De cara a la crisis de las hipotecas subprime, los
liberales plantean que hubo “errores”, que falló la regulación, porque la tecnología de la
información va más rápido que los organismos regulatorios.
Un sector del progresismo abona esa idea. Otro grupo se
anota en el libreto de la izquierda, que explica que el problema es que la presión de los
capitalistas para sostener la tasa de ganancia del capitalismo “real” empujó al
mundo a la desigualdad de ingresos. Y que entonces los trabajadores sólo
pueden acceder a los bienes a través del endeudamiento, y que esa burbuja,
claro, estalla en algún momento.
En el medio, la timba de los commodities es mucho más
lucrativa. Hay varios
argumentos para explicar la actual influencia de las finanzas en la economía
mundial:
El abandono del sistema de tipos de cambios fijos (1973) abrió la posibilidad de
especular con las monedas y generó el mercado de los títulos que operan
como seguros de cambio.
En paralelo, los organismos financieros internacionales
presionaron alrededor de todo el mundo para liberalizar los movimientos de capital.
En 1980, Estados Unidos dictó la ley de desregulación de
instituciones de depósito y autorizó
fusiones bancarias,
y en 1981 se aprobó la creación de entidades desreguladas que comenzaron a
funcionar como paraísos fiscales dentro del territorio norteamericano,
lo que generó una competencia hacia la desregulación que llegó al extremo en
las famosas plazas de los países caribeños.
Ese mismo año se redujeron impuestos a las ganancias financieras y se permitió la
“securitización” de las hipotecas.
“La
creación de nuevos y gigantescos holdings bancarios diversificados aumentó la
concentración del sector financiero así como la complejidad de sus operaciones
y la dificultad para comprenderlas y regularlas.
Los bancos ganaron capacidad de presión sobre los
estados. La nueva
legislación transformó a Wall Street en un gigantesco casino (...), en
algo más loco que un casino, porque en un casino usted tiene que poner su
propio dinero para hacer apuestas. Gracias a la desregulación, compañías
financieras como AIG (American International Group, que debió ser rescatada por
el Estado norteamericano en 2008) pueden apostar miles de millones, si no billones, sin tener dinero para
respaldar sus juegos (...).
Gracias a la era de la desregulación de Clinton, el mercado de derivados es ahora
cien veces más grande que el presupuesto federal y los cinco bancos más grandes
del país controlan más del 90 por ciento del negocio”.
Tal
vez el caso más notorio es el del Citibank, uno de los bancos más
creativos en desarrollar instrumentos para ofrecer cuentas con alta liquidez
que pagaban intereses, algo que estaba prohibido en Estados Unidos en los `80. Eran acciones violatorias de la
normativa pero las autoridades regulatorias lo permitieron, a partir del
lobby de los senadores más liberales. Y más adelante, también el Citi fue
pionero en el desarrollo del holding, a través de fusión de las operaciones de
banca comercial y de inversión, que estaban prohibidas pero eran también
toleradas por las autoridades. De hecho, el Citigroup reunió a la banca comercial con servicios de
comercio de títulos y seguros y se formó dos años antes de la aprobación de la
nueva legislación. En el medio, la Fed le dio un permiso temporario.
La financierización, como toda gran transformación
económica en los países desarrollados, tuvo un efecto inmediato en la
periferia.
Es
tan así que la Argentina fue un país pionero en la desregulación financiera.
En los ’80, luego de los cambios normativos de la dictadura, con Alfredo
Martínez de Hoz en el Ministerio de Economía, el mercado financiero argentino
era más liberal que el de Estados Unidos o Europa, una cosa increíble. Teníamos libre fijación de tasas
de interés, algo que en las economías desarrolladas todavía no existía.
Dos procesos a nivel global van definiendo el nuevo
carácter del capitalismo. Por
un lado, la tasa de ganancia que cae por la crisis del petróleo, lo que
fomenta la búsqueda de rentabilidad financiera. Al tiempo que los dólares de los países
petroleros buscan ser reciclados, se genera una enorme liquidez que se va
montando sobre todas estas operaciones financieras. A la vez, desaparece la
convertibilidad en oro y con ella el sistema de tipo de cambios fijos,
con lo que las variables monetarias empiezan a tener grandes variaciones.
Ahí
las empresas y los bancos tienen la necesidad de establecer seguros de cambio y
hacer contratos a futuro.
Todo esto presiona para que haya mercados con libre movimiento de capitales, y
los países periféricos jugaron ahí un rol fundamental como tomadores de crédito
y fugadores de divisas, bicicleta que terminó en las crisis de la deuda
de fines de los ’80. El consenso pro mercado nacía de arriba, desde Ronald
Reagan y Margaret Thatcher.
Capítulo aparte merecen los commodities, burbuja de la
cual, cabe resaltar, se beneficiaron los países emergentes en estos últimos
años.
Por su parte, los Credit Default Swaps (CDS), que son
seguros contra default, fueron creados en 1997, en momentos previos a la crisis
financiera asiática. “Los
creó el banco de inversión JP Morgan como seguros o pases contra default de
instrumentos financieros, lo que dio un impulso decisivo a la
diversificación y expansión del mercado de derivados.
Muy pronto, los CDS no sólo se utilizaron como seguros
sino que también se titularizaron. El valor de la emisión de CDS superó al de
los bonos asegurados, algo así como un crédito hipotecario que vale más que la casa que lo respalda.
Se convirtieron en uno de
los derivados más difundidos y peligrosos, como se demostró en la crisis
iniciada en 2007”.
¿Cuál
es el rol de las nuevas tecnologías de la información en este proceso?
Si
estás en el siglo XVIII podés mover el capital si cargás el oro en un barco. En
el siglo XIX los mercados ya estaban vinculados, ahora es al instante. Pero la
tecnología existe porque los Estados lo han permitido. Entonces ahí radica la
cuestión de fondo.
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