LAS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL


La guerra tuvo unas consecuencias económicas profundas y duraderas al poner fin al orden económico internacional existente desde la segunda mitad del siglo XIX.

Supuso un descenso demográfico directo e indirecto de alrededor del 10 % de la población europea y de un 3,5 % del capital existente.

Desde el punto de vista financiero, el conflicto bélico conllevó un gasto público descomunal en Europa financiado por deuda pública tanto interna como externa que supuso la multiplicación por seis de la deuda ya existente, también se valieron de la creación de dinero lo que supuso una fuerte presión inflacionista.

En el transcurso de la guerra, diversas naciones no participantes en el conflicto como Estados Unidos y Japón se apoderaron de algunos mercados internacionales, tradicionalmente dominados por los europeos, que en ese momento centraban sus esfuerzos industriales en la producción militar.

En el sector agrícola la demanda exterior de productos alimenticios de los países participantes creció durante la guerra, lo que estimuló la producción agrícola de los países neutrales, que al acabar la guerra y volver a la situación anterior vieron como contaban con una oferta excesiva de productos agrícolas que forzó una bajada de los precios en este sector.

La guerra también estableció un nuevo mapa político de Europa con nuevas fronteras que trastocó la estructura económica y comercial del continente al romper mercados y perder eficiencia económica, exigiendo nuevas inversiones.

Las reparaciones económicas impuestas por los vencedores de la guerra a los derrotados fueron astronómicas. La cantidad fijada para Alemania por el Comité de Reparaciones, en 1921, fue de 132.000 millones de marcos oro, lo que significaba, en su momento inicial, el pago anual del 6 % del Producto Interior Bruto (PIB) de este país.

Los acreedores cobraron solo una pequeña parte de las deudas, a costa de que la economía internacional perdiese oportunidades de fortalecimiento y crecimiento.

Tras el final de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos experimentó un fuerte crecimiento económico, desplazando a Gran Bretaña del liderazgo económico mundial.

Durante los años previos a la Gran Depresión se incrementó en aquel país la producción y la demanda de sus productos, con una profunda transformación productiva dominada por la innovación tecnológica.

Del optimismo y de la bonanza económica también participó la Bolsa que vivió un prolongado incremento de las cotizaciones, que permitió la formación de una burbuja especulativa, financiada por el crédito. Desde antes del verano de 1929, varios indicadores macroeconómicos habían empezado a sufrir un suave descenso.

LAS CAUSAS
Hacia 1925, la economía mundial se hallaba bastante equilibrada: la producción había vuelto al nivel de antes de la Primera Guerra Mundial, la cotización de las materias primas parecía estabilizada y los países que atravesaban un periodo de alta coyuntura eran numerosos. Sin embargo, no era un retorno a la belle époque. Una serie de equilibrios tradicionales quedaban alterados: la producción y el bienestar progresaban de manera espectacular en unas partes Estados Unidos, Japón, mientras que en otras, perdida la prosperidad anterior a la guerra, vivían abrumados por el desempleo y las crisis endémicas; en particular en el Reino Unido. Al propio tiempo, los estadounidenses complicaban de singular manera la posición de los europeos. La deuda internacional no podía pagarse sino con oro o mercancías, y los estadounidenses frenaban sus importaciones de Europa con nuevos y cada vez más elevados derechos de aduana, al tiempo que utilizaban su superioridad para imponer sus exportaciones a Europa.

Por otra parte, los Estados Unidos disponían de las mayores reservas de oro del mundo, por lo que, para mantener el patrón oro, hubo de conceder cuantiosos préstamos a Europa. Tal fue el origen de los planes Dawes y Young. En 1924, la economía estadounidense vivía en plena era de prosperidad, y la guerra europea la acrecentó: durante tres años sucesivos, los Estados Unidos fueron los proveedores de un mercado casi ilimitado, mientras las potencias europeas se aniquilaban entre sí.

La capacidad industrial de los Estados Unidos también había aumentado considerablemente, y su agricultura progresaba a idéntico ritmo.

Desde 1925, la actividad de la Bolsa había evolucionado tan vertiginosamente como la producción industrial del país. La cotización de las acciones subía regularmente de año en año, y fueron numerosos los estadounidenses que hallaron en la especulación de la bolsa la fuente de una rápida fortuna: la fiebre de jugar a la Bolsa tentaba a todos los estratos de la población de modo irresistible, tanto rentistas y jubilados, como aprendices, que ignoraban todo lo relativo a la industria, a la economía y a la misma Bolsa.

