Es tiempo de hablar de sus defectos de seguridad.
La
seguridad informática es complicada. Basta preguntarle a la Agencia del
Servicio Civil de Estados Unidos: el 9 de julio admitió que hackers habían
hurtado información confidencial de 22 millones de empleados gubernamentales. O
a la Agencia de Seguridad Nacional del mismo país, que en el 2013 sufrió la mayor filtración de
documentos secretos de su historia, por obra de Edward Snowden. O a la
aseguradora Anthem, que en enero reportó el robo de 80 millones de archivos de
sus clientes.
Es
de lamentar que se volverá más complicada. Las computadoras se han expandido de los escritorios de
las personas hasta sus bolsillos y hoy están integradas en toda suerte de
aparatos, desde automóviles y televisores hasta juguetes, refrigeradoras y
aplicaciones industriales. El fabricante de equipos de redes informáticas
Cisco estima que existen 15,000 millones de dispositivos conectados y que para el 2020 dicho número
podría crecer hasta 50,000 millones.
Los
optimistas prometen que un mundo de computadoras integradas en redes y de
sensores será un lugar de comodidad y eficiencia sin paralelos, y le llaman la
“Internet de las cosas”. Pero quienes trabajan en seguridad informática le
llaman un desastre en ciernes.
A estas personas les preocupa que las compañías
digitales, en su carrera por introducir “ciberaparatos” al mercado, no han aprendido las lecciones
de los primeros años de Internet. Es que en las décadas de 1980 y 1990,
las grandes empresas del rubro consideraron que la seguridad era un asunto
adicional.
Solo
cuando las amenazas se hicieron evidentes —virus, ataques de hackers, etc.—,
Microsoft, Apple y el resto comenzaron a reparar los problemas. Pero
solucionar las fallas cuando estas ya se han manifestado es mucho más difícil
que construir sistemas de seguridad para prevenirlas.
El
mismo error se está repitiendo con la Internet de las cosas y ya están
surgiendo ejemplos de los riesgos que los objetos cotidianos están imponiendo
en las computadoras. En uno de esos casos, un hacker descubrió que podía controlar por vía remota
su dosificador de medicinas, mientras que otros han desactivado los frenos y la dirección asistida
de autos nuevos.
Los
criminales cibernéticos son gente creativa. En el futuro, una lavadora o
una refrigeradora computarizada podría ser manipulada para enviar correo
electrónico basura (“spam”), por ejemplo, o almacenar pornografía infantil. O de repente, una puerta
computarizada podría rehusarse a dejar entrar al dueño de la casa hasta que le
pague un soborno en bitcoins.
¿Qué hacer? Tres temas de defensa podrían ayudar a hacer menos vulnerable la
Internet de las cosas. La
primera consiste en la elaboración de estándares regulatorios básicos que
obliguen a los fabricantes de aparatos electrónicos a garantizar que sus
productos cuentan con componentes que permiten reparar vacíos de seguridad
que podrían no estar cubiertos luego de su venta.
Además, si un aparato puede ser administrado por vía remota, debe forzarse a
los usuarios a cambiar el nombre de usuario y la contraseña que vienen con la
compra, a fin de prevenir que los hackers los utilicen para obtener
acceso. Las leyes sobre violaciones de seguridad informática, que ya existen en
la mayoría de estados estadounidenses, deben obligar a las compañías a
reconocer sus errores en lugar de ocultarlos.
La
segunda defensa es un adecuado régimen de responsabilidades. Por
décadas, los fabricantes de software han tenido contratos de licencia que les
libran de responsabilidad por cualquier mala consecuencia que surja por el uso
de sus productos. A medida que las computadoras se integran en todo, desde
autos hasta equipos médicos, dicha posición resulta indefendible.
Así,
los desarrolladores de software tendrían que aceptar la presunción de cómo
deberían funcionar los equipos que utilizan sus productos, por ejemplo, de modo
que si surge alguna violación de la seguridad, podrían ser considerados sujetos
de ser demandados judicialmente. Es que nunca es demasiado pronto para
que las aseguradoras, fabricantes y desarrolladores de software comiencen a
darles largas a estos asuntos.
Tercero,
las compañías de todos los sectores deben prestar atención a las lecciones que
las empresas informáticas aprendieron hace mucho. Es casi imposible
redactar un código de seguridad completo, de modo que la mejor defensa es una
cultura de apertura, puesto que ayuda a expandir las soluciones.
Cuando unos investigadores académicos contactaron a un
fabricante de chips para Volkswagen para informarle que habían hallado una
vulnerabilidad en un sistema de encendido remoto, la respuesta incluyó una
acción legal. Pero matar al mensajero no es bueno y, en efecto, compañías como Google ahora
ofrecen recompensas monetarias a los hackers que les contactan para brindarles
detalles de las vulnerabilidades que han descubierto.
Hace 30 años, los fabricantes de computadoras que fracasaron en tomar en serio la
seguridad podían apelar a la ignorancia, pero esa defensa ahora no
sirve. La Internet de las
cosas brindará muchos beneficios y ahora es el momento de hacer planes con
respecto a sus inevitables defectos.
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