El
norte de Noruega, un territorio en pleno círculo polar ártico, se convierte en
puerta de entrada para algunos osados.
Allí no hay vallas ni policías tan agresivos como los
húngaros, pero el frío puede alcanzar los 30 grados bajo cero.
Unos
500 refugiados en su mayoría sirios entraron por la frontera Noruega en el mes
de octubre
No
todos los refugiados sirios recurren a las pateras para llegar a Europa.
Tampoco todos quieren entrar por el sur. Hay cada vez más osados, entre las
decenas de miles de refugiados sirios y de otras nacionalidades de países en
conflicto han emigrado en masa a Europa, que están dispuestos al más difícil todavía: entrar en Europa
por el polo norte.
La frontera noruega de Storskog, a 344 km al norte del círculo polar ártico, es uno
de esos puntos fronterizos. Limita con Rusia y se encuentra a pocos
kilómetros de Finlandia, un país que al igual que Noruega presenta excelentes
índices de desarrollo social. Pero también tres territorios que experimentan
los fríos más extremos del continente, hasta 30 grados bajo cero.
Nada de eso ha arredrado a medio millar de ciudadanos de
Oriente Medio que han entrado por este punto sólo en octubre. “Al principio
fueron solo unas cinco o seis personas las que llegaron desde Rusia”, ha dicho
un encargado policial de la frontera.
Pero
a partir de verano los intentos se multiplicaron. Nunca había visto semejante
cantidad de extranjeros entrando por una de las puertas más inhóspitas, inaccesibles
y gélidas fronteras del país.
Se calcula que la inmensa mayoría, alrededor de tres de cada
cuatro, proceden de Siria. Les siguen los iraquíes y los afganos. El medio de transporte favorito
es, sorprendentemente, la bicicleta.
¿La
razón? Las leyes rusas prohíben pasar caminando por su lado de la frontera,
según explica Hansen. Y si lo hacen en vehículo pueden arriesgarse a ser
detenidos por tráfico de personas, en caso de que alguno de los refugiados no
tenga los papeles en regla.
Esto
explica que los funcionarios que trabajan en esta ciudad puedan ver cientos de
bicicletas abandonadas. Ahí las dejan los inmigrantes cuando ya han
cumplido su propósito de introducirse en el país.
Los
albergues de la localidad están repletos. Los nuevos refugiados han
tenido que ser alojados en hoteles. Según afirma el director noruego de
Inmigración, están viviendo “una situación excepcional”, porque una de cada cinco
entradas al país se está produciendo por esta zona.
Aunque parezca asombroso, algunos sirios creen que la
ruta del Ártico resulta más segura que atravesar la hostil frontera húngara o
subirse en una frágil patera.
Un
profesor que fue entrevistado por el New York Times contó que había invertido
2.400 dólares en pagar un vuelo desde Beirut a Moscú, un tren a Murmansk
(ciudad portuaria rusa al noroeste del país) y un coche hasta la frontera con
Noruega. Es una cantidad parecida a la que cobran los “coyotes” o traficantes
de personas que llevan a los refugiados, en pésimas condiciones de seguridad,
de Sira a Europa a través del mar.
Algunos
de los sirios que han cruzado la frontera ya estaban establecidos en Rusia,
país con que el el régimen de Al Assad mantiene buenas relaciones diplomáticas.
Al ver la política de
brazos abiertos de los vecinos, marchan a Noruega buscando las mejores
condiciones sociales que puede ofrecerles este estado nórdico.
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