Todo el mundo consideraba que la economía del país se encaminaba hacía niveles insospechados, y todos estaban persuadidos de que las "mejores acciones" podían conseguirse con muy poco dinero, pensando que debía aprovecharse de aquella buena suerte antes de que pudiera terminarse.

La continuada demanda hizo subir las acciones a alturas increíbles, y pronto la cotización en Bolsa fue pura especulación, que nada tenía de común con la auténtica solvencia de una sociedad.

Mientras sólo se trató, para el ciudadano medio, de invertir sus economías, la especulación siguió dentro de unos límites más o menos razonables, pero transcurrió el tiempo y los estadounidenses empezaron a jugar a la Bolsa con dinero prestado. Una acción de cien dólares nominales podía obtenerse solo por diez, mientras el resto, llamado "excedente" -o sea, noventa dólares-, se pagaba a crédito. Si la acción seguía subiendo, todo iba perfectamente: un alza del 10 %, esto es, que pasara de 100 a 110 dólares proporcionaba al accionista un beneficio neto del 100 % sobre los 10 dólares que en realidad había desembolsado. En cambio, si la acción bajaba en un 5 o en un 10 %, el corredor bursátil exigía nuevo pago al contado, y si el cliente no podía hacer frente al mismo, se veía obligado a vender con pérdidas, con el fin de cubrirse él y cubrir a otros acreedores eventuales.

Entre los pequeños especuladores -decenas de millares de ciudadanos- eran muy pocos los que poseían reservas de liquidez apreciable.

Desarrollo de la crisis
La coyuntura del alza, denominada allí Big Bull Market, descansaba así sobre una base sumamente frágil. Todo el sistema se derrumbó en octubre de 1929, y en pocos días -en cuestión de horas, incluso- las cotizaciones perdieron todo cuanto habían ganado durante meses o, mejor dicho, durante años.

Los pequeños especuladores quedaron arruinados y tuvieron que vender con enormes pérdidas, y al cundir el pánico los grandes capitalistas se encontraron también con dificultades. El 23 de octubre de 1929 las cotizaciones registraron un pérdida media de 18 a 20 puntos, y pasaron de mano en mano unos seis millones de títulos; al día siguiente, nueva caída de las cotizaciones, entre 20 y 30 puntos, e incluso de 30 a 40 para las grandes empresas.

En tan crítico momento, los primeros bancos del país y los corredores de Bolsa más destacados intentaron salvar los negocios y reunieron 240 millones de dólares para sostener las cotizaciones mediante compras masivas, y en aquella sola jornada cambiaron de mano trece millones de acciones.

Tan desesperada tentativa produjo sólo resultados de carácter momentáneo; el lunes 28 de octubre, se produjo un nuevo descenso de 30 a 50 puntos, y al día siguiente -que pasó a la historia con el nombre de "martes negro"- fue la jornada más sombría de Wall Street.

El pánico fue absoluto: en pocas horas, dieciséis millones y medio de acciones se vendieron con pérdidas a un promedio del 40 %. Más tarde en noviembre, cuando se habían calmado un poco los ánimos, las cotizaciones habían descendido a la mitad desde el comienzo de la crisis de la Bolsa, y no menos de 50.000 millones de dólares se habían desvanecido como el humo.

La quiebra de la Bolsa de Nueva York fue el momento más dramático de una crisis sin precedentes; de todos modos, el derrumbamiento de Wall Street no fue el prólogo ni la causa de la crisis económica mundial, fue solo su más espectacular síntoma.

La desmedida producción no planificada, la brutal competencia que acarreó, supuso un rápido aumento de productos que no hallaban mercado, a la par de una acumulación monopolística de capitales en unas cuantas manos de grandes propietarios - "vejez de la industria" se la denominó -, sistema de una peligrosa concentración de capitales.

Los primeros indicios de recesión se dejaban sentir ya en los países productores de materias primas, mientras Wall Street vivía aún en plena euforia.

La depresión tenía causas múltiples: tras un periodo de fuerte expansión, sobrevino una crisis de coyuntura y adaptación, que podría decirse "normal", pero que estalló con violencia inaudita.

