La
economía crecería un poco por encima del 3 por ciento en el 2016.
Buenos resultados en el contexto de una región que se
contraerá, aunque insuficientes para mantener los progresos obtenidos durante
la bonanza de los años 2002 al 2013. Pero, aun logros modestos como estos dependen de que resolvamos
los agudos problemas de inflación, desequilibrios fiscales y de balanza de
pagos, y el deterioro del clima de inversión causado por la rampante
inseguridad jurídica.
La
inflación al cierre del año será del orden del 6,2 por ciento, por encima del
rango meta fijado por el Emisor, cuyo techo es 4,0 por ciento; recuperar
el control perdido del nivel de precios tomará un periodo prolongado. Esta
realidad debe ser tenida en cuenta al definir el nuevo salario mínimo para evitar que caigamos en una
espiral de incrementos de precios y salarios que envilecería la moneda,
deteriorando, por lo tanto, el ingreso y el consumo de los colombianos.
Uno
de los factores que alimentan la inflación es el aumento de los precios de los
productos importados. En la coyuntura mucho serviría bajar los aranceles. Además,
conviene que esa reducción sea definitiva para abaratar el costo de bienes de
capital y materias primas. Hacerlo es crucial para eliminar el sesgo anti
exportador de la política comercial. El momento es propicio, dado que la elevada tasa de cambio actual
protege con holgura la producción nacional, que suele defender, con éxito,
políticas proteccionistas.
Este
ano nos espera un paquete tributario que buscará, al mismo tiempo, aumentar el
recaudo y disminuir la carga tributaria que recae sobre el aparato productivo.
Una de las variables que habrá que considerar es el fraude fiscal: la simulación de gastos y el
ocultamiento de ingresos. Para combatirlo convendría que se prohiba al sistema financiero aumentar,
por determinados lapsos, el volumen del crédito otorgado a quienes por este
motivo sean sancionados.
El
déficit de la cuenta corriente en la balanza de pagos, que bordea el 6 por
ciento del PIB, es insostenible. Proviene de la dificultad de la
economía para adaptarse a una declinación profunda y acelerada de los ingresos
petroleros. Otra sería la
historia si hubiéramos ahorrado una porción de los recursos del auge de los
productos básicos. Para que ello no vuelva a suceder es necesario establecer un fondo de
estabilidad cambiaria, nutrido con los recursos extraordinarios que
provengan de las ventas externas de petróleo, oro, coltán, níquel y carbón. La previsible oposición de las
regiones no tendría sentido ahora que los niveles de precios de tales bienes
impide, recortando las transferencias a las regiones, formar ahorros.
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