Ante
la menguante lealtad de los consumidores, las marcas están apelando a la
autenticidad para vender sus productos.
En
años recientes, las empresas se han vuelto muy ampulosas al hablar de sus
productos, bombardeando a los consumidores con cualquier pequeño detalle que
pueda realzar la marca.
Por ejemplo, los clientes de la cadena de alimentos
naturales Whole Foods pueden leer rutilantes biografías de los pollos que
convertirán en estofado, y los bebedores de la cerveza Blue Moon pueden
enterarse de la brillante idea de su creador de decorar cada vaso del licor con
una rodaja de naranja.
Las marcas comenzaron como insignias de calidad. En el
Medioevo, los gremios de artesanos las usaban para distinguir su trabajo y, en
los tiempos modernos, han
buscado transmitir valores emocionales y sociales. Al inundar a los
consumidores con cascadas de hechos fascinantes, las empresas se empeñan en
conferir “autenticidad” a sus marcas.
La
consultora Interbrand la describe como “una verdad y capacidad interna, un
legado definido y un conjunto de valores bien cimentado”. Y los expertos
les dicen a las empresas que, en esta era de duda y desconfianza, esta
escurridiza calidad es lo que el público ansía.
El 2013, una encuesta de Boston Consulting Group a 2,500
consumidores estadounidenses reveló
que ser auténtico es, efectivamente, una de las principales cualidades que
hacen atractiva una marca.
La autenticidad está ganando fama como la cura para la
menguante lealtad de marca de los consumidores. Es fácil ver por qué la magia del viejo marketing está
desvaneciéndose, pues estamos en tiempos en los que la gente puede descubrir
instantáneamente las verdades (o falsedades) de lo que piensan comprar.
Los comentarios online y de los amigos en las redes
sociales ayudan a los consumidores a conocer los méritos y deméritos
subyacentes de los productos, más allá de su imagen “oficial”. Hoy es más probable que los
consumidores abandonen sus marcas habituales porque han oído de nuevas
alternativas o
porque se enteraron que las marcas propias de los minoristas son más baratas.
Dependiendo de cómo se mire, el público es cada vez más veleidoso o más
impermeable a las tonterías del marketing. Para las marcas que carecen
de características distintivas, esto es una mala noticia. Es el caso de los bienes de
consumo masivo, cuyos atributos de calidad y poder para abrir las billeteras
están desapareciendo.
Las encuestas respaldan esta conclusión. En América del Norte, los
consumidores dicen que solo confían en el 20% de marcas. Para los
ligeramente menos escépticos europeos, es alrededor de un tercio. La gente parece especialmente
recelosa de las grandes marcas: cerca de la mitad de estadounidenses
confía en que las empresas pequeñas hacen lo correcto, frente al 36% que dice
lo mismo de las mayores.
Estas opiniones empiezan a tener efectos tangibles. En Estados Unidos, de las 100
principales marcas de productos envasados, 90 perdieron participación de
mercado en el periodo anual terminado en julio, según la firma de
marketing Catalina. En China y otros mercados emergentes, los bienes importados
están perdiendo su atractivo a medida que los compradores descubren que los
nacionales ya no son inferiores.
Las
consultoras que valorizan y elaboran rankings de las marcas, como Interbrand y
Millward Brown, reportan que sus 100 mejor ubicadas continúan ganando valor.
Sin embargo, hay que anotar que cada firma tiene metodologías distintas y
bastante subjetivas, y a menudo discrepan en los resultados de sus cálculos.
Christof Binder, de la consultora Trademark Comparables,
y Dominique Hanssens, de la Universidad de California en Los Ángeles, plantean
una medición más concreta: cuando
las marcas son vendidas como parte de adquisiciones corporativas, ¿qué precio
les ponen los inversionistas? Tales montos, como porcentaje del valor
total de las transacciones, han caído desde el 2003. Por ende, al menos para
las empresas que son compradas, la fortaleza de sus marcas se está convirtiendo
en una porción más pequeña de su valor total.
La
luz de esperanza es que la gente está cada vez mejor informada de las
cualidades subyacentes de los productos y más escéptica de los ardides del
marketing, y exhibe un deseo por marcas que son “honestas” y parecen
poseer algún mérito identificable.
Por ello, es inevitable que algunos marketeros estén confeccionando campañas que
busquen encarnar de la nada la inefable cualidad de la autenticidad.
Como dirían los cínicos entre ellos: la autenticidad es el secreto del éxito y cuando hayas podido
falsificarla, habrás triunfado.
No obstante, es más fácil conseguirla cuando tu producto posee cualidades que sus
competidores no tienen. El ejemplo más reciente corresponde a las
cervecerías artesanales de Estados Unidos: los consumidores le están dando la espalda a ese pálido
líquido que embotellan las cerveceras masivas y las pequeñas casi han duplicado
su participación de mercado en el periodo 2010-2014.
Aunque muchos productos mediocres pero con mucha
publicidad están perdiendo
fuerza y la veleidad de los consumidores les hace más difícil cobrarles precios
elevados, para las empresas que ofrezcan el producto correcto y tengan
algo genuino que contar, las recompensas pueden ser enormes.
Es el caso de los equipos de Apple, cuyo diseño superior
y facilidad de uso la hacen una marca poderosa en un mercado masivo. El año
pasado, solo representó el 6% de los ingresos del rubro de computadoras
personales, pero el 28% de las ganancias. Eso es ser auténtico.