De todas formas aquella crisis "normal" hasta cierto punto, era asimismo estructural, resultado de la guerra y sus funestas consecuencias, tales como la presión fiscal, las deudas de guerra y las reparaciones alemanas.
La racionalización y las nuevas técnicas industriales y agrícolas contribuían igualmente a la crisis. El aumento de producción por hora trabajada, sin aumentar la mano de obra, es beneficioso para la industria, pero no en todas las circunstancias.

Un ritmo de expansión demasiado rápido acarrea dificultades de transición y adaptación. La racionalización del trabajo suprime empleos, y los trabajos disponibles para otros sectores de la producción, al haber desempleo, no pueden adaptarse siempre con suficiente rapidez; por tanto, este problema de re-adaptación provoca, en la mayoría de los países, un bache importante apenas transcurre el periodo de alta coyuntura.

Aparte de ello, las dificultades internas y la inestabilidad de la política mundial impedían entonces la elaboración de cualquier planificación a largo plazo.

La quiebra norteamericana no fue en sus comienzos sino una quiebra de índole bolsística, el brusco estallido y desmoronamiento de un mito creado por los especuladores; no obstante, sus consecuencias serían hondas y duraderas.

Las personas arruinadas a causa del derrumbamiento del Stock Exchange limitaron sus gastos, los afortunados que todavía disponían de algún capital quedaron atemorizados y se negaban a invertirlo de nuevo, y las fuentes de crédito se agotaron.

Las consecuencias de todo ello fueron fatales en general para Europa y en particular para la economía alemana, que dependía casi por entero de los préstamos americanos a corto plazo.
La quiebra del sistema bancario.

La inexistencia en Estados Unidos, de un sector bancario fuerte de ámbito nacional y la quiebra inicial de algunos bancos hizo que la crisis bancaria se extendiera por todo el país, multiplicando los efectos de la crisis.

La Reserva Federal era la única que podía haber evitado una caída en cadena de los bancos, mediante concesión de liquidez de forma masiva a los bancos, pero los gestores de la Reserva Federal, muy al contrario redujeron la oferta monetaria y subieron los tipos de interés, provocando una oleada masiva de quiebras bancarias.

Esta reducción de la oferta monetaria también provocó el inicio de un proceso deflacionista y la reducción drástica del consumo y el comienzo de una intensa depresión.

EFECTOS DE LA CRISIS
La depresión subsiguiente fue con diferencia la peor de la historia estadounidense. Durante al menos tres años y medio todos los indicadores sociales y económicos reflejaron un progresivo deterioro de la situación. En 1932 el PIB había disminuido un 27 % y la producción industrial un 50 %. La inversión ni siquiera alcanzaba para el mantenimiento de las instalaciones existentes. Bajo estas presiones, el sistema bancario acabó por derrumbarse. En el año 1933, el desempleo llegó al 25 %. Solo en 1940 se recobró el nivel de producción previo al 29 y esto se debió al estallido de la II Guerra Mundial. Durante los primeros años de la depresión, entre 1929 y 1932, el índice general de precios en Estados Unidos, disminuyó el 35,6 %.

Muchos economistas piensan que este proceso de deflación fue responsable de la profundidad y duración de la depresión y también parece probable que esta prolongada deflación sólo fue posible por la política del Sistema de Reserva Federal de disminución de la oferta monetaria.

Los sectores más gravemente afectados por la depresión fueron la agricultura, la producción de bienes de consumo y la industria pesada.

Esto provocó que ciudades como Detroit y Chicago, que dependían de la industria pesada, sufrieran la crisis con más intensidad. A su vez, hubo ciudades dependientes de una sola industria que terminaron totalmente arruinadas. En 1932 el nivel de actividad al que estaba funcionando la industria era tan bajo que incluso una eventual demanda del mercado podía ser satisfecha sin necesidad de inversión y sin recurrir a más mano de obra. De modo semejante, el sector de la vivienda estaba también saturado de casas vacías cuyos propietarios no habían podido hacer frente a las hipotecas.

Pero lo que más se resintió fue la confianza de los empresarios quienes poseían grandes dudas sobre la utilidad de nuevas inversiones. El hundimiento de la bolsa fue además una causa directa de la reducción de los beneficios empresariales y destruyó el incentivo individual al ahorro, reduciendo así el volumen de los recursos destinados a la inversión.

