en años
recientes, exasperadas por su incomprensible sistema tributario, su sofocante
burocracia y sus onerosos requisitos para incluir socios locales.
Luego de que su nombre fuera mencionado en reportes de la
investigación policial, la
sueca Skanska aceleró sus planes de abandonar el país (y niega cualquier
mala práctica). Otras compañías extranjeras están reduciendo sus operaciones en el país. La
estadounidense Bechtel solía tener media docena de proyectos pero ahora solo
mantiene uno: la ampliación del metro de Río de Janeiro.
Brasil
todavía necesita muchísimas carreteras, líneas férreas y otras obras públicas.
El Foro Económico Mundial lo ubica en el puesto 107 entre 144 países en calidad
de la infraestructura. Y aunque el gobierno y sus agencias, tales como el Banco
Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), han apretado sus
presupuestos, los bancos de inversión y las firmas de capital de riesgo están
levantando fondos para respaldar la construcción de servicios públicos.
Asimismo,
el dinero chino está en camino. En su visita a Brasil, la semana pasada, el primer
ministro Li Keqiang, firmó contratos por US$ 53,000 millones, incluyendo
un buen número en infraestructura. Además, el banco estatal chino ICBC
comprometió US$ 50,000 millones para financiar la construcción de caminos, líneas férreas, redes
eléctricas y otras obras.
Aunque existe interés entre los financistas por invertir
en Brasil, las ambiciosas constructoras chinas , al igual que las de otras
partes del mundo, no han
tenido éxito en penetrar el profundamente regulado mercado brasileño.
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