El acercamiento entre el país más grande y el más poblado ha se ha
ampliado con el aumento de la tensión entre Rusia y Occidente.
El deterioro de las relaciones Rusia-Europa y la creciente desconfianza
entre Moscú y Washington han dejado sin argumentos a los rusos que recelaban de
China y de su frenética marcha hacia la cúspide del mundo.
Traicionada por Estados Unidos, que insiste en alentar las aspiraciones
de ingresar en la OTAN y en la Unión Europea de antiguas repúblicas soviéticas
—como Ucrania, Georgia y Moldavia—, Moscú se ha abierto al abrazo chino con una
nueva batería de acuerdos, que incluyen desde el incremento del suministro
energético a la cooperación militar.
Rusia y China se cortejan desde la
desaparición de la Unión Soviética, aunque el salto cualitativo se produjo tras
la vuelta de Vladímir Putin al Kremlin, en mayo de 2012, y la buena relación
establecida con Xi Jinping, quien en 2013 realizó a Moscú su primera visita
como presidente.
Ambos comparten la sensación de que EE UU trata de frenar el
crecimiento de sus respectivos países y están convencidos de que, si unen las
fuerzas de los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica) y de
otros países emergentes, pueden acabar con la hegemonía
estadounidense y establecer un nuevo orden internacional más acorde a sus
intereses.
Giro hacia el Oriente
Desde los tiempos de Pedro el Grande
(1672-1725), el oso ruso, con la cabeza en Europa y el cuerpo en Asia, ha
mirado siempre hacia Occidente. Ahora, el peso de la geopolítica le impone un
giro hacia Oriente. En mayo, en plena crisis con Bruselas por haberse tragado la península
de Crimea y apoyar a los movimientos secesionistas del este de Ucrania,
Putin y Xi firmaron el mayor acuerdo entre los dos países: 323.075 millones de
euros por el suministro entre 2018 y 2048 de 38.000 millones de metros cúbicos anuales de gas.
Moscú y Pekín llevaban diez años enredados en la negociación de este contrato.
Las dos potencias han profundizado mucho en sus relaciones desde que
los pragmáticos dirigentes chinos, con Deng Xiaoping a la cabeza, tomaron el
poder en diciembre de 1978 con el propósito de modernizar el país. China comprendió muy pronto que la estabilidad que necesitaba para
impulsar su desarrollo dependía en gran medida de las relaciones de buena
vecindad, sobre todo con Rusia.
Pekín no tardó en darles un impulso y,
aunque dejó claro que no quería establecer ningún tipo de alianza militar, en
1996 invitó a Moscú a crear una “asociación estratégica de coordinación”, al tiempo que ambos
países acordaban fundar la Organización
de Cooperación de Shanghái (OCS).Constituida para resolver los
conflictos fronterizos de China con Rusia y las antiguas repúblicas soviéticas
de Asia Central —Kazajistán,
Kirguizistán, Tayikistán y Uzbekistán, aunque esta última solo ingresó
en 2001—, la OCS es la única organización de carácter militar en la que China
participa.
Por qué está ganando Putin la nueva guerra fría
En los dos últimos años ha aumentado considerablemente la cooperación
entre Moscú y Pekín en temas de terrorismo, inteligencia, ciberespacio y
ejercicios militares conjuntos. Tras la reunión de los dos
ministros de Defensa, Serguéi Shoigu y Chang Wanquan, en noviembre pasado en
Pekín, la agencia oficial Xinhua señaló que su objetivo común es “crear un sistema colectivo de
seguridad nacional”.
Rusia es el primer proveedor de armas a China desde que Occidente le impuso un
embargo por la matanza de Tiananmen en 1989, aunque se resiste a
suministrarle su tecnología más avanzada.
El país más extenso del planeta y el más
poblado llevan dos décadas construyendo confianza mutua, pero no es fácil
borrar un recelo histórico después de que la “solidaridad comunista” se hiciese
añicos en los choques fronterizos de 1969.
Rusia aún mantiene una superioridad militar frente a China, pero el despegue económico de Pekín hace tiempo que dejó a Moscú en
evidencia, con lo que satisface su vieja aspiración de hablar de igual a igual
al gran vecino del norte.
Día a día, el peso de Asia se va imponiendo en la realidad rusa. Putin tomó en 2011, siendo aún primer ministro, el guante que en 2004
lanzó el presidente kazajo, Nursultán Nazarbáyev, sobre la creación de una Unión Euroasiática. El
proyecto, con el que Rusia
esperaba recuperar parte de la influencia perdida por el desmoronamiento de la
URSS, parecía factible en un momento en que el alto precio del crudo y
de las materias primas llenaban las arcas rusas. Putin contaba con Bielorrusia y Ucrania para equilibrar
la parte asiática.
Éxitos y fracasos de la gira asiática de
Putin
La torpeza de Bruselas, la injerencia de Estados Unidos, el cansancio
de los ucranios con la corrupción del Gobierno de Kiev, el populismo y el
nacionalismo ruso desataron la caja de los truenos. Por el camino quedan ya
5.000 muertos y millones de refugiados. Además, el fuerte
descenso del precio del crudo experimentado en los últimos meses hará perder a
Rusia 80.769 millones de euros en un año, a sumar a los 32.307 millones que le
cuestan las sanciones impuestas por EE UU y la UE.
El giro asiático de Putin permite a Rusia brillar en Oriente, mientras
se apaga el espejismo de su asociación con Occidente.
Moscú encuentra no solo en China sino también en sus antiguos aliados asiáticos
—India, Vietnam y Corea
del Norte—nuevas áreas de influencia que, unidas a las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, le
permiten recuperar una buena parte del peso que tuvo en la esfera
internacional.
Actualmente China es el primer socio comercial de Rusia. El comercio bilateral alcanzó en 2013 los 72.692 millones de euros,
pero ambos están decididos a duplicar esa cantidad antes de 2020. Además, tras los acuerdos en el
marco de los BRICS, realizarán los intercambios en yuanes y rublos, sin pasar
por el dólar, lo que supondrá un considerable ahorro.
Rusia ha encontrado también en China un apoyo para su estrategia
internacional y, aunque por razones distintas —Pekín sigue
apegado al principio de no injerencia en asuntos internos ajenos—, ambos han
impedido sanciones al régimen sirio de Bachar el Asad y han adoptado en el
Consejo de Seguridad de la ONU posiciones similares en otros frentes.
Aunque
sin entusiasmo, Rusia se ha establecido ya como una potencia asiática. Su giro
hacia el Pacífico es innegable, pero aún no ha mostrado cómo jugará sus cartas.
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