El nivel extraordinariamente bajo de los ingresos agrícolas fue decisivo y retardó considerablemente la recuperación. La agricultura fue el sector más deprimido de la economía y los productores habían disminuido sus ingresos en un 70 %.

Gran parte de las cosechas no se vendían y comenzaron a disminuir la producción demasiado tarde. A su vez, como la gran mayoría de los pequeños agricultores estaban endeudados, se veían forzados a vender sus productos o perder sus propiedades.

El funcionamiento del sistema bancario norteamericano fue el factor individual que mayor influencia tuvo sobre la profundidad alcanzada por la depresión. Los bancos se apoyaban en unas pocas industrias locales y eran muy susceptibles a las retiradas de fondos.

Al producirse una corrida bancaria masiva, los ahorros se tornaron menores que los ingresos y los bancos no podían prestar dinero. A su vez, las garantías, como las casas, contra las cuales se habían vendido los préstamos eran invendibles.

A pesar de la debilidad del sistema bancario, su derrumbamiento pudo haberse evitado, pero el gobierno no hizo nada para rescatar a los bancos. Es más, lo que se pensaba en ese entonces era que la depresión suponía una purga que desembarazaría a la economía de sus aspectos menos eficientes, siendo las bancarrotas y los despidos parte necesaria de este proceso de retorno al equilibrio.

La difusión de la crisis
La depresión norteamericana de la actividad económica fue acompañada por una reducción adicional del préstamo hacia el extranjero y una fuerte contracción de la demanda de importaciones.

Esto produjo una gran reducción del flujo de dólares hacia Europa y el resto del mundo. Dado la importancia de Estados Unidos en la economía mundial, el impacto de su crisis sobre el resto del mundo fue fuerte; por eso se dice que Estados Unidos exportó su crisis.

Prácticamente todos los países padecieron declives tanto en la producción industrial como en el PIB, siendo la URSS la principal excepción al estar aislada de los estragos del capitalismo moderno.

A principios de 1931, si bien persistía la deflación y la desocupación era alta, los países más afectados eran los exportadores de materias primas, y varios de ellos debieron abandonar el patrón oro.

Sin embargo, con la quiebra del Credit Anstalt, el principal banco de Austria, se produjo una fuga de capitales en Alemania, Gran Bretaña y en Estados Unidos, quien decidió terminar con el patrón oro. Hacia finales de 1932, casi todos los países del mundo lo habían hecho.

Alemania, logró una moratoria en el pago de las reparaciones de la deuda pero igual decidió aumentar las tasas de interés. Esto provocó una profundización en la caída de la actividad económica y un incremento de la desocupación. La devaluación del marco fue descartada por temor a la inflación. La alta desocupación creó un clima de conflictividad social y política que allanó el camino a la llegada de Hitler al poder. Gran Bretaña, por su parte, abandonó el sistema monetario tradicional dejando flotar la libra, esto produjo su depreciación.

Esto fue la demostración del liderazgo británico y permitió que la economía británica se recuperara de forma razonable librada de las condiciones impuestas por una moneda sobrevaluada y altas tasas de interés.

En poco tiempo se produjo la desorganización y la destrucción parcial de la maquinaria que movía la economía internacional. Los países buscaron una salida individual a la crisis al desaparecer la cooperación financiera.

Esto produjo un deterioro de los términos de intercambio y significó el descenso de los precios de las materias primas respecto a los productos manufacturados. En un contexto de escasez de crédito, el resultado para los países periféricos fue la perdida de reservas y la depreciación del tipo de cambio. Los países periféricos adoptaron dos tipos de políticas: las pasivas y las activas. La pasividad fue el mantenimiento de la ortodoxia monetaria y cambiaría con respecto a los países centrales, y fue realizado por países pequeños con alta dependencia del mercado como Haití, Honduras y Panamá. Las políticas activas fueron modificar el tipo de cambio, controlar las importaciones, intervencionismo estatal e industrialización por sustitución de importación. Estos fueron el caso de Argentina, Brasil y Uruguay.

El hundimiento del comercio internacional
Uno de los factores de propagación de la crisis fue el hundimiento brutal del comercio internacional, que llegó a perder dos terceras partes del valor alcanzado en 1929. Este descalabro del comercio trasladó los efectos de la crisis hasta aquellos países que tenían sus economías abiertas al exterior.