TODO TIENE UN LÍMITE PARA LAS MILLONARIAS FUSIONES Y ADQUISICIONES EN ESTADOS
UNIDOS
La
ola de millonarias fusiones y adquisiciones en Estados Unidos está despertando
a los reguladores.
Estados
Unidos vive uno de sus mayores booms de transacciones empresariales.
Desde la caída de Lehman Brothers, en el 2008, se han realizado (o esperan
completarse) fusiones y adquisiciones por US$ 11 millones de millones. La próxima unión sería entre Dow
Chemical y DuPont —que dominan la industria de productos químicos—, que
crearía un gigante de US$ 130,000 millones.
Y
los reguladores antimonopolio están perdiendo la paciencia. La
responsabilidad de normar estas operaciones recae en la Comisión Federal de
Comercio (FTC) y el Departamento de Justicia (DOJ). En lo que va de diciembre,
el DOJ ha frustrado las ventas de la división de electrodomésticos de General
Electric a Electrolux y de Bumble Bee Foods (alimentos marinos y pollo
procesados) a una compañía tailandesa.
El 17 de diciembre, la FTC informó que intentará bloquear
la adquisición de Office Depot por Staples. Una gran transacción en
ferrocarriles también causa preocupación —Canadian Pacific quiere comprar Norfolk Southern—.
Este negocio ha estado en el corazón de las batallas antimonopolio desde el
siglo XIX.
La
mayoría de olas de fusiones genera efectos negativos en los mercados a medida
que aumenta el número de empresas que ponen a prueba los límites de lo
permisible. A mediados de la década de 1990 y principios de la del 2000,
los reguladores bloquearon transacciones en defensa y telecomunicaciones, entre
otros sectores.
Hoy, algunas
operaciones millonarias también están causando revuelo político. El
público detesta sectores que se han consolidado, o planean hacerlo, como
aerolíneas y seguros. El 8 de diciembre, el Congreso celebró audiencias en
torno a la fusión de AB
InBev y SABMiller. “Nadie quiere sentarse en un bar y descubrir que su única
opción está entre Budweiser y Miller”, comentó un senador. Las compañías
han prometido vender una de sus marcas de cerveza aguachenta.
Pero existen motivos más serios que las preferencias
espirituosas de los políticos para aplicar un enfoque más estricto a las fusiones y adquisiciones.
En el 80% de las principales industrias estadounidenses, las 50 empresas más grandes
tenían una mayor participación de mercado en el 2007 que en 1997. En
tanto, los márgenes de ganancia están cerca de su nivel record, lo cual
indicaría falta de competencia.
Además, la escala de las transacciones —su monto total
representa el 46% del valor de mercado de las empresas estadounidenses— señala una mayor concentración.
Antes de la crisis financiera, muchas fueron realizadas por firmas de capital
privado, que armaron portafolios de negocios no relacionados.
Pero
ahora la mayoría son transacciones “estratégicas” en las que dos empresas
buscan combinar negocios similares, impulsar sus precios y reducir costos.
Alimentos, TV por cable,
telecomunicaciones, aerolíneas, chips de computadora y otras industrias, se han
consolidado durante la última media década.
Las interesadas están aplicando tácticas ingeniosas que
esperan irritarán menos a los reguladores. Por ejemplo, si llegan a fusionarse, Dow Chemicals y DuPont,
proyectan dividirse en tres compañías, cada una con una especialidad.
Pero los reguladores también están modificando su enfoque. En el caso de Bumble
Bee Foods, el DOJ definió el mercado con más precisión y solo examinó el
mercado de atún enlatado y no de todo el rubro de pescado enlatado.
En el 2010, el DOJ y la FTC cambiaron sus directrices
para fusiones. En lugar de enfatizar indicadores tradicionales como
participación de mercado en lugares específicos o barreras de entrada, están haciendo uso de criterios
más amplios orientados a determinar si una transacción afectará la competencia
—por ejemplo, si los márgenes o precios se elevarán—.
En junio, un juez bloqueó la fusión de Sysco y US Foods,
bajo el argumento de que
tendrían poder de fijar precios en restaurantes, hospitales, hoteles y
otros compradores de comida. Un argumento similar está siendo usado en el caso
contra Staples y Office Depot.
¿Cuán
lejos llegará esta reacción antimonopólica? La respuesta podría medirse
por el número de transacciones pendientes en las que las acciones de la empresa
a ser comprada se negocian por debajo del precio de adquisición propuesto, pues
ello sugiere que los
inversionistas no esperan que la operación se concrete. Nueve de las 20 mayores
transacciones pendientes se negocian a un descuento de más de 10%.
Unos cuantos golpes más de los reguladores podrían crear
más incertidumbre sobre los US$ 1.4 millones de millones en operaciones a la
espera de completarse. También podrían poner más nerviosos a los ejecutivos que
piensan en nuevas compras o fusiones, pues tendrán ante sí un prolongado
periodo de batallas con los funcionarios antimonopolio.
A
medida que los reguladores se vuelven más estrictos, las empresas que ya poseen
una alta participación de mercado podrían comenzar a temer que las obliguen a
dividirse en firmas más pequeñas, incluso si ganaron esa posición por
sus propios méritos y no mediante adquisiciones.
Los
reguladores podrían considerar que compañías tecnológicas como Google y
Facebook dominan los mercados donde operan —Microsoft escapó con las
justas de ser desmembrada en el 2001—. Ahora que Estados Unidos está de ánimo populista, lo
antimonopolio está nuevamente de moda y su impacto podría llegar hasta Silicon
Valley.
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