El hundimiento del comercio internacional se prolongó durante mucho tiempo. En 1938 el valor del comercio mundial se situaba todavía por debajo de la mitad del nivel del año 1929. La razón del mantenimiento de la caída fue la adopción generalizada de políticas comerciales proteccionistas encabezadas por Estados Unidos y Gran Bretaña que desencadenaron una guerra comercial que junto con la bajada de la demanda por la propia depresión redujo el comercio mundial. Durante la década se tomaron diversas medidas:

Control de cambios: diferentes formas de restricciones oficiales sobre las transacciones privadas de divisas extranjeras. Los gobiernos exigieron de los exportadores las divisas recibidas por sus ventas entregándoselas a los importadores como pago de sus compras, en ambas operaciones el precio era fijado por el gobierno. Esto produjo aislamiento y favoreció el desarrollo de las industrias internas al limitar la entrada de mercaderías.

Acuerdos bilaterales: buscaban el equilibrio entre las cuentas mutuas de dos países que querían mantener alto el nivel de comercio sin movilizar oro ni divisas. Un ejemplo son los acuerdos de compensación que consistía en una forma moderna de trueque en los cuales no era necesario ningún tipo de movimiento monetario. Otro tipo de acuerdo bilateral era el clearing, que consistía en abrir una cuenta en cada país a través de los cuales se efectuaban los pagos por exportación e importación. Alemania fue uno de los que utilizó estos dos tipos de acuerdos. Finalmente, los acuerdos de pagos, que se establecían entre países con tipo de cambio fijo y países con controles de cambio, buscaban resolver los problemas de deudas congeladas e intereses impagos de los últimos países. Fueron utilizados preferentemente por Gran Bretaña.

Aranceles al comercio: las tarifas fueron el mayor obstáculo para el intercambio internacional de bienes. Incluso Gran Bretaña, país con fuerte tradición liberal, aprobó una ley de derechos de importación que imponía una tasa del 10% sobre todas las importaciones fuera de la Commonwealth.

El colapso en el que se encontraba la economía en 1932 fue extendiendo la idea de que era necesaria la colaboración internacional para combatir la crisis comercial y financiera. Por esta razón, se convocó a la Conferencia económica mundial en 1933. Pero como Estados Unidos salió del patrón oro convirtiendo al dólar en una moneda fluctuante, la reunión se clausuró sin ningún éxito.

Tres años más tarde, con el dólar estabilizado, se produjeron nuevos intentos de cooperación internacional como el acuerdo tripartito entre Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, con el objetivo de regular los tipos de cambio. Varios países hicieron acuerdos regionales como el de la Cuenca del Danubio en el cual Hungría, Rumania, Bulgaria y Yugoslavia concedieron preferencias arancelarias a sus productos. Pero el pacto más famoso fue el realizado por los países de la Commonwealth en la Conferencia de Ottawa celebrada en 1932, donde se acordó un sistema de preferencias mutuas para las importaciones provenientes de los miembros de la comunidad.

El papel del Keynesianismo
John Maynard Keynes, economista británico, considerado como uno de los más influyentes del siglo XX, cuyas ideas tuvieron una fuerte repercusión en las teorías y políticas económicas.
La crisis tuvo profundas repercusiones en el universo de la teoría general. La caída de la producción y la prolongación en el tiempo de altas tasas de desocupación pusieron en duda las concepciones neoclásicas. Estas destacaban que los desajustes ocasionados por las variaciones de la actividad económica serían superados a partir del libre funcionamiento de las fuerzas de mercado. En el marco de la crisis del 30 surgieron posturas heterodoxas que recomendaban una política activa frente a la depresión, la más importante es el Keynesianismo. Sus dos aspectos principales son: Los fenómenos deben ser contemplados desde una perspectiva global y macroeconómica; y el Estado ocupa un lugar significativo dentro del sistema económico.

La argumentación de Keynes atacaba la concepción neoclásica del desempleo. Si los empresarios reducen los salarios en una situación de desempleo, el flujo de la capacidad adquisitiva (es decir, la demanda agregada) disminuye paralelamente con la bajada de los sueldos.

La contracción de la demanda afectará por tanto a los empresarios y aumentará el desempleo. No puede esperarse en este supuesto una reacción espontánea de fuerzas que corrigieran la situación, pues el equilibrio con desempleo y menos producción puede ser permanente.

De no aparecer pues inversión privada, sería el estado el que debe intervenir para elevar el nivel de la inversión, incrementando el gasto público para recuperar la demanda. Esto corresponde a una política económica anti-cíclica, que se traduce necesariamente en un aumento del déficit fiscal en momentos de crisis para lograr reactivar la economía.

La recuperación en Estados Unidos
Al asumir Roosevelt la presidencia en 1933 se aprobaron rápidamente varias leyes en el Congreso como fondos asistenciales para desocupados, precios de apoyo para los agricultores, servicio de trabajo voluntario para desempleados menores de 25 años, proyectos de obras públicas en gran escala, reorganización de la industria privada, creación de organismo federal para salvar el valle del Tennessee, financiación de hipotecas, seguros para los depósitos bancarios y reglamentación de las transacciones de valores. Estas leyes crearon nuevos organismos encargados de llevar a cabo estas medidas. El New Deal, había sido elaborado durante la carrera presidencial por un grupo de intelectuales, que Roosevelt reunió en torno suyo, conocidos como el ‘Brains Trust’.

El problema más importante para Roosevelt era la quiebra casi total del sistema bancario, a tal punto que era imposible cobrar un cheque. La producción industrial, por su parte, había tocado fondo en 1932. La crisis bancaria era esencialmente de confianza y pudo ser solucionada fácilmente. En un discurso radial, Roosevelt informó la población sobre la reapertura de los bancos incitando a depositar ya que no se corrían más riesgos, por lo que varios individuos volvieron a depositar. La recuperación de los bancos no fue más que el preludio de una revisión a fondo del sistema financiero, gravemente distorsionado desde 1929 por la contracción del crédito, el incremento de las deudas y el impago de las hipotecas.
Otro problema importante en 1933 era el desempleo. La primera medida adoptada en este terreno fue la creación de campamentos de trabajo donde los desempleados realizaban tareas de conservación de parques naturales y otros espacios verdes. Si bien el Gobierno federal encaró la realización de obras públicas, estas no llegaron a compensar la enorme reducción experimentada por el gasto a nivel estatal y municipal. El New Deal nunca dispuso de un programa concreto para bajar la desocupación mediante obras públicas ya que se carecían de proyectos de antemano y la planificación requería tiempo. Los proyectos debían autofinanciarse lo que hacía difícil su elaboración.

Además, para lograr el máximo beneficio social había que emplear a la mayor cantidad de mano de obra posible, ya sea calificada como no califcada por lo que estos empleos eran tachados de constituir en la práctica una auténtica limosna. No solo el New Deal no pudo disminuir considerablemente el desempleo, sino que los trabajos otorgados eran precarios al tratarse de obras públicas que por su propia naturaleza no duraban mucho tiempo.

El New Deal se enfrentó constantemente al dilema de emplear el dinero en aliviar el sufrimiento actual o en estimular la economía para el futuro. Gran parte de las inversiones del New Deal procedían de los impuestos, ya que de otro modo, el gobierno federal tendría que haber aceptado un déficit presupuestario. Esto significaba que una parte del dinero destinado a pagar el sueldo de los nuevos empleados se deducía del salario del que disfrutaba de un empleo. Esto comprueba que Roosevelt desconocía de fondo las medidas recomendadas por Keynes ya que este indicaba que el aumento de gasto, y en consecuencia, del déficit era algo positivo en épocas de crisis.

Otro problema gravísimo, era el bajo y permanente nivel de las rentas agrícolas. Era necesario aumentar los precios y ello se conseguía disminuyendo la producción agraria. Para lograrlo, se concedían primas a aquellos agricultores que deseaban producir menos. Esto implicaba que al menos una parte del costo recayera sobre el consumidor, que en algunos casos estaba en la miseria si se trataba del proletariado de las grandes urbes.

Sin embargo, el aumento del nivel de vida de los agricultores significaba más dinero, más demanda y más empleo. Igualmente, estas medidas no lograron disminuir la producción y gran parte de los subsidios se utilizaron para la compra de fertilizantes lo que aumentó la productividad. Otra medida para aumentar los precios fue la devaluación del dólar pero tampoco tuvo éxito. Lo que sí logró aumentar los precios agrícolas fue la severa sequía que azotó la zona Oeste a lo largo de la década.

El segundo New Deal se implementó en el segundo mandato de Roosevelt y consistió en la promulgación de una ley sobre la vivienda, la puesta en marcha de la seguridad social, la creación de organismos de planificación regional, el respaldo a los sindicatos y un sistema fiscal más progresivo con impuestos más elevados a los ingresos y a la riqueza.

Igualmente, las consecuencias de las nuevas imposiciones a los ricos fueron insignificantes y no hubo tal redistribución de la riqueza. En 1937, se reconocieron oficialmente las constituciones de sindicatos en forma irrestricta. Las empresas tuvieron que aceptar la libertad de sindicación de sus empleados. Se logró la sindicalización de los trabajadores de las industrias de producción en masa; todos los empleados, cualquiera sea su calificación, debían integrarse a un mismo sindicato industrial en tanto el gobierno federal los emplearía como "correas de transmisión" de las normas estatales sobre asuntos laborales.

En estas circunstancias, el gobierno cometió un grave error económico que retrasaría en dos años la recuperación. En 1936, el ritmo de expansión era acelerado y los precios subieron rápidamente.

Temiendo un auge especulativo, Roosevelt puso fin al déficit presupuestario y al año siguiente la economía se sumió a una depresión que no sufría ningún otro país y aumentó el desempleo. Tan pronto como el gobierno redujo los gastos, los empresarios perdieron la confianza y dejaron de invertir.

Roosevelt seguía sin entender la política fiscal, pensaba que era la obra pública y no el déficit presupuestario lo que promovía el empleo. Los gastos federales aumentaron en 1938 pero la hostilidad hacia el New Deal había aumentado. A medida que el desempleo se prolongaba, crecía la impopularidad de Roosevelt.

Si bien se dice que el segundo New Deal fue un ‘giro a la izquierda’, no era en absoluto hostil a los empresarios, lo que hizo fue poner al burócrata donde había fracasado el hombre de negocios hasta que la empresa privada pudiera florecer de nuevo. Por haber sabido evitar una solución más radical fue el salvador del capitalismo. El efecto más perdurable del New Deal fue aumentar el poder del gobierno federal y del presidente en particular: se redujo el poder de los Estados y el presidente y su gabinete sustituyeron al congreso como principal fuente legislativa. La sociedad estadounidense experimentó una profunda transformación debido al incremento del poder federal y presidencial sobre la economía. Es por eso que el auténtico legado del New Deal fue revolucionar las expectativas.

La Segunda Guerra Mundial
En los albores del ingreso de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, doce años después del fatídico 24 de octubre de 1929, el gasto federal equivalía al 10% del PIB de los Estados Unidos. De una fuerza laboral de 56 millones de trabajadores, el gobierno federal empleaba a cerca de 1,3 millones, el 2,2% en trabajos civiles y militares regulares y a otros 3,3 millones (5,9%) en programas de emergencia de alivio laboral. Otros 10 millones, que representaban el 17% de la población activa, estaban desempleados. En dos legislaturas e incontables intervenciones, Roosevelt había incumplido todas sus promesas electorales ole ole y demostrado ser tan incapaz como Hoover para poner fin a la crisis. La deuda nacional había crecido a casi 40 mil millones de dólares.[

Las medidas restrictivas que la administración Roosevelt realizó sobre el comercio, la propiedad y la libre empresa provocaron que el capital necesario para reactivar la economía fuera gravado con impuestos y forzado a pasar a la economía sumergida.

Cuando los Estados Unidos entraron en la Segunda Guerra Mundial, en 1941, Roosevelt intentó cambiar la agenda económica con el resultado de que gran parte de esos capitales se canalizaron a través de la industria bélica en lugar de destinarse a la producción de bienes de consumo. Desde 1940 la 2ª guerra mundial ya producía un gran demanda de los productos estadounidenses. En un principio, Estados Unidos sólo iba a intervenir en la guerra como proveedor de productos de guerra a los países aliados (especialmente Gran Bretaña y Francia). Esto hizo que el desempleo se redujera porque se revitalizó la industria. Dado que Estados Unidos no había sido atacado no podía intervenir de manera activa en la guerra, pero con el ataque Japonés a la base de Pearl Harbor entra de lleno en todos los frentes.

En tiempos de guerra, al presidente Roosevelt se le conceden poderes extraordinarios. Esto le dio poder para organizar un nuevo aparato administrativo y movilizar a la comunidad científica para la guerra. Se fue construyendo lo que va a ser la economía de la post-guerra.

La recuperación europea
La política económica británica en los años 30 estuvo marcada por la trascendente decisión de abandonar el patrón oro en 1931. La flotación de la Libra no fue acompañada de una mayor intervención estatal como en los otros países. La nueva política británica se sustentó en el crédito barato y en el proteccionismo. Las posibilidades de acceso a préstamos a bajo costo fue uno de los factores que contribuyó a impulsar el mercado de la construcción. Por otro lado, el establecimiento de una política arancelaria dio por finalizado un período de casi noventa años de libre comercio, con la importante consecuencia de colocar al mercado interno como motor del crecimiento. Este rasgo se vinculaba con la pérdida de competitividad de los productos ingleses y con las posibilidades de expansión del consumo de masas que se desarrollaría plenamente en la posguerra.

Si bien la economía británica experimentó una recuperación más prolongada y sostenida que la del resto de los países industriales, hubo dos aspectos negativos importantes: el alto desempleo y la concentración empresarial producto del proteccionismo y la preferencia imperial.

Gran Bretaña, la potencia industrial menos concentrada en 1914, se transformó en una de las que más competitividad estaban perdiendo.

La economía francesa, de buen comportamiento en la posguerra, se vio enfrentada a la crisis, cuando en 1931, Gran Bretaña y otros numerosos países decidieron abandonar el patrón oro. Hasta ese momento, la devaluación del franco y el proteccionismo hicieron que Francia fuera alcanzada débilmente por la crisis. El problema se presentó ante la disyuntiva de mantener el patrón oro, favorecido por su gran cantidad de reservas de este material, o devaluar. La decisión de mantener el patrón oro, por el temor a la inflación, impuso una línea de acción deflacionaria para adecuar los precios franceses a los niveles mundiales en un marco de devaluación general.

Así, se promovió la deflación mediante la reducción de gastos, una baja en los salarios y el mantenimiento de altas tasas de interés. Esto provocó tensión social, caída de las inversiones y ningún resultado positivo.

Sin embargo, en 1936, un nuevo gobierno de carácter socialista produjo un viraje de significación. Se abandonó el patrón oro con la consecuente devaluación del franco, se realizó un moderado plan de obras públicas, se regularon los precios agrícolas y se aumentaron los salarios. El traslado inmediato de los incrementos salariales a los pecios relanzó la inflación y reapareció la tensión social.

Recién en 1939 la economía francesa pareció despegar debido al aumento de los gastos militares, pero la entrada en la guerra y la ocupación por parte de Alemania al año siguiente cambiaron el rumbo de la historia de Francia.

La recuperación en Alemania y el nacimiento del Nazismo
Hacia 1933, la economía alemana no había superado aún el impacto negativo de la política económica implementada por un gobierno que había apostado por la deflación para salir de la crisis. Como la economía alemana dependía fundamentalmente de los préstamos estadounidenses, la reducción de los mismos a partir del 1929, tuvo efectos directos en la economía. La decisión del gobierno de mantenerse en la ortodoxia generó más desempleo, la caída del producto interno bruto y el colapso del sistema bancario. La mala situación social, más el temor del avance del comunismo son claves para entender la llegada de Hitler y el partido Nacional Socialista al poder.

Los comunistas alemanes fueron acusados del incendio del Reichstag, y en un clima de terror e inseguridad, se le otorgó el poder absoluto de una forma legal y constitucional.
El nazismo se caracterizaba por un ultranacionalismo totalitarista y expansionista, anticomunismo, antiliberalismo, antisemitismo y por la idea de supremacía racial del pueblo alemán. La política nazi en relación a lo económico estuvo caracterizada por el alto grado de intervención estatal.

Los objetivos finales de esta política económica eran el control totalitario de la sociedad, los planes bélicos y la idea de superioridad racial. El sistema económico fue parte del sistema político de dominación. La recuperación alemana comenzada en 1933, estuvo caracterizada por la creación de empleo y en una serie de disposiciones fiscales con el objetivo de favorecer a las grandes empresas.

El gasto militar subió del 3% del PIB en 1933 al 23% en 1939. El sector estatal fue el mayor inversor y el mayor consumidor en la economía alemana disminuyendo el papel de la economía de mercado por las regulaciones impuestas por el Estado.

A su vez, se profundizó la concentración en las distintas áreas de la economía, rasgo característico de la estructura productiva alemana. Es por eso que los grandes beneficiarios de la política económica nazi fueron las grandes empresas, bancos y terratenientes.


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